Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Siempre me ha importado lo que opinen de mí.
No sé si más o menos de lo que le importa al resto, pero nunca he sido de esa gente despreocupada que parece ir por ahí libre de que le muerdan el culo con chácharas y risitas.
Pero un día me di cuenta de que no sólo me importaba lo que pensara la gente, sino que inconscientemente hacía ciertas cosas anticipando lo que creía que pensaría la gente de ello. Previendo y adaptando mis decisiones con anticipación a lo que yo me imaginaba que dirían de ellas.
O sea, lo que hacemos todos, pero imagínate la fumada.
Es como ser ciego, escuchar a la gente hablar de cómo debería ser el color rojo, un buen color rojo, y los oyes reírse de todos los intentos fallidos de ser color rojo.
Entonces, en tu casa, sin haber visto el color rojo en tu puta vida, intentas hacer una pintura acorde a lo que has escuchado y empiezas a pintarlo todo con ese color, con cuidado, y atento a aquellas voces para corregir aquí y allá.
Y ni se te pasa por la cabeza pensar que haya otros colores, ni que, lo que estás pintando, lo mismo ni es rojo de verdad, o si a ti te gusta el color rojo siquiera.
Vale, quizá el ejemplo sea más fumada que el tema en sí.
La cuestión es que en algún momento tuve una revelación sobre esto y me fui pintando la vida de colores que me apetecían de verdad; poco a poco, que, al final, el cotilleo y las habladurías fueron lo que permitieron forjar las civilizaciones actuales, ponerles oído está casi en nuestro código genético.
Claro que esto funciona hasta cierto alcance, hay momentos en los que algunas decisiones te llevan a la necesidad de exponerte mucho más de lo que estás acostumbrado, y empiezas a escuchar demasiadas voces de lo que es el color rojo y lo que no, y lo que es un tremendo y absurdo intento de pintar en rojo.
Escribir y publicar es uno de esos momentos y, el miedo a la crítica, un lastre para cualquiera que se exponga a hacer cualquier actividad en público.
Es parte del juego, supongo. Si no te gusta mojarte el culo, no te metas en la playa con marea alta.
Hace menos de un año, antes de empezar Miradero, charlaba con mi madre. Me acuerdo de que estábamos en la cocina y terminamos hablando de esto, no sé por qué, porque yo todavía no había empezado a meter el piececito en esto de la exposición pública.
La cosa es que la viejita me dijo algo, tan simple, que me cambó la peluca y, desde entonces, me la ha pelado bastante ese miedo a la crítica.
Pero contarte lo que me dijo así, con la misma, sería ponértelo demasiaaaado fácil, y me gusta más la gente a la que se le pone dura con el esfuerzo, lo incómodo y lo sufrido.
Mejor te pasas por la entrevista que me hizo
y lo escuchas ahí 🐵Aparte del miedo a la crítica, hablamos del miedo a tomar decisiones, de las identidades y de cositas guays que se le dan muy bien escarbar, a la jodía, porque si he sacado dos cosas en claro de esta entrevista han sido:
Me tengo que comprar un micro nuevo (yaaa, lo sé, pero no está tan fácil en Palestina, wey)
A Isabel se le da muy bien encontrar la pregunta del millón
Hay un par de preguntas del millón en esa entrevista; las respuestas, el suelto que llevo encima, pero las preguntas eran buenas de verdad.
Te pongo el botón otra vez, para que no te canses subiendo cuatro renglones:
Ahhhh me he quedado con todas las ganas de saber que te decía tu madre :O me voy a tener que ir a escuchar el podcast. Porque para mí lo de sudar de opiniones ajenas es todavía un work in progress... De hecho, no fue hasta hace un par de años que me reconocí a mí misma la importancia que daba a las opiniones ajenas y me puse a trabajar en ello.
Jajaja... ¡Hecho! Quedamos en un año para que nos cuentes como ha ido ese primer año de escritor a tiempo completo!