Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Quizá mañana nieve.
Hace mucho que no veo nevar.
El cristal de la guagua se ha empañado por completo, fuera hay tres grados; dentro, sólo un cansancio masizo que se me agarrota en los brazos y me curva la espalda. Hay algo performático en estar así de cansado, una pose deseada o un buen perfil a la cámara. Darme cuenta de que estoy tan agotado hace que, en la propia observación del agotamiento, me revitalice, como si el cansancio perteneciera sólo a una maqueta de lo que soy.
Llevo un pulgar al cristal y le quito la bruma al mundo, sólo un poco, sólo para que mi maqueta cansada tenga algo más que mirar que esta miopía de condensación.
Y me doy cuenta de que todo lo que pasa es un símbolo de otro algo, que se retuerce y desea existir, aunque le pise la bota de la realidad con toda esa saña cruel que tiene siempre lo objetivo.
Me doy cuenta, mirando esa Palestina, que corre al otro lado de una huella dactilar por ventana, que yo, en conjunto, soy eso: un tipo intentando contarte qué es este lugar aun viéndolo siempre a través del hueco de la cerradura.
Y no es demasiado justo, para nadie, así que creo que voy a dejar de hacerlo un tiempo, para que te hable de ella gente que sí la conoce o conoció de verdad.
EL COMANDO Y LA TIERRA
I
Me siento a escribir… Mas, ¿qué puedo escribir?
¿De qué vale decir
«patria mía»..., «gente mía»…, «pueblo mío»?
¿Protegeré a mi gente con palabras?
¿Salvaré con palabras a mi pueblo?
¿No es absolutamente despreciable
sentarse a escribir hoy?
Hoy, todas las palabras
son sal, no echan ramas ni flores
esta noche.
II
En medio del sopor y de la ausencia,
un divino candil le alumbró los rincones del alma,
encendiendo en sus ojos el ardor de dos brasas.
Cerró la agenda,
y Mazin, el doncel valeroso,
se dispuso a llevar la carga de su amor,
las inquietudes de su tierra y su pueblo,
los restos de deseos diseminados.
—Me voy, madre;
voy con mis camaradas,
donde debo.
Contento con mi suerte,
como roca que el cuello me atenaza.
Arranco desde aquí,
y todo lo que tengo:
pulsos, amores, gustos
y servidumbres,
lo entrego por su causa,
en dote por la tierra.
No hay nada más querido
que tú, salvo la tierra.
—(¡Hijo mío!)
(¡Corazón!)
—El alegre desfile,
madre, no llegó aún,
pero ha de llegar;
la gloria arrea sus pasos.
—(¡Hijo mío!)
(¡Mi…!)
—No te apenes si caigo antes que llegue.
Nuestro camino es largo,
penosísimo,
y se pierde a lo lejos,
sin saber en qué punto quedará.
Cruzamos, alumbrados por sangrientas antorchas,
las infernales playas de la noche,
para que la alegría llegue tras nosotros.
Porque ha de llegar asa alegría,
tomar en la medida que se da.
—(¡Hijo mío!)
(¡Corazón!)
(Bendíjole con dos
azoras del Corán)
¡Vete!
(Pidió al Señor por él)
Mazin era su príncipe, su mozo,
señor de los jinetes.
Mazin era su orgullo y su grandeza,
su dádiva a la patria.
En la infinita tienda de la noche,
al aire abierto,
la madre se levantó para rezar.
Y alzó su rostro al cielo,
desbordante de estrellas
y de enigmas.
¡Oh, día en que a la vida le entregó,
cual trocito de masa perfumada,
con la fragancia toda de la tierra!
¡Oh, día en que le puso el pecho fértil,
abrazó su embriaguez,
y descubrió el sentido de la vida
en la gota de leche!
¡Hijo mío!
¡Corazón!…
Por ese solo día,
por ese, te parí.
Por él te di a mamar.
Por él te di mi sangre,
te di todos mis pulsos,
y todo lo que pueden dar las madres.
¡Hijo mío!
¡Planta noble arrancada de su tierra!
¡Vete!…
No hay nada más querido que tú,
salvo la tierra.
III
Tú vas, tras de los cerros:
Orejas que se tensan en las sobras;
ojos a los que el sueño abandonó.
El viento, tras los bordes del silencio,
retumba por los cerros;
va jadeando en pos del aliento perdido;
corre dentro del círculo mortal.
¡Mil «¡hojas!» a la muerte!
Y la estrella caída se abrasó,
atravesó los cerros
como un rayo de voz enardecida;
sembrando por los cerros un vivo resplandor.
En una tierra que nunca derrotará la muerte,
que nunca podrá la muerte derrotar.
Fadwa Tuqan (1917–2003) es considerada la madre de la poesía palestina.
El general israelí Moshe Dayan fue escuchado una vez diciendo que leer un poema de Tuqan era como «enfrentarse a veinte comandos enemigos».
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
Espero que de alguna manera sigas mostrando esa Palestina tan desconocida para la mayoría, aunque sea usando la voz de otros. Sin embargo creo que tu mirada es muy interesante. Que desde ese ojo de la cerradura a veces se ven cosas que pasan desapercibidas cuando estás muy dentro. Si no, será una pena para mí, que te acabo de descubrir hace poco y tenía muchas ganas de aprender montones de cosas. Por suerte me queda ir leyendo todo lo anterior, que estoy en ello.
Esa una barbaridad cómo escribes, es lo primero que pensé cuánto me tropecé con tu perfil, y lo que he pensado esta mañana cuando he abierto el correo.
Y gracias por ese poema que me ha erizado la piel y me ha nublado la vista.
“Me doy cuenta, mirando esa Palestina, que corre al otro lado de una huella dactilar por ventana, que yo, en conjunto, soy eso: un tipo intentando contarte qué es este lugar aun viéndolo siempre a través del hueco de la cerradura.
Y no es demasiado justo, para nadie, así que creo que voy a dejar de hacerlo un tiempo, para que te hablen de ella gente que sí la conoce o conoció de verdad.”
¡Me alegro de que hayas compartido el poema!
Pero no estoy de acuerdo en que no sea correcto que compartas tu punto de vista a través del ojo de la cerradura. Que no tengas ganas de hacerlo no es lo mismo que "no deberías" o "no tienes derecho a hacerlo".
Solo digo. El vistazo a través del ojo de la cerradura ha sido muy satisfactorio.
Fue una de las razones por las que pensé en revisar su publicación cuando me la recomendaron. (¡Ojalá pudiéramos volver atrás y averiguar quién! Parece que no puedo.)
Gracias de nuevo por el poema. Siempre estoy interesado en aprender sobre más poetas que no habría sabido buscar.