🍃Dedos de imprenta
No sé si se ha notado (sí, Samu) que últimamente no me apetece escribir no-ficción. Así que te voy a explicar un juego, cortito, en tres minutillos, para seguir huyéndole a los correos normales.
Sólo recientemente (dos meses y seis días) la gente lee lo que escribo.
Antes de eso hay cerca de diez años de mí escribiendo para mí con cierta continuidad y, durante ese tiempo, me inventé algunos juegos de escritura, algunos más originales y otros menos.
Hoy voy a poner en práctica uno de los menos, pero está guay igual.
Además, el formato le viene perfecto a Miradero porque se trata de ponerte un cronómetro —hoy será de veinte minutillos— y simplemente escribir una historia autoconclusiva para soltar la mano, sin demasiadas expectativas.
Al juego lo llamé La imprenta.
No sé si irónicamente, porque eran textos que precisamente no tenía intención de publicar, o por ese escupir tinta de las impresoras.
Pero últimamente me está interesando más detenerme que contar historias, y desde ayer tengo a alguien frente a un piano en la cabeza, no sé por qué.
Así que empieza el cronómetro.
Hay un dedo, de los cinco que tiene en la mano, que se atreve a descender. Los otros se esconden bajo el pulgar, ahogando una risa contra la palma, hasta que el índice, siempre primer explorador de la realidad, llega al blanco brillante de una tecla.
Entonces, las risas callan.
Todos prestan atención al silbido del dedo que recorre el pequeño canal entre dos teclas, ahí donde los blancos se hacen negro, no por tinte, sino por reflejar el fondo de un acantilado. Curiosidad o envidia. La mano germina para buscar también aquel tacto accidentado y recorre el brillo de las teclas con la expectación blanda de caer en esas pequeñas zanjas, atractivas hasta para tropezar.
Los dedos no entienden humano, pero saben que algo ha sucedido. A punto de explorar aquellas sierras negras, al norte, el brazo los ha apartado de allí y, esa otra mano vaga y somnolienta, voluntaria siempre para las tareas más fáciles, toma la tapa del piano y la baja; sarcófago comedor de carne de musas.
Se arrugan entonces los dedos, balanceados por el caminar, que a nadie le gusta estar boca abajo demasiado tiempo, y quedan cerca de la palma viendo el ir y venir del mundo en ese pendular delante y detrás del pantalón humano.
Poquito porque es bendito, como decía un alguien.
Así puedes aprovechar para ponerte al día con Tierra en las uñas o con Antes de rendir el alma que, por cierto, ayer salió movimiento nuevo.
¡Besitos volados!
¿Y te sale así, de seguido, en un ratito? Me voy a llorar a una esquina, cuando se me pase el moqueo, llanto, la desesperación y la sensación de fracaso absoluto, vuelvo. ¡Qué bueno y qué grande eres, Samu! (Y que chiquitita me veo yo, ains). Me ha encantado, por cierto, por si no te habías dado cuenta. :)