🍃La última palabra del regocijo de las musas
El día que murió el escritor no es el mismo que murió el hombre, y el fin de sus letras es tan aniversario como el fin o el comienzo de su vida (8 mins)
Ayer dije que un escritor vive muchas más que una vida sola.
Pero no hace falta escribir para saber robar dos cartas o tres del mazo de las vidas. Puede que tú también, cuando miras atrás, te recuerdes en momentos que son tan ajenos a tu presente que podrías haber tenido otro nombre y quizá habría sido más sensato.
Un Yo que fui que sólo por casualidad se parece al Yo que soy.
Hay un yo mío que llevaba uniforme verde, y lo recuerdo un día, con esas botas que todavía guardo, los pantalones pinzados dentro, la guerrera remangada y cruzados los brazos sobre el pecho, sobre un bordado negro, vertical como el uno romano, la divisa pobre y orgullosa del soldado. Al lado, el apellido de mi madre: Martín.
Es curioso, y bastante casual, o quizá no, cómo elegí el apellido de mi madre para las armas y el de mi padre para las letras.
Allí, cruzado de brazos ese yo mío, mira dos siluetas negras, que todavía sólo conoce de pasada, y adornan la entrada de la posición 4.28, la base española al sur del Líbano. Esas siluetas que podrían aparecer a un lado y otro del escudo de España o sobre las columnas de Hércules: la silueta de un caballero, jinete triste, y su escudero, panzón, en una mula.
Un día, cuando le dije el nombre de esa base a una amiga me dijo, molesta:
—¿También? Es que le ponen su nombre a todo, hay más autores, ¿sabes?
Base Miguel de Cervantes, se llama la posición 4.28.
Y todavía sería una buena práctica que todo escritor español le pusiera Miguel a su primer hijo y Miguel al segundo, por si acaso algún día se nos llega a olvidar que el mejor escritor humano de todos los tiempos fue, y se llamó a sí mismo con orgullo, español.
Que los españoles tenemos bastante historial con eso de cogerle el gusto a olvidar cosas.
Miradero podría pasar a ser una newsletter diaria exclusivamente sobre Cervantes y me quedaría antes sin días yo que sin temas de los que hablar. Desgraciadamente para ti, esta es una newsletter sobre mis mamarrachadas, pero es un día especial y hay que traerlo por aquí.
Justo hoy, diez y nueve de abril (como habría dicho él), se cumplen 409 años de su muerte como escritor, porque aunque dejara de respirar el veintitres, tres días después, hoy escribió su última carta.
Y eso es lo que te he traído esta mañana, porque quizá nunca la has leído y es una pena que no sepas qué tenía en mente «el regocijo de las musas» al filo de caerse de la vida.
Spoiler: escribir.
Escribir y dar las gracias.
Te podría poner en contexto de sus últimos días, de su enfermedad, pero ya se ocupó de eso él mismo en el prólogo de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1616), porque, sí, Cervantes escribió (mucho) más que el Quijote.
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.
Llegando a nosotros dijo:
—¡Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?; que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.
A lo cual respondió uno de mis compañeros:
—El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué pasilargo.
Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo asirme de la mano izquierda, dijo:
—¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:
—Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.
Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:
—Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.
—Eso me han dicho muchos —respondí yo—, pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.
En esto, llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.
Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla.
Tornéle a abrazar, volvióseme ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!
Cuando escribió el prólogo del Pérciles, Cervantes ya sabía que se moría, y tenía razón, porque esa misma obra es de publicación póstuma, pero esta, por poco, no será su última despedida por escrito, esa se la dedica al conde de Lemos.
Algún día hablaremos de la figura del mecenas por aquel tiempo, y de su importancia como para qué alguien como Cervantes dedicara los últimos momentos de su mano buena a agradecerle su ayuda, en vez de despedirse de su hija o su esposa, que las tuvo, por ejemplo.
Te dejo con él.
No creo que haya que desearle buenaventura, allá donde esté, porque si no le ha tocado ya a él, aun sin deseársela, poca esperanza nos queda para que nos toque a nosotros.
A don Pedro Fernández de Castro,
conde de Lemos, de Andrade, de Villalba; marqués de Sarriá, gentilhombre de la Cámara de su Majestad, presidente del Consejo Supremo de Italia, comendador de la Encomienda de la Zarza, de la Orden de Alcántara.
Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan:
Puesto ya el pie en el estribo,
quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar, diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía me alegro de la llegada de Vuesa Excelencia, regocíjome de verle señalar con el dedo, y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas, dilatadas en la fama de las bondades de Vuesa Excelencia. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín, y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diese el cielo vida, las verá, y con ellas fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia. Y, con estas obras, continuando mi deseo, guarde Dios a Vuesa Excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueve de abril de mil y seiscientos y diez y seis años.
Criado de Vuesa Excelencia,
Miguel de Cervantes.
🌈👆 Escucha, escucha👆🪅
Oro puro
Agradecidísima de que nos traigas escritos de don Miguel, y nos recuerdes que hubo un señor que plantó una semilla que nunca ha dejado de florecer, porque a veces parece que tenemos muy mala memoria. Pero, cito “Justo hoy diez y nueve de abril…” Samu, sabes que hoy es “diez y nueve” de marzo, ¿verdad? ¿No me entero y es intencionado? Abrazo!