🍃La única pena es que se acabe
Ayer desintegré a dos seres humanos con un rayo censurador de carne. Te cuento cómo en cinco minutillos.
Estaba revisando materiales que suelo utilizar en clase, adaptándolos para las asignaturas que tendré en la Universidad de Birzeit, y me encontré con un inocente juego de memorización que hice, hace quizá algo más de un año, para una clase en Australia.
Van pasando fotos de gente con diferente ropa y, por equipos, cada alumno va diciendo el nombre de la prenda y tal; si falla, vuelve al principio. Así, en una espiral de tortura de agujero de gusano temporal, se aprende el vocabulario.
¡SIN EMBARGO!
Una pobre chica, cuyo único pecado fue seguir una dieta jodida para lucir palmito (escuché esta palabra después de mucho tiempo desaparecida del mundo y quería utilizarla), estaba entre las fotos… en bikini.
Me la cargué.
Demasiada carne para Medio Oriente, supongo.
Me la cargué a ella y a su amigo sin camiseta. Cambié la imagen por un bermuda y un bañador largo tirados en la arena, vacíos de carne, inofensivos para la vista del que se quisiera ofender.
Es lo que hay, tampoco tenemos que darle más vueltas, pero esa imagen de los bañadores tirada en la arena me hizo pensar en esa chica y ese chico, desnudos, corriendo por la playa fuera del ojo de la cámara. Riéndose, muy probablemente, de la gente vestida o del viento que la despeina a ella o del sol, porque sólo alguien que se ríe desnudo puede burlarse del sol, y hasta intimidarlo un poco.
Unos Dafne y Apolo danzantes, divertidos, o los Adán y Eva premanzaniles que todavía no hubieran descubierto que las hojas de parra servían para tapar, ni que hay algo con necesidad de ser tapado.
Pensándolo bien, es más escandalosa la foto de dos bañadores vacíos que la de dos personas llevándolos, pero con suerte los alumnos no se darán cuenta de esto y sólo verán ropa tirada en la arena.
Uno (o sea, yo) se empieza a dar cuenta, a tres días del vuelo para allá, de la realidad del asunto y de cómo cambia mi trabajo dependiendo de dónde ponga la chincheta de mis zapatos en un mapa.
Estaba el otro día escribiendo una presentación de cómo se iba a evaluar la asignatura, con los porcentajes para la nota final y eso, y me quedé mirándolos, pensando en los contratiempos habituales de allá que ya me había comentado mi colega, la que deja la plaza en la uni para que la tome yo, y escribí bajo los porcentajes, en gris, ni demasiado grande ni demasiado pequeño:
«These percentages may vary if social events beyond our control disrupt teaching practice»
Traducido: que vamos a hacer lo que podamos con lo que tenemos, y que las matemáticas no siempre tienen que ser superexactas.
Pero bueno,
Me he mudado varias veces de país en mi vida y no siento nada diferente dentro de mí con respecto a las otras veces, así que todo irá bien, igual que lo fue siempre; sólo esa tibia incertidumbre por disipar una nueva sombra del mapa y esa lista incómoda con cosas por hacer antes de irse.
Pero, al final, en todos los sitios se juega a lo mismo, seguro que sé pillarle el truco.
El próximo domingo ya habré pasado los primero días allí, así que te podré contar qué hay en esa parte del mundo, a qué huele y cómo de jodido estoy por haberme saltado las clases de árabe.
¡Besitos volados!
¡Feliz viaje y mucha suerte!