🍂Haber sido es la forma más segura de ser
Dentro hay soldados patosos, niños llorones y un ser o no ser, en español, así que mejor que aquel otro (6 minutillos y algo)
Yo creo que lo hacen a propósito.
La chica toma otra papita con una pinza de dedos extraña, como la gente que pierde un brazo y lo sigue sintiendo, esta chica tiene miembro fantasma de uñas postizas.
Le pego el pasaporte contra el cristal.
Lo mira sin mirar. Ya podría decir que soy el rey de España que iba a seguir masticando con ese gesto de: y pa’qué me van a servir las mates en la vida, seño.
Detrás de ella hay un tipo que lleva los pantalones fofos y el fusil como se cuelga una sombrilla de playa; también otra chica, que no come papitas, pero sigo sin entender cómo no hay ni un cabo que les diga que estar de guardia con el pelo suelto no se hace.
Abre más la boca:
—Visa.
Voy a la última página y contra el cristal.
Con un cabeceo me deja pasar para poder seguir comiendo papitas en frente del siguiente.
Yo creo que lo hacen a propósito, que ponen a los soldados más pelagras en los checkpoints para tocarle los cojones a los palestinos.
En fin.
Se acaban las motos sin casco y los coches sin cinturón, estamos en Jerusalén.
Israel es una tarta con receta y molde; Palestina es el bizcocho de la abuela, a ojo y no bajes a comprar, mi niña, que le ponemos de esto otro y ya está.
Aunque qué voy a saber yo.
Estar aquí, donde no entiendo la lengua ni de estos ni de aquellos, es como caminar por un bosque rodeado del canto de pájaros.
Una vez un soldado, por la calle, me comentó algo y le dije que no hablaba árabe, sin pensarlo; es lo que digo todos los días. Creo que le ofendí, porque él no puede saber lo mucho que se parece el canto del mirlo al del zorzal.
Me he dado cuenta de que me gusta Jerusalén porque vuelvo a hablar español.
El descanso.
La lengua hogar.
Uno no sabe cuánto vive en su lengua hasta tiene estos naufragios lingüísticos. Me agarro a quien hable español como para esperar que se despeje el cielo y pedir un rescate.
Aunque sólo minutos, una charla con el otro profesor de lo que sea.
—El dos de diciembre me voy —dice.
—Vaya…
La balsa de salvamento vino picada. Samu, a pie firme, lleva una mano recta a la sien en saludo marcial. El agua le escala por los tobillos. Las olas mecen la balsa como una moneda en la danza del vientre.
Y luego a clase con los humanos en miniatura.
Las personas que serán están aquí dentro, gestándose. Ninguno de ellos me agradecerá que no lo tirara por la ventana, pero está bien así. Se acercan y me hablan mucho, pero yo sólo escucho el monólogo de unos Sims.
Estos meses he aprendido a asentir en muchos idiomas.
—Ratón. Mira —Le dibujo un ratón y ya entiende el ejercicio.
Mis dibujos son tan malos como los suyos, creo que por eso me aceptan. Eso, y porque hay una comunión de gestantes: yo tampoco sé y ellos se dan cuenta.
He aprendido que al hammam significa el baño.
Porque mis compañeros gestantes son unos meones.
En el recreo camino por el patio y escucho esas palabras. Fuera del mundo hispano, el español se te subraya en la calle. Creo que ya lo escribí una vez por aquí: en el extranjero no puedes decidir no escuchar español si alguien lo habla.
Es una llamada a la sangre.
Miro de golpe y se sobresalta. Es una antigua profesora; le doy dos besos al saludarla y, en esos besos, hay un manifiesto. Por mi parte.
¡Que se sepa que yo soy!
A Samu le entra agua en las botas de lluvia, pero la fuga se para y queda, en ese estanco con forma de donut, alrededor de su pierna, un pequeño pez dorado que nada distraído en círculos.
En la Ciudad Vieja de Jerusalén las tres religiones se ponen de acuerdo en una única cosa: darle de comer a los gatos.
Me desvío, doy un paseo antes de volver, visitando a estos pequeños politeístas, y descubro a un gato escondiendo una caca en un geranio.
Luego, de regreso al bizcocho de la abuela, donde si te sientas en la primera fila, fumas con en conductor, aunque no fumes. A mi lado un hombre tiene en el móvil, de fondo de pantalla, fajos de billetes de doscientos shekels. Yo tengo un pecado en el maletín: las monjas me han dado chorizo.
Y el pecado llama al pecado.
La primera chica que veo en dos meses usando escote. Una señora lo mira fijamente, el escote. Es curioso, porque no lo recrimina, lo descifra o lo interpreta. Lo mira como se mira un cuadro raro en un museo, con ese toque de qué me querrá decir con esto.
No puede apartar la vista de él. Tiene que estar viendo algo más. ¿Será pena? Una compasión sentida, un dolor empático, un no lo hagas desde lo alto de un edificio.
La joven se baja. La señora la sigue con un rezo en la mirada.
Y llego a mi barrio.
Los tenderos ya me hablan en inglés. El otro día saludé al librero de la universidad y, al pasar, escuché que le decía en árabe a su colega:
—Es español.
—¿Eh?
—Que es español, el profesor de español.
El frutero me dice que tengo buen ojo para elegir dátiles. Quien me quiera conquistar, lo tiene complicado después de ese cumplido. Y llego a casa, dejo las bolsas ante la puerta y, en lo que busco las llaves, sale una mujer de su casa.
—Marhaba —digo.
La mujer gira sobre los talones, abre con llave y se vuelve a meter en casa.
Dirán ahora de mí, en el barrio:
—Ese es Samuel, el que habla a las mujeres.
Por eso aquellos dos besos eran un manifiesto:
Yo sé ser, en alguna parte del mundo; perdónenme que no sepa en esta.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
P. D.: Recuerda que tienes hasta el 9 de diciembre para terminar Tierra en las uñas antes de que cierre los post para poder editarlo como unidad ✨
¡Qué lindo Samu!, esa última frase encierra muchas cosas. Un abrazo grande🫂😘
Que interesante todo! Algunas partes me asombran y otras me suenan familiares.
Tengo que confirmar el hecho de que en el extranjero es imposible no escuchar cuando alguien habla en español, como que sin quererlo tu oído se agudiza y capta cualquier palabra o conversación.
Vivo en una ciudad turística de Italia, acá se escuchan todo tipo de idiomas, pero predominan tres nacionalidades, tres idiomas distintos y coincidimos en eso de alimentar a los gatos! 😅