🍂Los dioses cuidan de sus profes
Hoy es el día de «lleva a tu suscriptor al trabajo», así que te traigo seis minutillos de paseo a una de mis clases, la que se siente como una paliza de los siete enanitos: mis clases de los sábados.
Los sábados por la mañana nunca quiero ir a Jerusalén.
Y aquí estoy, en la guagua de camino al checkpoint, mirando a un viejito con un fajo rosa de billetes de lotería. Los va pasando despacio, con una serenidad congénita. Cien boletos para intentar darle una alegría a otro. Cada tanto se moja un dedo con la lengua y, desde la distancia, parece que estuviera besándolos o susurrándoles un deseo.
Vuelvo a mis apuntes.
Me he convencido de que podía utilizar el trayecto para estudiar, aunque sean las seis y algo de la mañana, y voy leyendo cosas que me interesan sólo colateralmente mientras alterno, cada vez con más frecuencia, en dejar que la vista me vaya a respirar por la ventana.
Mira que tienen la ciudad llena de porquería estos cabrones.
Pero estoy en el camino hacia la aceptación: ta bien, es su ciudad y ellos la quieren así. A un lado de la acera hay un niño viejo o un adulto bebé con una bolsa inmensa de basura; sin embargo, es puntilloso con cuál merece ser recogida y cuál ha de asumir la sagrada tarea de engalanar bordillos: botellas, rescatadas; todo lo demás, escaparate de lo haber sido.
Tenemos que cambiar de guagua y le pregunto a un señor taxista que está a punto de dejar de serlo (para empezar a comprar cien boletos de lotería por la mañana). Le saludo en árabe y le pregunto en inglés. Me mira sorprendido:
—Your shape is Arabic.
(Tu apariencia es árabe. Dicho a su manera, pero ya habla más inglés que yo árabe, no estoy yo para irle detrás con un diccionario a nadie en este país)
Cuando le digo que soy español, le entran ganas de seguir hablando. Eso siempre me acaricia un poco por dentro. Me pregunta qué hago aquí, le digo que trabajo en la universidad:
—What… eh… What magic do you teach?
Me río. Le daría un abrazo a este señor. Le digo que español y, después de despedirnos, cuando llega mi guagua, me la señala mucho, emocionado, desde el taxi.
En Israel hay dos tipos de guaguas (que significa autobús en español aburrido, por cierto), deliberadamente o no, hay guaguas de árabes y guaguas de judíos. Nada impide a uno irse a la guagua del otro, pero, por los trayectos bien diferenciados que hacen, uno no tiene nada que hacer en la del otro.
Vuelvo a los apuntes y a respirar por la ventana. Orden. Calles limpias, de basura y de gente. El alboroto que me encanta de Ramallah no llega aquí y, si el pago es la basura, me quedo con la basura. Veo a un judío ortodoxo, hay diferentes tipos (creo que uno por cada tribu, pero podría ser un triple de los míos), este lleva las patillas en rizo, va de negro y con sombrero.
Y lee.
Camina pinzando un librito de bolsillo y veo poca diferencia con cualquiera que vaya hecho una alcayata sobre el móvil. La misma molestia de estar vivo en el camino, el ansia de desmenuzar el presente.
Y llego al colegio.
Ojalá alguno de estos tres dioses se acuerde de bendecir a los maestros de escuela. Soy profesor desde hace unos años, pero esto es literalmente otro trabajo; me recuerda más al de un antidisturbios. Seré una persona horrible, pero mentiría si no dijera que hay veces que le pegaría un palo en la cabeza a alguno de los niños.
Siempre he dado clase a adultos, excepcionalmente a algún alumno de quince años o así, y ahora le doy clase a seres de seis a diez años SIN HABLAR SU LENGUA. Así que, en este punto de la mañana, durante el recreo, sólo quiero taparme y dormirme para siempre; pero es cuando toca el café con la hermana H., cuando termino entendiendo algunas cosas, recordando otras, y no me queda más que ir a por el escudo antidisturbios y volver a clase.
Abro el maletín y ahí está.
El otro día, después de mis clases a humanos universitarios civilizados, una chica se acercó a mi mesa y me lo dio. Le pregunté qué significa y me lo dijo, pero prefiero guardarme eso para mí. Luego:
—Quería que lo tuviera, bienvenido a Palestina.
La Universidad de Birzeit es la más antigua de Palestina, es más antigua que muchas españolas, y desde luego más que todas las canarias, pero sólo pueden ofertar tres lenguas extranjeras diferentes al inglés. Tres. Hebreo, turco y español, fin. Porque no hay profesores.
Si yo no estuviera aquí, estaría cualquier otro, esto no es para echarme flores, es para echarle flores al Ministerio, que sigue manteniendo este convenio pese a las tensiones (fuertes) políticas. Lo que permite, por ejemplo, que un alumno de Traducción, un título que obliga a tener créditos en terceras lenguas extranjeras para terminar la carrera, pueda graduarse y seguir con su vida, en vez de tener que meterse un dedo en el culo porque todo cristo se largó de aquí.
En el Colegio del Pilar, una niña de cuarto grado me hace una señal para que vaya. Mete la mano en el estuche, saca una goma verde con forma de estrellita y me la pone en la mano, con esa sonrisa a media asta de dientes.
Ella creo que no necesita los créditos para terminar la carrera.
Supongo que esta es la bendición de los tres dioses. Y por eso todos los sábados por la tarde, cabeceando de vuelta a Ramallah, sé bien que la próxima semana voy a volver de nuevo.
Lo que es a ti, te veo mañana,
¡Besitos volados!
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
Wow Samu, me he emocionado. Debe ser muy duro ser profesor de escuela, pero estoy segura que esas dosis de dulzura van a recompensarlo todo. Gracias por las emociones😘
Tremendo Samu, tu forma de escribir hipnotiza. Y sobre todo es divertida, no como esos mortales que escriben en español aburrido.