🍃El club de los sueños compartidos - #7
Llevo avisándote MIL semanas de que te pusieras al día con esta serie colaborativa. Tiempo has tenido, aquí está el capítulo final ✨
Tienes los anteriores capítulos aquí:
Capítulo 1, escrito por
Capítulo 2, escrito por
de El ingrediente secretoCapitulo 3, escrito por
Capítulo 4, escrito por
Capítulo 5, escrito por
de Más allá del asanaCapítulo 6, escrito por
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Capítulo 7
«Pequeñas luces de colores»
Esas luces…
Luces de colores, cientos de ellas. Imposible decir si nos orbitan en el vacío o nos rodean desde las paredes de una habitación oscura.
Estas luces son aquellas mismas. Llevo cinco noches viéndolas en sueños; cinco noches evitando aceptar el parecido con aquellas que un día vi en la estúpida sesión de espiritismo de Juan.
Han pasado ya cuatro años de aquello. Después de todo este tiempo haciéndome pasar por médium, ¿por qué justo ahora?
Cada noche las mismas luces y este grupo raro de gente, en silencio; creepies como ellos solos, los hijos de...
—Hola —se sienta a mi lado.
Una chica pelirroja, escuálida, con esa mirada de: necesito hablar con mi tío abuelo paterno que murió cuando yo tenía tres años y sé que guardaba algo verdaderamente crucial para decirme.
—Sé que aquí nadie habla con nadie, pero yo no puedo perder más tiempo. Necesito que me ayudes —dice.
Señalo al cartel que orbita entre las luces: «Prohibido hablar. Expulsión inmediata». Sin embargo, ella sigue aquí, a mi lado:
—Creía que no podíamos hablar —la voz me suena hueca, débil—. Es lo primero que digo desde que llegué. ¿Cómo voy a ayudarte? Si no sé dónde estoy, ni qué hago aquí…
—No, si al final voy a ser yo la que te salve el culo.
Me yergo, el ceño fruncido:
—Yo no necesito que nadie…
—¿Por qué nadie habla? —grita el adolescente, algo apartado de nosotros—. ¿No ven que nos quedan pocos días para resolver qué nos tiene aquí todas las noches? ¿No ven que todos tenemos algo que decir, una pieza del puzle que nos ayudará a encontrar nuestras respuestas?
Al terminar, el chico se comprime sobre sí mismo. Se convierte en otra pequeña luz verde que flota, torpe, hasta unirse al resto.
—Sí, sí… ¡Sí, joder! ¡Sacadme de aquí a mí también!
Grita el tipo alto y se pliega también sobre sí hasta formar una lucecita naranja que vuela para sumarse a la constelación brillante. Una mano me agarra del brazo:
—No hay tiempo —dice la pelirroja, desencajado el gesto—. Sé quién eres, necesito hablar con mi marido.
A lo lejos, el anciano se evapora, y una luz blanquísima surge de la bruma para unirse a las más cercanas.
Estoy a punto de decirlo, por primera vez en cuatro años: confesar, aunque sea en esta demencia de sueño; decir en alto que yo no puedo ni he podido nunca hablar con los muertos.
Sin embargo, una luz del manto que nos rodea palpita de pronto, intensamente roja. La miro, y miro a la chica:
—Tu marido… ¿Se llama Roberto?
La chica se me abalanza, me agarra de la camisa y asiente, la boca torcida en dolor, desfigurada en un llanto que no brota. Señalo a la luz roja y la chica se levanta atropelladamente para correr hacia ella.
Me doblo para contener las náuseas. De pronto el olor a quemado es insoportable, y el chirrido de la frenada, y el coche que descarrila. Roberto ardiendo, atrapado en el asiento del conductor. ¿Por qué sé todo esto?
Un aullido me hace saltar.
Y el hombre con pinta de marinero desaparece dejando atrás una pobre silla. Se convierte en luz celeste, inocente. La sigo hasta que queda fija en la nada, y el brillo se atenúa cada vez más con mi cercanía hasta dejarme ver, como si me asomara a un ojo de buey, a ese mismo marino, anegado en un bote, luchando por achicar aguas hasta quedar sumergido, la respiración contenida mientras la puede contener.
Luego, oscuridad, fondo marino. Nada.
Corro a la luz blanca y veo al anciano postrado en una cama de hospital. A su lado, un monitor cardíaco dibuja una línea plana y cruelmente definitiva.
—Están todos… —susurro.
Con la respiración agitada, llego a la luz naranja y me asomo para encontrar al tipo alto tirado en el suelo, rodeado de botellas de whisky vacías y la mirada fúnebre, perdida en el techo.
Llego a la luz verde y veo la habitación de aquel adolescente empapelada en recortes, pistas conectadas y mapas que hablan de un puzle onírico. Pero todo ello igualmente emborronado con un mensaje compulsivo, en rojo sangre, que se repite: «no moriré en el olvido, no moriré en el olvido, no moriré en el olvido».
La chica pelirroja sostiene la luz roja entre las manos, llora sobre ella. Con cada sollozo, la propia mujer se ilumina hasta acabar por fusionarse a la esfera en una luz grande que palpita en con cadencia amable.
Tropiezo con algo.
En el suelo hay una libreta y un libro. Era lo que llevaban aquellas dos chicas, las únicas que al desaparecer no dejaron una luz de color a su paso.
Me agacho para recoger el lápiz y veo que las manos me brillan en destellos dorados. Apenas puedo sostener la libreta, siento como si fuera a traspasarla en cualquier momento.
Miro por última vez aquel cartel: «Prohibido hablar. Expulsión inmediata».
Asiento y escribo tan rápido como puedo, el mismo mensaje, en la libreta y la primera página del libro:
No intentes hablarles
Los muertos no hablan
Ostras! Y tanto que no era fácil! Ole tú 💃👏Resuelto pero abierto,¿qué hacen los vivos ahí? Me flipó este cambio de perspectiva!
Qué bueeenoooooo Samuu, buenísimo final. La muerte nos rodea más de lo que uno cree diría yo después de todo esto.