Hoy mi internet ha decidido no funcionar. Te escribo desde el móvil, robándole el WiFi a la pastelería de mi vecino, apoyado contra su persiana cerrada.
Si ves el correo más feo de lo normal, es por eso.
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Leía el otro día a alguien y me quise forzar a terminar.
El texto estaba muy bien escrito y, aun así, una culebra dentro se me revolvía toda diciéndome: esto es lo más insustancial que he visto en mucho tiempo.
El problema que contaba no era nada. Era como leer una pataleta contra el viento por despeinarte.
Siempre he defendido una idea, que no he conocido a nadie que acepte, y es que todas las personas nacen para experimentar la misma cantidad de sufrimiento, pero ese sufrimiento toma formas que pueden parecer, a cualquier otro ser, insustanciales.
O un sufrimiento titánico visto desde fuera que, el sufridor, no lo magnifica tanto como el que lo observa.
Supongo que aquello era un ejemplo más de esto.
Pero llevo unos días como con una niebla en la cabeza y me está haciendo ver algunas cosas de otra manera, quizá desfiguradas o paradójicamente más claras, como cuando entrecierras los ojos y, entre esa bruma de pestañas, terminas viendo mejor.
Mi nueva bruma es que la vida es un teatrillo. Me da que llevo tiempo creyéndolo, pero ahora es inaguantable. Lo veo en todos lados.
Un juego macabro de egoísmo e influencia, que jugamos sobre los que tenemos alrededor, para conseguir que la realidad sea como nosotros queremos que sea.
Otra vez eso del deseo humano y el sufrimiento que arrastra.
A este lado del mundo se han creído demasiado el teatrillo, tanto como para matar por él. Al otro lado también, pero tenemos más experiencia en disimularlo mejor: somos la sofisticación del teatrillo. Abre cualquier red social cinco minutos.
Esto no es diferente a aquel portero colombiano tiroteado por no parar un penalti. Es sólo una escala psicopática superior.
O quizá sean las noches mal dormidas.
Hay pocos animales salvajes que alcanzan el sueño profundo, siempre están al acecho de lo que pueda pasar. Eso de dormir la mitad del cerebro de los delfines, por ejemplo. Estas noches de bombardeo me han llevado ahí, a darme cuenta de que esto es, un poco, lo que debió sentir mi antepasado paleolítico.
Un corte de uña larga de lo que sienten todas las noches, desde hace dos años, en Gaza.
Imaginate eso.
Imagínate llevar a un pueblo entero a eso.
Fuerte miseria humana.
Parece que hay algo que necesita guerra en nosotros ―peligro, miedo, incertidumbre―, y la necesidad de unos lleva al caos a todos.
Hay gente normal en Occidente que desea una guerra, quizá tú mismo. Buena gente que, dentro de sí, necesita, como una pulsión inacallable, que estalle el mundo. Que cambie algo que los haga sentir vivos. Nadie puede culparse de sentir lo que siente.
Tal vez la sociedad occidental esté muriendo de certidumbre y sólo intente revivirse a través de ti.
En fin,
Cuando las cosas se ponen muy serias, sólo necesito mirarme en un espejo, o abrir la cámara frontal del móvil, y mirarme dos segundos.
Es muy dificil que no termine riéndome de mí, al menos sonriendo, porque la intensidad es otro teatrillo.
Besitos volados, querido mío.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina, están todas aquí
Querido Samuel,
Gracias por ese mensaje tan hondo, tan inquieto, tan lleno de capas.
Hay algo en lo que has escrito que me ha dolido despacito, como duele lo que lleva dentro verdad. Esa mezcla de lucidez y cansancio, de querer entender el mundo aunque duela, aunque no se pueda. Y aunque uno sepa que, quizá, no haya nada que entender.
Hablas del teatrillo. De ese juego en el que todos parecemos actuar, como si las tragedias ajenas nos sirvieran de fondo para la escenita propia. Y mientras aquí discutimos los matices del deseo, al otro lado del mar hay niños durmiendo —si es que se puede dormir entre escombros— con el miedo instalado en los huesos. Miedo que ya no les despierta, porque nunca les deja dormir.
Lo de Gaza no es solo una injusticia. Es un desgarro que debería avergonzarnos a todos. No por lo que hemos hecho, sino por lo que no. Por lo que miramos de reojo. Por lo que normalizamos en nombre de la política, de la estrategia, de la historia, como si existiera algún relato que justifique arrasar con la vida de miles de personas por haber nacido donde no convenía.
Hay una frase de Primo Levi que se me clava a veces: “Ocurrió, por consiguiente puede volver a ocurrir”. Y está ocurriendo. No como una metáfora, ni como una posibilidad. Está ocurriendo de verdad. Con niños, con madres, con mercados reducidos a polvo. Con gente como tú o como yo, que solo quería llegar a mañana.
Y sin embargo, no dejamos de hablar de nosotros. Tal vez porque el dolor de otros solo puede dolernos cuando lo hacemos pasar por dentro, cuando lo traducimos. Pero eso no es suficiente.
Yo no sé si todos nacemos para sufrir lo mismo, como dices tú. Tal vez sí. Pero lo que es insoportable es que nos convirtamos en notarios del horror sin hacer nada. Que la compasión se quede en estética. Que el dolor ajeno sea solo una excusa para pensarnos. Y sí, también lo hago yo. A veces sin querer. A veces sin remedio.
Pero hay momentos, como este, en que una palabra tuya hace que algo se despierte. Y me obligue a mirar. No para llorar, sino para ver. Para no olvidar.
Un abrazo con la bruma en los ojos y el corazón al acecho.
Samuel... Me estado acordando mucho de tí estos días con las noticias.
Suerte que eres un tío de recursos y te basta mirarte a la cara para reír de ti mismo.
La vida es un teatrillo, un entremés al ritmo de maracas y pandereta, un jardín de infancia lleno de niños en cuerpos de adulto que buscan llevarse el mejor juguete y es aquí donde invoco el romanticismo del duelo (por supuesto que es mucho más complejo que esto), pero que solucionen el conflicto entre los dos o tres que están aludiendo a la "ley de tengo más cojones," y que a los demás nos dejen vivir en paz, aunque supongo que sería mucho menos lucrativo si se hiciera así que como están imponiendo los niños más malcriados y egoístas del jardín (o psicópatas, no olvidemos que son el 1% de la población, pero, casualidad poco casualitosa, por desfortuna para los demás, siempre se las arreglan para terminar en puestos de poder).