🍃Aprender a morir sin miedo
Correo express sobre vida, muerte, poesía y perros que escriben (3 mins)
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Un primer libro nunca es un primer libro.
Quizá ya lo sepas, si no, te recuerdo que en abril publico mi primera novela, Caminos de vuelta. Haré todo el ruido que pueda cuando salga, así que deberías enterarte bien llegado el momento.
Si le das abajo a «Invitar a un amigo» puedes leer el prólogo, pero deja de obligarme a hacer spam, que te quiero contar una cosa seria, cojones.
Eso, un primer libro nunca es un primer libro, antes de este, empecé y dejé a mitad algunos otros, por esa fijación del escritor novel con lanzarse de entrada a un proyecto grande, sin tener ni idea de nada, en vez de juntar unos relatitos y publicarlos, o algo así que venga con un poco de vaselina en la cubierta y no duela tanto.
Pero lo cierto es que sí terminé un libro, uno de 85.000 palabras, que edité y hasta maqueté yo solito, en un cuarto feo de Madrid. Ese libro se llamó Floresta: Retrato de juventud y era un poemario, o libro de poemas, según a quién le preguntes.
Desde 2016 hasta 2021 escribí muy mayoritariamente poesía, de vez en cuando un relato, pero era la excepción. Así que en abril de ese último año cogí un vuelo a Canarias con Floresta en un pendrive, la compilación en orden cronológico de todos los poemas de esos años, lo imprimí en un cuadernillo con esa espiral metálica y se lo regalé a mi madre.
Y esa es la única edición que hay y habrá de esos poemas.
Lloró mucho, así que misión cumplida; me volví al aeropuerto y ya en el avión me di cuenta.
Hay algunos contextos, muy precisos, en los que me concentro y me recuerdo que puedo morir. No porque tenga alma de romántico atormentado, que también, un poco, pero más a lo Cadalso que a lo Bécquer, sino porque hay momentos que no te pueden pillar amamonado: si hay una emergencia, tienes que poder reaccionar y, si vas a morir, pues al menos que te pille siendo consciente de que te estás muriendo.
Esos pequeños placeres que se reserva uno.
La cosa es que no me da miedo volar, pero, objetivamente, es uno de esos contextos en los que puedes palmarla. Así que entonces, cuando me concentraba, como rutina, para recordarme que podía morir, me di cuenta de que me daba igual.
Llevaba teniendo ese hábito muchos años, desde la época del ejército, cuando tenía lanzamiento paracaidista, por ejemplo, o cuando estábamos de misión en Líbano, pero siempre había una resistencia, un «es que todavía me queda…», y ese día, en un avión comercial cualquiera, con veintiocho años, me di cuenta de que ya estaba listo.
Más aún: que habría hasta cierta justicia en morirme.
Aquello fue una revelación de la hostia y, desde entonces, no creo que haya temido más por la muerte. Sospecho que, cuando sea padre, esto cambiará y volverá aquel receloso «es que todavía…», pero eso ya lo veremos cuando llegue.
Hace unas semanas leí a
hablar de Bukowski y aquello de «escribir para aprender a morir sin miedo», y asentí en mi casa, recordando aquel abril de 2021.Porque creo que los años de escritor se cuentan como los de perro, que computan por el doble o así más que los normales. Habría que hacer una tabla comparativa. Cualquier escritor, incluido yo, que soy un mindundi, ha vivido con mucho más de una vida.
Y es justo que, si se muere, se calle la boca.
Así que sí, creo que escribir te enseña a morir sin miedo, porque tú ya viviste, como un iceberg, mucho más de lo que te corresponde.
Déjale algo al resto, buchuo.
¡Besitos volados!
P. D.: El botón de «Invitar a un amigo» que te decía es ese de arriba, así que deja de leer esto, el correo ha terminado. Mueve tu dedito pulgar a ese lujurioso botoncito verde y trae a alguien a la secta mirandera para poder leer el prólogo de Caminos de vuelta antes que nadie.
P. D. 2: Si estás en el ordenador, lo mismo, pero con la flechita del ratón 🐵
Yo hay tengo dos perspectivas, mi madre, cuando digo "es que en nada te mueres y ya, se acabo" o "me podría haber muerto ya tres veces" y me contesta ni se te ocurra decir eso (comprensible, es mi madre) y mi padre, que hablaba de la muerte como quien habla del café del kiosko de enfrente y le gustaba ir a visitar a los muertos cuando íbamos a mi pueblo y decía, "mira con ese fui al colegio, a mi me toca pronto" (no sé si tenga que ver con las personas que han tenido profesiones de riesgo).
Ambas perspectivas aceptables, la mía, que cuando te toque te ha tocado y cuando vives algo "peligroso" y te salvas, es que no te tocaba morir.
PD: entregar ese primer libro a la única destinataria, seguro que bien valió la pena.
Uf! Qué intensidad de buena mañana. Yo solo pido no morir antes que mis padres. Y de la muerte no hablaré más porque hoy no toca (a mí).
Abril a la vuelta de la esquina y novela en tus manos... Eso es celebrar la vida... Ahora, ya te puedes morir!
Nooooo!!! Que todavía... Y yo necesito tus newletter con el café!