🍃Amigos en las sombras
Es jueves, por calendario mirandero tocaría Tierra en las uñas, pero la serie va a pasar a los sábados, así que hoy te traigo un pensar en alto sobre un miedo primitivo que quizá aún tengas. (9 mins)
El otro día tuve un sueño, como Martin, pero durmiendo (qué mal chiste, coño), en el que había un grupo de niñas con uniformes escolares al estilo falda de cuadros, camisa blanca, corbatita… Ese rollo.
Creo que estaba en Irlanda, o al menos me daba esa sensación por el entorno natural, superfrondoso, y las faldas de las colegialas con el mismo tono verde. Entonces, las niñas formaban un corro, divertidas, y empezaban a bailar zapateando una melodía, entre infantil y circense, y de todas partes una especie de lodo gris comenzaba a arrastrarse, como buscando reunirse en un solo punto.
Por esa cosa de los sueños, y eso que tienen los niños con jugar con lo desconocido, sabía que el corro estaba invocando a un ser maligno que respondía a esa misma canción. Donde fuera que la tararearas, toda la maldad de esa zona se reuniría en un ser y, al parar la canción, ese monstruo cantaría el último verso. Después…
Parece que mi creatividad onírica lo dio todo en crear ese trasfondo, porque ya no le quedó más para darle un buen nombre y lo llamó «el Pupu». Entonces, las niñas tarareaban la melodía y zapateaban, y sólo yo veía cómo el lodo iba acumulándose tras unos arbustos cercanos hasta formar la criatura repulsiva que era el Pupu.
Por fin, coordinadas, las colegialas cayeron sobre sus pies y, con el golpe final, callaron.
El monstruo estaba ahí, yo lo veía, pero no cantaba el último verso. Las niñas esperaban, tratando de callar sus risitas, hasta que palidecieron de pronto. Entonces me di cuenta. Toda la maldad de la zona ya se había reunido, y si no había nadie que cantara el último verso era porque lo debía cantar yo, porque yo era el Pupu, yo era el monstruo de lodo, y escuché una voz dentro que me dijo:
Canta.
Me desperté y todavía era de noche.
Mi habitación estaba muy oscura, aunque faltara poco para el amanecer, o quizá precisamente por eso. Eran las seis y cuarto de la mañana, lo sé porque cogí el móvil para anotar en dos líneas esto que había soñado, algo que suelo hacer cuando tengo sueños tan narrativos.
Pero este era diferente, este tenía música, una que todavía podía escuchar cantada por las niñas. Abrí el Whatsapp, busqué mi número australiano y empecé a grabar un audio cantando la melodía.
Y me di cuenta de lo que había hecho.
Acababa de empezar a tararear la canción maldita que reuniría todo el mal a mi lado, y sólo Dios sabe que pasaría cuando dejara de cantarla.
No quería parar, alargué el tarareo veintisiete segundos. Entonces, envié el audio y miré a la esquina de mi cuarto.
Cuando eras un niño y tenías miedo, sólo había una esquina que era la esquina de tu cuarto. Ahora, esa esquina oscura, más negra que el resto por la sombra del armario sobre ella, se convirtió en mi esquina del cuarto. La vigilé con la respiración contenida quizá tanto como tardé en enviar el audio; tanto como tardé en volver a ser un adulto para que se me escamara el miedo.
Dejé el móvil a un lado y, aún con alguna incomodidad, le di la espalda a la esquina y volví a dormir lo que me quedaba de noche.
Esta historia, aparte de una introducción guay al tema de hoy, me hizo pensar, precisamente, en el tema de hoy.
No sé a qué edad dejé de tenerle miedo a la oscuridad, pero sí recuerdo que, mucho después de que ese miedo infantil dejara de ser recurrente, todavía quedaban, aun siendo casi adulto, momentos puntuales en los que la oscuridad me incomodaba.
Un día, me senté con ese miedo, me puse a analizarlo como sólo se: escribiendo sobre él, y, al resultado, le llamé Amigos en las sombras.
Desde entonces, cuando me venía esa incertidumbre rara de estar solo en la oscuridad, recordaba ese texto, una parte concreta de ese texto, y pasaba al sentimiento opuesto: más que a la seguridad, a algo próximo al amor.
Hace tiempo que ya no tengo que recurrir a ese texto porque ya no aparece el miedo. Creo que tengo la cabeza tan cargada de movidas personales que, si apareciera un espectro en mi cuarto para comerme, quizá no le prestaría tanta atención como mereciera. O al menos no una atención desde el miedo.
Creo que fue anoche cuando estaba en mi piso, a punto de irme a dormir, a eso de las doce, así que apagué todas las luces y me quedé ahí, en medio del salón sin ver nada.
Pensé que, objetivamente, nadie podría reírse de alguien que se sintiera incómodo ahí, completamente solo en otra parte del mundo, rodeado de sombras en un piso grande con sitios verdaderamente oscuros donde podría haber cualquiera o cualquier cosa acechando, pero asentí y me dije, más sincero que bravucón:
«Que vengan»
Y me fui a mi cuarto.
Vale, pero dónde estaba toda esa determinación espartana la noche del Pupu cuando este mismo tipo barbudo no quería dejar de cantar la canción por si…
Creo que los sueños nos allanan la consciencia, nos escupen a la realidad sombría de nuestro cuarto como una tabla rasa donde todos esos problemas y movidas personales no están y no pueden servir de escudo contra los miedos irracionales o contra los miedos de nuestro pasado animal a los que conectamos, estúpidamente, cuando ya no estamos en mitad de un bosque con depredadores ocultos por ahí.
El miedo a la oscuridad nos debió de mantener con vida durante gran parte de nuestra historia, ahora es sólo un trauma de especie que, precisamente en esos momentos de debilidad intelectual, nos salta encima.
Este correo sólo viene porque ayer leí a alguien por ahí (no recuerdo quién, si no la citaría) hablando de que todavía le tiene miedo a la oscuridad, aun siendo adulta, y pensé automáticamente en aquel texto que escribí y en que yo una vez también tuve ese miedo cuando se supone que ya no deberías tenerlo.
Así que se me ocurrió hablar de esto hoy y rescatar aquel texto para ponerlo aquí, por si le pudiera servir a alguien, para ver que es verdad que en las sombras hay cosas, pero que están muy lejos de ser tus depredadores.
Amigos en las sombras
Son muchas veces las que, aun siendo adultos, sentimos el aguijón del miedo irracional en el estómago al cruzar nuestra propia casa de noche, al pasar ante un espejo sombrío o al enfrentarnos a una esquina particularmente oscura.
Y qué decir de las noches siguientes de haber visto una película de terror. Rescatamos de nuestra imaginación las figuras más horrorosas y las emboscamos al acecho en ese pasillo, ese espejo, esa esquina.
Pensé un día que, tal vez, esas figuras pasmosas están solas, tan aterrorizadas como nosotros, que quizá se preguntan por qué aceleras el paso y por qué apartas la vista cuando llaman tu atención.
Tal vez se sienten tristes y repugnantes.
Si las creamos nosotros, deben su aspecto a nadie más que a nosotros y, por si fuera poco su forma, ven cómo su propio creador huye de ellas espantado al instante de concebirlas.
Me di cuenta entonces de que llevaba toda una vida repartiendo vástagos de mi miedo por el mundo y abandonándolos a su suerte en lugares desconocidos donde sus habitantes les eran esquivos. Quise buscar una solución y los llamé a todos; les pedí perdón, los senté a mi lado, les estreché la mano, y ninguno me fue hostil. Ninguno me quiso mal ni me guardó rencor, alguno río feliz y otros lloraron al conocer el calor del cariño tras tanto tiempo perdidos en la soledad del mundo.
Quise abrazarlos a todos, pero eran tantos que les he propuesto un trato: cada noche, los invitaré a la oscuridad de mi cuarto y abrazaré y besaré a tantos como pueda y les pediré perdón y les rogaré que sean mis amigos, que me visiten si me necesitan, si se sienten solos, si se cansan de las sombras que les di por vida.
Les prometí que ya no me asustaría de ellos y, de sobresaltarme alguna noche, les dije que me disculparan y me calmaran con algo como: «tranquilo, amigo, sólo soy yo», pues hay veces que uno se olvida de tener amigos en las sombras.
Miércoles, 17 de Julio de 2019 a las 04:42 en Las Palmas de Gran Canaria, España.
Venid, sombras, a mí, si os perdéis en la noche.
Y para ti, amantísimo lector de mis majaderías,
¡Besitos volados!
¡Me ha encantado este post! La historia del principio y la reflexión de despues, dos joyitas 🫶
Tremendo acto de alquimia el que hiciste al escribir ese texto, Samuel. No sólo al escribirlo, sino al realizar toda la transformación interna.
Por cierto, creo que ese texto y toda la historia que lo rodea dan para un libro, o un cuento infantil. No?