Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
—Tienes suerte de haber encontrado a un conductor que hable inglés.
Sonríe y, al devolver la vista a la carretera, me deja con el hueco negro donde hubo un colmillo.
Tengo dos personalidades posibles cuando voy en guaxi; esas furgonetas naranjas que siguen una ruta predefinida, como una guagua (que sería un autobús, traducido a español aburrido), pero le puedes decir que pare cuando quieras, como un taxi.
El nombre es propiedad intelectual de mi amiga Mine.
La primera personalidad en guaxi es la del mimetismo silencioso. Todo el mundo se piensa que soy árabe, así que utilizo mi repertorio de palabras básicas para arreglármelas y entrar, pagar, pedir que pare y salir sin que se note que no tengo ni papa de la lengua.
La otra es la del día del orgullo extranjero. Entro y, de una, digo algo como:
—As-salamu alaykum, how is it going?
Suelo hacerlo en momentos como ahora, que es muy temprano y estamos solos el conductor y yo. Si el conductor sabe inglés, se le pone cara de: seamos amigos, ya mismo. Por eso es mi personalidad de pasajero favorita.
Me pregunta que de dónde soy y qué hago aquí. Todavía no hemos dejado la universidad atrás, así que la señalo y le digo que soy profesor allá.
—¿Dónde aprendiste inglés? —le digo.
—¡En Florida! Estuve tres años.
—¡No jodas! ¿Por qué te volviste?
—Deportation! —Y se mea de risa.
Me cuenta que estaba allá ilegal, que un día lo pillaron sin papeles y lo mandaron a mudar. Entonces, se concentra un momento, se señala dos veces y dice, con no tan mala pronunciación:
—Gringo no habla español.
Por lo visto en Florida tenía amigos mexicanos que le enseñaron palabras de supervivencia básica como cabrón, hijo de puta, pendejo… El tipo de intrusismo laboral que me gusta. Me pregunta la edad y se sorprende cuando le digo treinta y dos:
—Pareces mayor, esa barba...
Nadie termina de estar contento con mi edad en este país. Para mis alumnos del instituto de Jerusalén, parezco más joven, aunque supongo que será porque sus padres tendrán más o menos mi edad y hacen la relación de: este mamarracho podría ser mi padre.
—¿Cuántos años crees que tengo yo? —dice.
Mi juego menos favorito en el mundo.
Lo miro. Espera mi veredicto sonriendo, siempre.
Tiene la barba erizada, de no haberse afeitado en más de una semana, pero no lo suficientemente cerrada como para decir que se deja barba. Quizá es su forma de robarse unos minutos de sueño antes de lanzarse, todos los días, al mismo trayecto de veinte minutos, ida; mismo trayecto de veinte minutos, vuelta.
La sonrisa le maquilla el cansancio en los ojos.
Le digo menos años de los que imagino que tiene, porque soy un falso, y pasamos a hablar de España, de que el clima no es tan diferente con el de Palestina, y terminamos con algo recurrente en mis conversaciones aquí: Al-Ándalus.
—Quién sabe —me dice, ya con un preludio de risa—. Quizá somos primos.
Y suelta el volante para hacer un gesto con los índices, como dos ramas que se separan.
Hablamos un rato más, de cualquier cosa, de que hay una flota de ciento veinte guaxis, que se van turnando las carreras, que hay algunos que están haciendo ese mismo trayecto: Birzeit–Ramallah de las cinco de la mañana a las doce de la noche.
Diecinueve horas de cacería, porque los taxis aquí persiguen pasajeros, y no al revés.
Más que a la carretera o a cualquier otra cosa, un buen conductor de guaxi está pendiente de la gente que camina por los márgenes; les busca la mirada al cruzarse con ellos, los despierta tocando la pita o los apura si los ve caminar por una calle lateral.
Pero es demasiado temprano o demasiado fin de semana y, en algún momento, deja de intentarlo y simplemente hablamos, con seis asientos vacíos detrás, como si al llegar a Ramallah fueramos a cambiar posiciones y le tocara descansar a él y a mí perseguir viandantes.
Entonces, en mitad de la conversación, sube el volumen de la radio como si fuera a romper el tema y quisiera gozárselo:
—¿Sabes qué es?
Miro a la radio: 88.9 FM. No entiendo nada, pero es más que evidente que son rezos. Ni me había dado cuenta de que estaban puestos hasta que lo ha dicho:
—¿Rezos?
Me corrige:
—El Corán.
Me contengo un «pues eso dije, cojones» y lo miro, se le ha serenado la sonrisa. Me dice, con ese hueco del colmillo bien orgulloso:
—Me sé de memoria más o menos la mitad.
Asiento con aprobación sincera, aunque silenciosa:
—¿Y qué está recitando ahora? —le digo y señalo a la radio.
Niega, todavía mirándo al frente con esa serenidad, como si viera algo allí que yo no:
—Es una lengua pura, no la puedo traducir.
Una aluma de la universidad, que estudia traducción Árabe–Inglés, me regaló una lista de expresiones árabes con su equivalente. Sé que, si yo hubiera hecho esa lista, tendría dos partes: expresión original y expresión traducida. Fin. Su lista incluía, para cada frase, una explicación del trasfondo, del significado por separado y en conjunto, el contexto, el implícito cultural…
En esta lengua, todos son muy conscientes de que las palabras son más que palabras, que son cosas distantes que desbordan a cualquier hablante.
—Entonces —le digo—, ¿qué opinas de los musulmanes turcos o rusos que no saben árabe?
Arruga la cara con algo de lástima y hace un gesto con la mano, como si midiera a un niño bajito:
—Una versión pequeña.
Y entramos en Ramallah, la ciudad mercado. Aprovecho para preguntarle por qué los conductores siempre hacen eso, eso de frenar un poco en la parada de guaxis y tocar la pita, como buscando siempre a alguien. Me dice que es para avisar del cambio de turno.
Parece que al final no me tocará a mí conducir de vuelta a Birzeit.
Pero, en vez de parar ahí, sigue la calle y me deja en el mismo centro de la ciudad, frente a los leones de Al-Manara Square.
—Just for you.
Me regala una última de esas sonrisa y le estrecho la mano. Con un cabeceo, señala a la policía, no puede estar ahí parado, y me apresura. Me bajo y se despide agitando una mano:
—¡Adiós, Samuel! ¡Samuelito!
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
Sin dudas se puede aprender mucho de las charlas cotidianas, si sabemos escuchar 🙌🏼
Me ha recordado a esos taxis de Marruecos en el Mercedes (cuando eran buenos) que eran más bus que taxi, que iban parando hasta llegar a tu destino y recogiendo a gente random. Un meetup con música alta.