🍂Recórtese por aquí
Hoy no me apetece hablar de mí en Palestina, sino de Palestina sin mí. (4 mins)
Hay veces que Ramallah huele a cáscara de manís tostada, otras a un pan diferente al que te estás imaginando; este es como si un donut grande hubiera adelgazado demasiado y se hubiese quedado escurrido y pensando en cómo operarse de la piel sobrante.
Otras, no huele a nada; suena, casi siempre a voces de mercader, porque Ramallah, por encima de todo, es una excusa: Ramallah es ciudad sólo para poder ser mercado. Así, en cuanto alguien tiene dos cajas de fruta, gana el derecho de afincarse ahí donde el asfalto se orilla con la acera para vender, o quejarse de no vender, y no por ello va asaltarte, no te va a hablar más que con los gritos democráticos con los que salpica al resto; va a estar ahí, parado detrás de sus cajas, junto a otra docena de vendedores de la misma fruta.
Sorprende que un mercado tan improvisado pueda gestar ese pálpito hogareño, esa es la palabra; Ramallah tiene un calor de chimenea que no se siente en Jerusalén, eso era. Quizá por eso los obreros no usan casco, sino gorra, porque nadie medianamente cuerdo llevaría casco en casa. Tal vez, también por eso, aquí las obras casi no suenan, y le dan al martillo con cuidado para no despertar a la familia.
Y cómo será la mujer palestina. No lo sé bien.
Uno la encuentra risueña, sin importar con qué grado de rigor se cubra el pelo, y con algo contundente en el carácter que se parece mucho al arrojo resuelto o la determinación audaz. Es fácil verlas en el campus vapeando y recreándose en aquella esponjosa nube, sueño de humo, sueño de quién sabe qué más. Algunas visten a la europea, otras a lo oriental y un pequeño grupo queda ahí entremedio, de algún modo, armonizando nuestra modernidad con su solera, y nunca he visto a nadie vestir tan dulcemente elegante como eso.
Y cómo será el hombre palestino. No lo sé bien.
Con ganas de reír pese a todo y con mirada de padre desde muy temprano. Se siguen sentando juntos en un bordillo, a hablar de cosas que no entiendo, a saltar para ayudarme cada vez que les balbuceo cualquier pregunta, a ejercer su derecho de fumar, siempre. Hay también como una pena honda, de esas de apartar la vista y cambiar de tema. Nadie habla nunca de eso. En la calle y en el campus, no encontrarías a nadie que no pudiera haber comprado su ropa en la misma tienda que tú.
Y qué más,
Las tarjetas de la ITV tienen forma de margarita y cada pétalo es un mes, por la noche pasan aviones solitarios que suenan como si tuvieran las alas del tamaño del cielo, las mujeres con niqab apenas tienen vista periférica, así que no se apartarán si tienes prisa, porque no te ven, hay guaxis que arreglan las goteras con cemento y, una noche, en un atasco, vi a un grupo de niños en medio de una rotonda que intentaban hacer volar una cometa.
Y no quiero ponerte otra imagen encima de esa última, porque se merece que sea la que te la lleves puesta.
Así que ¡besitos volados!
Disfruto mucho leer tus cartas, Samuel.
Entendí muy bien de lo que hablas cuando dices :
“Con ganas de reír pese a todo y con mirada de padre desde muy temprano.”
Recuerdo que en mi viaje a Marruecos no podía dejar de apreciar los rostros de los marroquíes. Eran rostros exóticos que sentía venían de tiempos antiguos. También sus miradas eran increíblemente penetrantes.
Y a pesar de todo ese mapa corporal que de repente puede parecer “intimidante”, siempre andaban livianos con ganas de sentarse a tomar el té contigo 🫀✨
Tus cartas de los domingos siempre me hacen sentir allí, en Palestina, o más bien, como que me traes Palestina a puerta de mi casa. Lo expresas todo tan cercano, tan sencillo, y tan humano, que casi huelo los olores y veo los ojos de esa gente. Se me quedan las imágenes flotando por la mente y el corazón (y por cierto, gracias por dejarnos con la de los niños y la cometa), siempre con la sensación de estar a las puertas de algo demasiado grande para entenderlo y procesarlo.
Gracias, Samuel. 😌🙏