El correo de ayer fue para muy cafeteros; o sea, exigente de leer y para los que de verdad les gusta trastear con la poesía.
Así que hoy vamos a relajar el rollo y, de paso, a darles de comer a los del menú chismoso.
Hoy, en sus mejores Miraderos:
🎈 una anécdota sin más🎈
Y es que, no sé por qué, estos días me acordé de algo que me pasó cuando vivía en Australia. Creo que estaba viendo algo de arte, una exposición o algo así, y me vino a la mente esa historia de cuando trabajaba en el bar.
Bueno, no sé si sabes que soy alguien que apunta muchas cosas.
Me gusta registrar movidas, ordenarlas, vaciar reflexiones en notas y tal, quizá por eso me resulte natural escribir Miradero a diario, porque es un poco lo mismo que llevo haciendo siempre, pero con (pausa para pelotear) gente maravillooosa que saca tiempo para pasarse a leerlas y crear una comunidad boniiita (fin de pausa para pelotear).
La cuestión es que tengo una nota que se llama Proyecto mil-vidas, una planificación que hice cuando me di cuenta de que quería hacer muchas cosas profesionalmente y que no podría hacerlas todas.
¡A MENOS!
Que me organizara.
(qué va, ni por esas)
La cosa es que hace años me fijé en que muchas de esas derivas profesionales, aun siendo diferentes, en cierto punto, se truncaban por un mismo problema: para todas tenía que saber inglés muy bien.
Así que me fui a Australia.
Eso coincidía con que estaba terminando el máster, no tenía responsabilidades familiares ni pareja y que, ya que lo hacía, pues quería aprovechar e irme a un sitio que, probablemente, en otras circunstancias nunca podría ir.
Pues llegué con dos objetivos: quitarme de encima el mal rollo con el inglés y conseguir que me contrataran como profesor de español, aun sin experiencia.
Te lo creas o no, si no salía lo de profesor, mi plan B era buscar un estudio de tatuajes para hacer piercings, que en aquel tiempo los hacía, como hobby, a mis amigos.
Pero esa deriva de vida, para gran chasco de la trama, se coartó, porque al mes de estar allí dos academias me contrataron.
¡PERO!
Al principio tenía sólo dos clases a la semana, y cobraba por horas.
Así que tenía que buscar algo de mientras, y a eso fui, casi que con el mismo currículum que había ido a las academias, donde lo único que había en «experiencia profesional» era: Brigada Paracaidista, Primera Bandera de Infantería.
Si esto te sorprende, entonces es que te he spoileado esa parte de la entrevista que me hizo Paloma González.
Ahora probablemente sea diferente, pero, cuando yo fui, Melbourne todavía estaba recuperándose tras la pandemia (tuvieron la cuarentena más larga del mundo) y necesitaban gente a paladas.
Así que un restaurante me dijo bastante rápido que pa’dentro.
La cuestión es que a mí me habían contratado, realmente, para ser camarero, estar con las mesas y tal, pero me daba la impresión (y es verdad) de que el trabajo de barra era más divertido. Entonces, cuando llegué el primer día, el mánager, Eddy, me dijo:
—Ah, ¿tú eres el nuevo camarero para la sala?
—Sí —Nos miramos en silencio un, dos segundos—. Aunque en verdad prefiero barra.
Eddy, colombiano pese al nombre, alargó todavía más ese silencio y, por fin, me dijo:
—Bueno, pues ponte en la barra.
Pues parece que, a veces, lo único que tienes que hacer para conseguir lo que quieres es pedirlo.
Así fue cómo terminé trabajando en uno de los ambientes laborales más cremas de mi vida. Iba a trabajar genuinamente feliz. Una vez escribí por aquí que, si un día hubieran dejado de pagarme, es probable que hubiese seguido yendo igual, porque para mí ir era un juguete.
De hecho, cuando terminé teniendo la semana llena de clases y ya no necesitaba un segundo trabajo, seguí haciendo malabares un tiempo más para, antes o después de clase, poder ir al bar.
El sitio era uno de los restaurantes del Intercontinental, un hotel de cinco estrellas en el centro de Melbourne, así que solían pasar por allí famosos de vez en cuando y tal.
Famosos para ellos, y eso es curioso.
La fama se acaba donde termina tu código postal, creo que dice mi estimado en Mortal y rosa, y es que no hay nada más democrático que un extranjero, en términos de popularidad.
Mientras que los locales sacan el móvil y graban a la estrella, el extranjero sólo puede ver a un ser que se estira fingiendo sonrisa, que agita manos y, luego, a solas, le susurra algo a su acompañante, actuando una molestia, que no es molestia, que sólo pretende construir hacia darse una importancia que, al extranjero, simplemente no le importa.
Así que un día, debía de ser entre semana, porque recuerdo que estaba muy vacío el restaurante, apareció un tipo que conocía de vista. Lo conocía porque pasaba ante su galería de arte todos los días para llegar al hotel. El típico tío vestido siempre de negro, por lo de ser artista, no gótico.
Pues entra, se sienta en la zona del bar, en unas mesas como cuevitas reservadas, desde donde se veía todo el local, pide y mi compi me pasa la comanda de bebidas.
Molaría que me acordara de qué pidió de beber, pero no me acuerdo. Estoy bastante seguro de que fue un cóctel, algo cítrico, aunque quizá no.
La cosa es que ese día estaba ocioso, así que, por no estar parado, que está feo, andaba abrillantando vasos en la barra con un paño (sí, eso se hace, no es sólo de las pelis del Oeste) y, al rato, se acerca a la barra:
—¿Qué tal va todo? —digo.
—Genial, genial —dice—. La verdad es que es un lugar encantador. Mira.
Pone encima de la mesa un cuaderno grande y veo que ha dibujado la sala del restaurante desde aquella mesa-cueva. Señala una silueta negra tras la barra:
—Este eres tú.
Me río, hablamos algo más, me comenta que está haciendo una exposición de los locales del barrio y se va a su mesa.
Luego vuelve caminando como un maniquí, el brazo muy recto y grabando una story para Instagram.
Sonrío.
Al rato se va y, otro rato después, aparece Sam por la barra; un pibe escoces de unos veintitantos, y, aun así, fácilmente la persona que más sabe de whisky que he conocido.
Una vez, preguntándole qué quería hacer, si seguir en el restaurante o irse a otro lado, me dijo:
—Yo lo que quiero es hablar de whisky.
Fue él quien me enseñó a hacer todos los cócteles del menú y, por eso, aun siendo quizá cinco o seis años más joven que yo, él era el jefe de barra. Así que se me acerca, como en un secreto, y me dice:
—¿Aquella mesa ha pagado? —Señala la mesa del artista, vacía.
—No lo sé, pregúntale a la camarera a ver.
Spoiler: el artista se había hecho un simpa.
(irse sin pagar, para los miranderos americanos)
—Bueno. No se lo digas a Eddy.
Y, mientras no se lo contaba a Eddy, dándole vueltas a un vaso en el paño, me quedé pensando:
Hay que ser hijoputa soberbio para asumir que, por dibujar el local y grabar una story, evidentemente no tienes que pagar.
Pero bueno, mientras estuve trabajando allí, cuando pasaba delante de la galería de arte, veía el fidelísimo retrato de mi sombra tras la barra y me reía.
Y sé que la gran regla de Miradero es que aquí no se ponen imágenes, pero weeeeno, un día es un día, y me ha hecho ilusión conseguir encontrarlo:
Lo vendió por 600 dólares australianos, algo menos de 400 euros. Quizá lo habría comprado, por la gracia, pero alguien se me adelantó y ahora lo tendrá en su casa sin saber que, esa sombra amorfa abrillantadora de vasos, ¡soy yooo!
Y bueno, ya estaría. Sin moralejas, sin mensajes motivacionales, llamadas a la acción, ni películas, que no todos los días hay que aprender algo ni levantar España al hombro.
¡PERO!
Si tan solo cada mirandero reenviara este correo a un conocido, tal vez podríamos conseguir que el nuevo dueño supie…
Bromita 🐵
Hoy sólo quería darte un paseo por mis recuerdos.
Así que nos vemos mañana. Little kisses flown, mate!
P. D.: Acabo de fijarme en el vaso con pajita en el dibujo y creo que se pidió un Lemon Lime and Bitter. Un «cóctel» (es muy fácil de hacer) sin alcohol que tiene limón, lima y angostura, un amargante que lo deja rojito.
P. D. 2: Hoy te he puesto un montón de enlaces por todo el texto, y aquí va uno más: Tierra en las uñas es un mmorpg no lineal en el que escribes tu propia historia sin limitarte a seguir un camino prefijado…
Eso de arriba era un chiste de Interné que, si no has pillado, tampoco pasa nada.
¡PERO!
Recuerda que tienes hasta el 9 de diciembre para terminarte Tierra en las uñas, después, se irá al cielo de los perritos. O sea, el plan es unirlo, editarlo y dárselo a cambio de dinero a lectores que no tuvieron la oportunidad de leerlo gratis.
LECTOR: ¿Y de dónde vas a sacar tiempo tú para hacer eso, Samu?
Shhh. Tú léete eso.
Me ha encantado lo de la pausa dramática para pelotear... 😂😂
Y la historia aún más. Fíjate que yo hubiera dado por sentado que se le había olvidado pagar al chico... soy demasiado bienpensada, a veces.
Y tú venga a sacarte palomas de la chistera, Samuel! ¿Piercings?? Eres una caja de sorpresas, desde luego. 😄
Que agradable fue leerte y pues salud por los grandes recuerdos que se vuelven historias para rememorar 🥂