🍃Dos meses de Miradero
Miradero cumple dos meses en una semana de vida y te explico en ocho minutos cuál es el secreto para viajar en el tiempo
Te voy a contar una historia que no es mía.
Es un cuento bastante famoso, pero yo te lo suelto igual y tú, para no desanimarme, amantísimo lector, haz como que te sorprendes mucho.
En Oregón, Estados Unidos, hay un pueblo que, como todos los pueblos que inevitablemente crecen un poquito, insiste en que sea llamado ciudad. Pero yo me niego a esos juegos de condescendencia, así que te diré que este pueblo grande es The Dalles.
No lo conoces porque no tiene paseos con estrellas de oro y edificios con anuncios; es sólo un sitio tranquilo dedicado a la agricultura y la pesca. Tienen unas montañitas bajas, un lago, muchos edificios de ladrillos… Ese tipo de lugar donde la gente es más simple y, quizá por ello, menos intrascendente.
Pues por esas casualidades que mantienen al mundo en movimiento, un profesor de la Universidad Nacional de Singapur tiene un problema con su jefe de departamento en la Facultad de Artes.
No es raro, Teo Chee-Roque es precisamente famoso entre los alumnos por su temperamento, algo así como el Whiplash de la escultura. Un temperamento heredado tal vez de su madre, Constança Roque, que ya en 1947 había obligado a su prometido de ascendencia china a unir sus apellidos si de verdad quería casarse con ella.
Así fue como, gracias al desconocimiento general de la fonética portuguesa y al carácter familiar, se ganó entre alumnos y profesores el apodo de Cherokee.
Llegamos entonces a la parte de la casualidad cuando, después de la pelea en el departamento, Cherokee ve por no sé qué publicación de Instagram que en The Dalles Art Center van a hacer un curso de alfarería para principiantes.
El profesor coge el teléfono, llama y los bonachones de The Dalles se ríen, piensan que es una broma; un profesor de una de las veinte mejores universidades del mundo nunca iría a su ciudadita a dar ese cursillo de un mes.
Cherokee lo repite, una única vez, y es suficiente para que a los dalleños se les apriete el culo. Le dicen que se trata de un voluntariado, que no hay retribución económica. Responde que le da igual y que estará allí el mismo lunes que empieza el curso.
Y así es, un par de vuelos y escalas después, Cherokee está frente a unos veinte jubilados, amas de casa y frikillos en general sentados a sus tornos.
—El curso ha dejado de ser de dos horas martes y jueves —Murmullo general—. Será de cuatro horas de lunes a viernes. Quien tenga algún problema con esto, que se vaya.
Los alumnos se callan de golpe, intercambian miradas, atónitas o burlescas, pero ninguno se levanta. El doctor en escultura saca entonces una cinta adhesiva roja y la pega en el suelo, divide a los alumnos en dos grupos:
—Al final del curso —dice—, los alumnos de este lado presentarán una única pieza para que la evalúe. Cada día enseñaré los fundamentos y gracias de la alfarería y, al final de cada semana, cada alumno podrá presentarme un único ejercicio. Yo les asesoraré individualmente en cómo mejorarlo hasta la evaluación —Señala al otro grupo del taller—. Los alumnos de este lado no podrán tener tutorías, pero, al final del curso, serán evaluados por tantos kilos de piezas terminadas presenten. Si presentaran cien kilos, tendrán un diez; noventa kilos, un nueve... ¿Visto o no?
Empiezan las clases y van pasando las semanas.
El grupo de la única pieza, con el mandil muy blanquito, decide traer portátiles para tomar mejores apuntes en clase, van a una cafetería después para discutir aproximaciones al tratamiento de la arcilla, sacan libros de la biblioteca y, cada viernes, se sientan al torno y aplican todo lo estudiado en una pieza que apunte a la perfección de los maestros.
El grupo de los kilos apenas levanta la cabeza del torno durante las clases, están siempre cagados de arcilla y, cuando terminan las clases, les duelen tanto los dedos que apenas aciertan en abrir la puerta de sus casas.
El resultado ya lo sabes.
Para el último día, los alumnos habían preparado una fiesta sorpresa para Cherokee, que siempre tendemos a querer más a los que peor nos tratan. Entonces, todos descubrieron no sólo que los alumnos del grupo de los kilos habían sacado mejor nota, sino que muchas de las piezas que habían presentado entre sus montones de arcilla eran cualitativamente mucho mejores que las que había presentado el grupo de la pieza única.
Mientras los alumnos de la pieza única estaban ocupados midiendo, teorizando y leyendo sobre el arte de la alfarería, los alumnos del kilaje estaban practicando y mejorando sus habilidades. Es el principio de aprendizaje por la práctica o, lo que es lo mismo, que
A capar se aprende capando
A esta historia se le suele llamar La parábola de la alfarería (The pottery parable) y aparece por primera vez en Art & Fear (1993). Yo sólo he añadido al personaje de Cherokee para darle un poco de vidilla y la he situado en The Dalles a lo tributo, por ser la pueblo natal de uno de los autores, David Bayles.
La cuestión es que por eso Miradero cumple dos meses en ocho días de vida, porque las newsletters similares suelen publicar un correo semanal, mientras que esta —a veces más chatarra, otras menos— va sacando cositas diarias.
Personalmente, aparte de mantenerme los dedos afilados para teclear, esto me sirve para no marearme perfeccionando un texto y para tener una fecha límite apretada que evite que me la pase pajiando toda la semana hasta que tenga que publicar el domingo (o sea, restringir al máximo la Ley de Parkinson: «El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine»).
La consecuencia es que me va dejando un poco pa’llá, como se habrá visto en el correo de ayer. Pero eso es secundario.
Lo guay de esto es que no tienes que escribir newsletters para aplicarlo a tu vida. Así que mándale ahí al torno y cágate to con lo tuyo, no te preocupes que no salga tan bonito, porque en algún momento lo será.
O eso me prometió Cherokee.
¡Besitos volados!