A la gente de aquí le sorprende que no sepa árabe.
Siempre me han dicho que tengo un rollo como de ser de por estos sitios, por la barba y tal, y parece que va a ser cierto. Cuando alguien me habla en árabe y le digo que no sé hablarlo, se queda un momento mirándome, algo incómodo, como pensando «¿y qué coño hablas si no?».
Después reaccionan con el mejor inglés que tenga cada uno:
—Where you live?
Me extraña la pregunta, pero señalo a mi espalda y digo:
—Here, nearby.
—No, no. Origin.
Otras veces, ese inglés hilvanado te puede llevar a sitios más metafísicos como:
—Where are you?
Quitarle el from a la pregunta es la diferencia entre decir España y obligarte a la reflexión.
¿Dónde estoy?
Creo que estoy en un lugar silencioso, pese a todo.
Ese tipo de silencio que se crea en el metro cuando se sube alguien muy borracho: el silencio que anula por omisión, a quien omite y al omitido. Silencio que escuda contra el caos de lo imprevisible.
De vez en cuando alguien estrella un camión contra un checkpoint y ese es el chico que, desde un asiento, le dice al borracho que se calle ya. Y al silencio le crecen cuchillos para dentro.
Estoy en un lugar en el que no se quiere compartir ni el descanso sagrado: el domingo para los cristianos, el sábado para los judíos y el viernes para los musulmanes. Así, mientras uno descansa, el otro trabaja, como un insulto desde lo cotidiano, como escupir de lado mientras se fríe un huevo.
Precisamente anoche escuché un ronquido lejos, amortiguado por las paredes, pero con esa misma cadencia pesada. Esta mañana me he dado cuenta de que es mi nevera, que hasta los electrodomésticos resoplan aquí, que ni siquiera ellos descansan bien por las noches.
Hay una serie de Miradero (que, por cierto, me he saltado este jueves), Tierra en las uñas, que está ambientada en el Madrid de 1825, once años después de la Guerra de la Independencia Española.
Me imagino que, antes del levantamiento del dos de mayo, en España se debía de resoplar más o menos igual.
En aquella época, Francia significaba el progreso, salir del absolutismo tardío hacia la Ilustración, pero el pago por la Encyclopédie era la tierra, la nación. Y al español, orgulloso y que sólo sabe ser honorable con un sable al cuello, le costó poco elegir.
Cuarenta días tardaron en gritar aquello de: «¡Que nos lo llevan!».
Que Calderón pusiera a Segismundo en Polonia, siendo español, y que Shakespeare pusiera a Hamlet en Dinamarca, siendo inglés, no era casualidad. Se situaban las obras de teatro controvertidas en un reino siempre lejano para que el rey no pudiera pensar que era una burla o una crítica contra él.
Tampoco es casualidad que ayer te hablara de teatro y hoy también, porque tan lejos está España de Polonia, como Palestina de España.
Nah, está casi el doble de lejos, pero a lo que me refiero es a que el teatro ha servido para decir cosas cuando no se podía hablar, y en la literatura española tenemos mucho de eso. Me pregunto cuál de esas obras españolas, crípticas para evitar la censura de cualquier época, le podría iluminar los ojos a un estudiante palestino que supiera leer bien entre líneas.
Si se te ocurre alguna, escríbeme o comenta. Y ya te diré otro día qué estoy planeando, aunque seguro que ya te haces una idea.
¡Besitos volados!
Pues la de "Bajarse al Moro" puede ser, cuanto menos curiosa. Desde luego conocerán la España profunda, soez, mal hablada, pero racial y emocional. Aunque no sé si será la mejor elección por esos lares.