🍃La bestia de las mil cabezas
Se celebra algo, en alta mar, con la piel cortada por el viento y los ojos fijos en la niebla, entrecerrados, viendo casi más con el oído o con un acechar nervioso, instintivo, que anticipa la captura
La madera ha perdido su lustre.
Los dedos del guardiamarina juguetean nerviosos con las vetas de la baranda de proa, áspera, por los días de silencio en cubierta desde que entraron en ese banco de niebla eterno. Se quita el sombrero y lo abanica ante sí, como si tratara de apartar el humo en alguna recepción nocturna de su padre, comodoro de la misma armada.
Un marinero lo mira desde atrás, aferrado a un cabo. Lleva sin dormir las treinta y seis horas que llevan de niebla, o tal vez sean sesenta y tres; lleva esas mismas horas agarrado a lo que sea que le transmita un poco de seguridad, un poco de aplomo para cuando llegue el... Ahora es ese cabo. Lo sujeta con las dos manos, altas, como un alabardero en guardia, pero no hay hombre que pueda aguantar tanta vigía. El cuello se le acuna hacia uno de los hombros y los ojos buscan esconderse en los párpados superiores. La mirada le queda de un blanco mortuorio, ausente dentro de sí.
La cubierta se mueve y, con un resoplido, el marinero vuelve al mundo. Se ha movido poco, menos de media cuarta, apenas como si la nave subiera la nariz lo justo para respirar y ya volviera a su postura, pero son demasiados años en la mar. Entonces, un mal fario ancestral le corta el cuerpo, le congela el estómago.
Sólo el gemido huérfano de los cabos existe. El guardiamarina ha desaparecido.
Con paso lento, como quien se acerca contrito a la sepultura de un familiar querido, avanza hasta la baranda y, por primera vez, no se agarra a nada, se asoma distante, como desde un palco, y le llega, antes de verlo, ese crujido bestial. Más abajo emerge una cabeza enorme, amorfa, parda oscura y llena de dientes; rumia el cuerpo abandonado de toda alma del guardiamarina.
Un leve viento sopla y el sombrero le cae en círculos de otoño hasta perderse en esa trituradora de dientes, que ya casi acaba con el cuerpo.
—Santa María, madre de Dios… —Le sale de lo más negro de los dientes.
Y, manejado ya por la sal que le navega las venas, gira sobre sí mismo y se lanza contra la campana de proa. Suena como habrán de sonar las iglesias el día del Apocalipsis, y una voz rota replica al primer toque:
—¡Infantes de marina, a las armas!
Otras voces se duplican dentro, en la lengua de la guerra, y los costados del buque se erizan en cañones mientras empieza a emerger una estampida de botas y casacas de infantes con mosquetes, sables, hachas que corren a cubrir sus posiciones. Los marineros llegan a las suyas y, un pequeño grupo, escala los mástiles para preparar aquello que les había ordenado el capitán.
Luego, silencio.
Tanto silencio que, francamente, aquel marinero de proa empieza a dudar de si aquella cabeza calva y grotesca no sería un fantasma del insomnio. Mira a su alrededor, toda la tripulación en nervio vivo, y, con la espalda fría de sudor, por un momento, hasta desea que la bestia los parta en dos sólo por no tener que afrontar la vergüenza de…
Pero la cubierta tiembla, como si sus maderas contuvieran de pronto la erupción de un volcán, y el marinero se arrepiente al punto de la cobardía en sus deseos.
De aquella misma baranda de proa emerge la cabeza, más que parda, en carne viva, bulbosa e irregular, con una sonrisa de sables desordenados por dientes. Allá a babor surgen de entre la niebla otras dos cabezas idénticas, de cuellos largos y mirada gualda. Cinco más a estribor, diez en popa, cuatro otras en proa y, por fin, un grito definitivo, único, desde las tripas del buque: toda la baranda de estribor estalla en un cataclismo de fuego. La sigue la estampida de la batería de babor y, como un granizo sordo, los disparos de mosquete de los infantes.
Las cabezas se encabritan, barren la cubierta y apresan a su paso cuanto cuerpo cae en aquellas fauces de espadas. La artillería ligera de las barandas está a punto de abrir fuego, cuando:
—¡La quiero viva! —cruza una voz la cubierta y, aun en el escándalo del fin del mundo, es oída como la palabra de Dios.
—¿Viva por qué, mi capitán? —dice a su lado el contramaestre, algo agachado, como si esperara la caída del cielo en su espalda.
—Para que pueda darle las buenas tardes a los que dijeron que no la encontraríamos.
Una segunda escuadra de infantes carga entonces garfios en los cañones ligeros y vuelan con el estampido para atravesar a la Bestia de las Mil Cabezas. Tratan de afianzar los cabos en la baranda, pero son barridos por las dentelladas del demonio marino. Nuevos soldados ocupan sus puestos, las rodillas clavadas en cubierta, bañada de sangre conocida.
—¡Más arena! —grita uno.
Y un grumete la vuelca junto a ellos, tan crispado por el miedo que el cubo le sale volando de las manos junto a la tierra. Unos gritos, como de gaviotas hermanadas a la refriega, se oyen desde los cielos y, primero por babor, luego estribor, dos grandísimas redes aterrizan como una caída de telón sobre los cientos de cabezas que ya emboscan el alrededor del barco.
Nace un aullido del inframundo de las bodegas, con tanto ardor, que llega a ser audible en el caos de arriba:
—¡Fue-go!
Las dos baterías estallan y, por fin, el rugido que nace de esas mil fauces es un lamento sostenido, un gemido que chirría embotado por la niebla.
La tripulación se permite un primer jaleo de victoria.
Horas después, el navío deja atrás el banco de niebla. Pese a la euforia y la música de violines, avanza penosamente, pesado, porque aquellas mismas redes arrastran tras de sí a la Bestia, que agita sus mil cabezas, inerme, a la zaga del buque.
La primera luz del alba cae sobre la popa y, allí, entre la marea de cabezas mánsamente airadas, se lee en el rótulo de popa un nombre en letras doradas: «Nuestra Señora del Miradero».
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
¡Felicidades a todos! 🎉
Hemos llegado a los 1000 lectores suscritos a Miradero. Mil personitas que reciben su correo con sello verde todas las mañanas, o tardes, o noches, porque cada vez se suma gente de más países y eso me pone muy felisss.
O sea que sí, técnicamente te he llamado «bestia marina de mil cabezas» a la cara. Pero era necesario por el ✨👁️ D R A M A 👁️✨
«El jardín de las mil florecillas simpáticas» no daba tanto juego para un relato conmemorativo.
Bueno,
Los miranderos primigenios recibirán algo especial estos días en su correo.
LECTOR: ¿Primigeniqué…?
Ya.
Tranquilo que, si no sabes lo que es, tú no eres parte de ello.
La Primigenitura es un grupo de lectores, fieles de cojones, que llevan desde siempre suscritos a Miradero. Aquellos que, antes del 31 de diciembre de 2024, rellenaron algo que les pedí, consiguieron el título.
Habrá una nueva oportunidad de conseguir ese título el 15 de diciembre de 2025, pero sólo para lectores suscritos en 2024.
Ya, tú que te suscribiste el 1 de enero de 2025 no puedes tenerlo.
Dura lex, sed lex.
¡PERO!
Tú puedes tener algo que, algún antiguo de 2024 despistado podría perderse hoy y es el título Vanguardia de Mil.
Lo sé, soy un maldito friki y, por extensión, tú también tienes que serlo para que lo nuestro funcione 🥸
SEÑORO 1: ¿Y esto para qué carajo sirve? ¿Nos vas a pedir jugar a las casitas de muñecas, también?
Relájate, pedazo de retrasado.
Estos títulos son una manera de premiar a la gente activa y a los que llevan aguantando la marea de correos tiempo. Cada tanto aparecen cositas, bonus y movidas que te llevas si tienes cierto título.
Por ejemplo, mira este botón:
Si invitas a tres personas a que se suscriban a Miradero, tienes que elegir entre dos recompensas; si eres de la Primigenitura, te llevas las dos recompensas sin necesitar elegir.
Pues ese tipo de cosas empezará a pasar también con la Vanguardia, y así hasta que seamos suficientes para comprar un país pequeñito, formemos una fuerza armada, anexionemos un par de países y tal. Ya sabes cómo va esto.
Cuestión,
Que si quieres el título de Vanguardia de Mil, sigue el enlace de abajo. Tardarás dos minutos en rellenarlo y te lo quedas pa’ti pa’siempre, y los bonus que lleguen.
Sólo digo que el día de publicación de la novela está a punto de anunciarse y se me apetece hacer regalitos a gente con títulos histriónicos que la compre 💅✨
🔒 Periodo de inscripción cerrado 🔒
La posibilidad de conseguir el título se cierra el 24 de abril.
¡Besitos volados!
P.D.: Sí, si ya eres mirandero primigenio, tambien puedes pillar este título.
Para en un par de años poder hacer:
QUÉ COSA has hecho. No estás tú para saberlo ni yo para contarlo pero si hay algo que me encanta, me vuelve loca de remate total y cambia mi ánimo por completo es el mar.
Dios se equivocó conmigo y debió dejarme en algún lugar cerca del agua.
Por tanto, podrás imaginarte que tu relato sobre los mil suscriptores me astro fascinó porque soy muy fan de estas historias marinas, de piratas, de monstruos… (Y esto me da para revelar luego una completa ñoñez en mi newsletter que tiene que ver con un club al que pertenezco sobre marineros).
En fin, a lo importante: MUCHAS FELICIDADES, SAMUEL. Astro merecido por cada correo con el que haces pensar, reír, imaginar…. Te mando un gran abrazo 🤗 y aplausos miles.
"Lo sé, soy un maldito friki y, por extensión, tú también tienes que serlo para que lo nuestro funcione."
Jajajaja....no me he podido reír más leyendo esto. Algo de verdad hay en esto querido Samuel. Super felicidades, de nuevo! 🎉🎉🎉Merecidos mil lectores y los que están por venir 🙌🏻🙌🏻🙌🏻
PD: recuerda que tuve reconocimiento tardío de primigenitura!
PPD: me voy corriendo a ser parte de la Vanguardia de Mil para que no pase como la otra vez 😶