Anoche bajé a tirar la basura y, en trayecto del portal al contenedor, coincidí con dos obreros que habían terminado de trabajar.
El tipo alto, canoso, le explicaba al otro algo de la obra y, cuando llegamos al paso de cebra, se dieron cuenta de que iban en diferentes direcciones.
Por el acento, el otro chico debía de ser de Medellín y, por cómo se despidieron, estaba claro que el canoso era su jefe.
Pasé de largo y el chico colombiano siguió mi camino un poco más atrás. Entonces, temblándole la voz, escucho que dice:
—Dios mío… Gracias, Dios, por este trabajito.
Aquello me dejó pensando.
La primera vez que me enteré de que era europeo fue en Argentina.
Y no sólo porque en los seis meses que estuve allí me lo cataran al vuelo todos como si lo tuviera en una etiqueta colgando, sino porque un día, mi compañero de piso (austríaco), se cruzó con no sé qué organización con la bandera de Europa en la fachada y, al llegar a casa, vino corriendo a enseñarme la foto.
Lo primero que me vino a la cabeza fue un: «¿Y qué?».
No le dije eso, claro. No soy tan gilipollas.
Pero jamás en mi vida había sentido un vínculo patriótico con Europa, es más, la había visto como «eso que empieza cuando termina España». Era evidente que él sí tenía aquel vínculo y, no sólo eso, sino que me incluía en esa superpatria suya.
Pensé en el rollo de los PIGS, que quizá los países del sur no nos veíamos incluidos en Europa porque ellos son ricos y nosotros… vamos regulinchi.
Pero luego me acordé de algo.
Yo estaba allí haciendo un semestre en la Universidad de Buenos Aires y, aparte de descubrir lo exigente que era la uni allá, me di cuenta de algo medio gracioso, medio ridículo.
El primer día todos los estudiantes internacionales teníamos una especie de charla. Había gente de todos lados, y en algún momento nos pidieron que dijéramos de donde éramos. Empiezan:
Inglaterra, Indonesia, Finlandia, México, Colombia, Francia, Alemania, Japón, Sur África y, de pronto, Madrid, Valencia, Barcelona, Mallorca, Sevilla…
Claro, cómo nos vamos a sentir europeos si hasta nos cuesta decir que somos españoles.
~Pero es queeee no tiene nada que ver un canario con un gallego o un andaluz con un vasco…~
Nada, que no, que te olvides.
Piensa que yo soy canario, mi acento no es tan reconocible como uno centro-norte peninsular, parece más venezolano, y hacía falta poco más que un hola para que me dijeran: «¡Ah, sos español!».
El extranjero te allana, te ve más rápido que tú mismo lo que tienes en común con tus compatriotas.
En Madrid era el canario, en Argentina, el español, y en la academia de Australia, el profesor europeo.
Por una parte, esto es positivo.
Te obliga a darte cuenta de que, cuanto más te alejes de la puerta de tu casa, más arrastras contigo, más se te difumina el regionalismo para ir incorporando dentro de ti fronteras vecinas que creías insalvables.
En la Plaza Mayor de Madrid un alemán es un extraterrestre, pero, si te vas a Malasia y te lo encuentras ahí, lo mires por donde lo mires, somos primos hermanos.
La parte negativa es que España realmente no es Alemania.
Tanto en Argentina como en Australia me crucé con muchos americanos que me decían que les encantaría vivir en Europa (refiriéndose a España) y, cuando me preguntaban por el trabajo, les decía que en algunas ciudades podía estar complicado, que hay una tasa de desempleo juvenil de casi el treinta por ciento (28,4%, mujeres; 28,6%, hombres).
Ahí se les cambia la cara.
Así que, cada tanto, cuando me encuentro noticias como esta o como esta otra hablando de las dificultades de hispanoamericanos para encontrar trabajo en España, me compadezco.
Sé que no es culpa nuestra que ellos tengan a España dentro del pack de países idealizados (lo del paro sí es culpa nuestra, en diferentes niveles de responsabilidad, pero todos en rojo y gualda).
Y sigo creyendo que ser cola de león no es excusa suficiente para renegar de Europa, pero estaría bien recordar que, en cuanto al parné, y parafraseando a Orwell:
Sí, todos somos Europa, pero algunos son más Europa que otros.
Dios mío! gracias por este textito.
Confirmo, nunca me había sentido tan colombiana y barranquillera hasta que me dijeron que era como Sofía Vergara en Modern Family. Solo necesitas salir de casa para darte cuenta de lo mucho que te pareces a tu casa.