🍂Si hablara o hablase el muro
«En ningún sitio está escrito que la historia sea racional o justa». —Juan Pablo Fusi.
En la entrada de Qalandiya, el muro, que divide en dos lo que es, huele a humo. Huele a freno quemado, a cambio de aceite del alma.
Sigo a un señor con un kufi, un gorro chato y negro, y una presencia venerable para la que no me hace falta el traductor. Camina con las manos a la espalda y las cuentas de un misbaha se le deslizan por los dedos, lentas, como un metrónomo o el caer del segundero visto desde la plaza.
Subhanallah, otro segundo. Alhamdulillah, otro segundo. Allahu Akbar, otro segundo.
—Yo de verdad vivo aquí —pienso.
Hay momentos en los que tengo pequeños astrales de presente y me veo a mí mismo, un analfabeto que lee carteles como conjuros extraños, aquí, rodeado de lo ajeno.
De pronto, me doy cuenta de que siempre camino por el mismo lado de la acera y atravieso un puesto de fruta para cruzar, para sorprender a la brújula.
Ramallah es una verbena inmemorial, un día de la marmota en la subida del Pino. Levanto la vista, todavía en la calzada. Los puestos de fruta ocupan un carril, otros, caprichosos como yo, deciden caminar por la carretera frente a ciruelas, guayabas y dátiles. Y los coches se hacen gotas de suero, una calma intravenosa que comparte, sin esfuerzo ni altruismo, las arterias de la ciudad.
En el campus de la uni, maqueta urbana a escala, esta generosidad somnolienta también sucede: los estudiantes se barajean con los coches y siempre son estos los que ceden. Muchas veces los ves, mansos, siguiendo la espalda de dos estudiantes que no saben o no sienten la necesidad de apartarse.
—Doctor! ¡Buenas noches!
Sonrío, le devuelvo las buenas noches a la una de la tarde, y confío en que lo diga de broma, o harían bien en despedirme pronto. Me quedo ya con la sonrisa, porque no soy doctor y, si en algún momento termino siéndolo, en España, ningún alumno me lo llamará.
Así son las cosas.
Si queréis dormir, se os hará velar, y si deseáis velar, se os mandará a reposar.
—Ustaaz! ¡Maestro! ¡Maestro!
Me tapa la vista una fotocopia con un muñeco de nieve y, debajo, escrito desde un despeñadero: i N v e i r N O.
Y otra fotocopia empieza a saltar a su lado para que la corrija primero.
Una clase de ocho en primaria es más difícil de manejar que una de cincuenta en la universidad. Tomo la fotocopia que me aterrizó primero en la cara y la empiezo a llenar de marquitas de visto.
A cada marquita, la niña da un brinco de alegría.
No soy pedagogo, ni psicólogo, ni prácticamente nada y llevo sólo dos meses dando clases a niños, pero se me ha ocurrido que, quizá, las niñas resultan ser mejores estudiantes porque valoran más recibir esa manifestación de cariño del docente.
Los niños parece que, con conseguir estrangularse entre ellos a mi espalda, tienen bastante. Así les va, que sólo las niñas son capaces de comunicarse conmigo. Así me va, que llevo casi tres meses aquí y sigo sin poder comunicarme con ellos.
—Ustaaz, are you a muslim?
(Señor, ¿es musulmán?)
—No.
No es el primer alumno que defraudo con eso.
—Masihi?
—¿Qué?
Señala el crucifijo del aula y dibuja un molino inmenso en el aire:
—Masihi, masihi!
—Ah, no, tampoco.
—YAHOODI?? —Se le disparan los ojos.
No necesito que me dibuje una estrella para entender qué significa yahoodi.
—I don’t have a religion.
La niña me mira extrañada, muy tiesa. Mira a su amiga y le traduce algo como tía, tía, qué fuerte esto.
Cuando vivía en Buenos Aires, un conocido me preguntó qué opinaba de Maradona. Lo pensé un segundo y me encogí de hombros:
—No tengo opinión de Maradona.
Y ahí está, esa misma mirada de que me pillen haciendo trampas a su juego o como con ganas de quitarme las cartas y decirme: no, así no es, mira que te explique...
Saliendo del checkpoint de Qalandiya, sorteando el atasco de coches que va a dormir al lado del muro que no es este, a un niño se le caen los paquetes de servilletas, que vende a ventanillas cerradas. Hago un amago para recogerlos, pero el niño está más pegadito al suelo y me gana.
Y siempre el olor a freno quemado, el vaho de hollín y toda su maquinaria gripada.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
P. D.: Recuerda que tienes hasta el 9 de diciembre para terminar Tierra en las uñas. Luego voy a cerrar los post y a empezar a editarlo como una unidad.
Es que... que en semejante escenario te delates como alguien que renuncia a definirse como de tal o cual bando, es como si te sacaras de la manga un comodín de otra baraja distinta, una que nadie sabía ni que existía. 😌
Esa niña no te va a olvidar. Y con un poco de suerte, tal vez tu comodín le haga reflexionar sobre la pertenencia a bandos.
Simplemente genial! Tienes un don para escribir, y más de uno para transmitir humanidad.