🍃El arte del (auto)linchamiento público
Ya lo sé, correo largo de cojones, pero contiene el MEJOR texto que se ha publicado en Miradero, porque no lo he escrito yo, sino... (10 mins)
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Hay palabras que te consiguen transportar a un pasado muy concreto, a un espacio que casi puedes oler. Si consigo transportarte con esta, es que tú también sabes lo que hay.
¡Efemérides!
Tal día como hoy de 1837 muere, a los veintiocho años, uno de los mejores escritores que ha dado la literatura española; lo que es lo mismo, muere uno de los mejores escritores de la literatura universal.
Mariano José de Larra.
Era «liberal y despreocupado», como él mismo se habría llamado, así que no creo que espere a nadie que lo tenga en Su gloria, pero le deseo que la tierra le esté siendo leve.
A mitad de junio de 2024 estaba haciendo pruebas de cara a lanzar Miradero el primero de julio. Hice una semana de fogueo, para ver cómo me sentía escribiendo una newsletter diaria antes de lanzarla públicamente y, así, si veía que no era lo mío o que no me sentía cómodo, no tener que tirar de cuerda huida en frente de todo Cristo.
Al par de días de la prueba, me di cuenta de que aguantar esto en el tiempo iba a ser más jodido de lo que pensaba, así que pensé en autores que habían hecho algo parecido o que habían tenido una obra tan prolífica que les forzara a escribir todos los días, y muchas más horas que yo, y con mucha mayor calidad que la mía.
Pensé en tres nombres para convencerme de que aquello era posible, y el primero que me vino a la cabeza fue Larra.
Larra (1809-1837) vivió en uno de los mejores siglos para la literatura española, y escribió todo lo que te puedas imaginar: teatro, poesía, novela y…
¡ADEMÁS!
Artículos, porque vivió el nacimiento del periodismo en España. Larra escribía mayoritariamente en periódicos, con una calidad literaria que las gacetas de la época deberían haberse editado en tapa dura.
Fuera de coña, piensa que, más adelante en el siglo, autores como Emilia Pardo Bazán o Benito Pérez Galdós publicarán algunas de sus novelas por folletín, en periódicos. Mi paisano más de veinte.
Así que, por ser de los primeros y porque es uno de mis autores favoritos, convertí a Larra en uno de los tres santos patrones literarios que tiene Miradero.
Tengo una alarma en el calendario, por si se me pasa, y todos los años el 13 de febrero leo algo suyo, en una manera silenciosa de recordarlo, pero este año se me ha adelantado el recuerdo.
No sé si sabes que, si escribes en ChatGPT «roast me», toma toda la información que tiene de ti y te putea, te insulta con ella en plan tu peor hater. Esto tiene tiempo, pero justo esta semana volví a leer a alguien que hablaba de esto.
Y me recordó algo.
Pero antes te dejo mi roast, para que te hagas una idea y de paso te rías de mí:
Robot de mierda este.
Lo acojonante es que nunca he hablado de la novela con él, pero la ha clavado, porque la publicación de Caminos de vuelta se va a retrasar (por mis «quizás»).
Pero ya te hablaré de esto otro día.
La cosa es que, supongo que por la cercanía del 13 de febrero, esto me recordó demasiado a Larra.
Uno de mis textos favoritos suyos es La nochebuena de 1836, escrito a menos de dos meses de morir y, además, aparece la causa de la muerte al final del artículo como una premonición.
La cosa es que Larra tiene un sirviente en casa, el día 24 de diciembre le da el aguinaldo y se va al teatro, pero cuando vuelve a casa, se encuentra al criado borracho y, básicamente, Larra le dice: roast me.
Y le pega una follada dura de verdad, no los cariñitos que me ha hecho el GPT.
Se pega, porque esta sangre se la sacó el propio Larra.
―Aparta, imbécil ―exclamé empujando suavemente aquel cuerpo sin alma que en uno de sus columpios se venía sobre mí―. ¡Oiga! Está ebrio. ¡Pobre muchacho! ¡Da lástima!
Me entré de rondón a mi estancia; pero el cuerpo me siguió con un rumor sordo e interrumpido; una vez dentro los dos, su aliento desigual y sus movimientos violentos apagaron la luz; una bocanada de aire colada por la puerta al abrirme cerró la de mi habitación, y quedamos dentro casi a oscuras yo y mi criado, es decir, la verdad y Fígaro, aquélla en figura de hombre beodo arrimada a los pies de mi cama para no vacilar y yo a su cabecera, buscando inútilmente un fósforo que nos iluminase.
Dos ojos brillaban como dos llamas fatídicas en frente de mí; no sé por qué misterio mi criado encontró entonces, y de repente, voz y palabras, y habló y raciocinó […]:
―Lástima ―dijo la voz, repitiendo mi piadosa exclamación―. ¿Y por qué me has de tener lástima, escritor? Yo a ti, ya lo entiendo.
―¿Tú a mí? ―pregunté sobrecogido ya por un terror supersticioso; y es que la voz empezaba a decir verdad.
―Escucha: tú vienes triste como de costumbre; yo estoy más alegre que suelo. ¿Por qué ese color pálido, ese rostro deshecho, esas hondas y verdes ojeras que ilumino con mi luz al abrirte todas las noches? ¿Por qué esa distracción constante y esas palabras vagas e interrumpidas de que sorprendo todos los días fragmentos errantes sobre tus labios? ¿Por qué te vuelves y te revuelves en tu mullido lecho como un criminal, acostado con su remordimiento, en tanto que yo ronco sobre mi tosca tarima? ¿Quién debe tener lástima a quién? No pareces criminal; la justicia no te prende al menos; verdad es que la justicia no prende sino a los pequeños criminales, a los que roban con ganzúas o a los que matan con puñal; pero a los que arrebatan el sosiego de una familia seduciendo a la mujer casada o a la hija honesta, a los que roban con los naipes en la mano, a los que matan una existencia con una palabra dicha al oído, con una carta cerrada, a esos ni los llama la sociedad criminales, ni la justicia los prende, porque la víctima no arroja sangre, ni manifiesta herida, sino agoniza lentamente consumida por el veneno de la pasión que su verdugo le ha propinado. ¡Qué de tísicos han muerto asesinados por una infiel, por un ingrato, por un calumniador! Los entierran; dicen que la cura no ha alcanzado y que los médicos no la entendieron. Pero la puñalada hipócrita alcanzó e hirió el corazón. Tú acaso eres de esos criminales y hay un acusador dentro de ti, y ese frac elegante y esa media de seda, y ese chaleco de tisú de oro que yo te he visto son tus armas maldecidas.
―Silencio, hombre borracho.
―No; has de oír al vino una vez que habla. Acaso ese oro que a fuer de elegante has ganado en tu sarao y que vuelcas con indiferencia sobre tu tocador es el precio del honor de una familia. Acaso ese billete que desdoblas es un anónimo embustero que va a separar de ti para siempre la mujer que adorabas; acaso es una prueba de la ingratitud de ella o de su perfidia. Más de uno te he visto morder y despedazar con tus uñas y tus dientes en los momentos en que el buen tono cede el paso a la pasión y a la sociedad.
»Tú buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso le destrozas, hozando en él, como quien remueve la tierra en busca de un tesoro. Yo nada busco, y el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza. Tú eres literato y escritor, y ¡qué tormentos no te hace pasar tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia de otros, por el rencor de muchos! Preciado de gracioso, harías reír a costa de un amigo, si amigos hubiera, y no quieres tener remordimiento. Hombre de partido, haces la guerra a otro partido; a cada vencimiento es una humillación, o compras la victoria demasiado cara para gozar de ella. Ofendes y no quieres tener enemigos. ¿A mí quién me calumnia? ¿Quién me conoce? Tú me pagas un salario bastante a cubrir mis necesidades; a ti te paga el mundo como paga a los demás que le sirven. Te llamas liberal y despreocupado, y el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado. Los hombres de mundo os llamáis hombres de honor y de carácter, y a cada suceso nuevo cambiáis de opinión, apostatáis de vuestros principios. Despedazado siempre por la sed de gloria, inconsecuencia rara, despreciarás acaso a aquellos para quienes escribes y reclamas con el incensario en la mano su adulación; adulas a tus lectores para ser de ellos adulado; y eres también despedazado por el temor, y no sabes si mañana irás a coger tus laureles a las Baleares o a un calabozo.
―¡Basta, basta!
―Concluyo; yo en fin no tengo necesidades; tú, a pesar de tus riquezas, acaso tendrás que someterte mañana a un usurero para un capricho innecesario, porque vosotros tragáis oro, o para un banquete de vanidad en que cada bocado es un tósigo. Tú lees día y noche buscando la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita. Ente ridículo, bailas sin alegría; tu movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que, sin gozar ella, quema. Cuando yo necesito de mujeres echo mano de mi salario y las encuentro, fieles por más de un cuarto de hora; tú echas mano de tu corazón, y vas y lo arrojas a los pies de la primera que pasa, y no quieres que lo pise y lo lastime, y le entregas ese depósito sin conocerla. Confías tu tesoro a cualquiera por su linda cara, y crees porque quieres; y si mañana tu tesoro desaparece, llamas ladrón al depositario, debiendo llamarte imprudente y necio a ti mismo.
―Por piedad, déjame, voz del infierno.
―Concluyo: inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices. En tanto el pobre asturiano come, bebe y duerme, y nadie le engaña, y, si no es feliz, no es desgraciado, no es al menos hombre de mundo, ni ambicioso ni elegante, ni literato ni enamorado. Ten lástima ahora del pobre asturiano. Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato. Yo estoy ebrio de vino, es verdad; pero tú lo estás de deseos y de impotencia...!
Un ronco sonido terminó el diálogo; el cuerpo, cansado del esfuerzo, había caído al suelo; el órgano de la Providencia había callado, y el asturiano roncaba.
«¡Ahora te conozco ―exclamé― día 24!».
Una lágrima preñada de horror y de desesperación surcaba mi mejilla, ajada ya por el dolor. A la mañana, amo y criado yacían, aquél en el lecho, éste en el suelo. El primero tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla donde se leía «mañana». ¿Llegará ese «mañana» fatídico? ¿Qué encerraba la caja? En tanto, la noche buena era pasada, y el mundo todo, a mis barbas, cuando hablaba de ella, la seguía llamando noche buena.
Esa caja amarilla, con «mañana» escrito en la tapa, tenía sus dos pistolas de duelo. El 13 de febrero terminaría por abrirla, tomar una, ponérsela en el pecho y quitarse la vida.
Gracias por lo que nos escribiste hasta ese momento, Larra.
Moraleja: si quieres crecer como persona, contrata a un borracho con labia para que te diga lo que piensa de ti. 😄
¡Mare meua, qué nivel! ¡¡¡¡¡¡Maaaaaareeee!!!!!!
Por favor, explícame eso Gepeto 😳😳 (como yo llamo al chat ese)
Te lo has inventado tú
Dime que sí. O, en su defecto, dime cómo lo has hecho...
Y, por favor, vuelva usted mañana. O cuando quiera.