🍃El final de Schrödinger
Ya sabes quién era Schrödinger y toda la historia que se traía con un gato en una caja. Si no, tampoco pasa nada, porque realmente hoy vamos a hablar OTRA VEZ de literatura (en seis minutitos).
Va, para los despistados que no saben qué es el gato de Schrödinger, aquí una explicación rápida:
Hay un gato en una caja con una pipeta radiactiva dentro que, aleatoriamente, puede romperse en algún momento o no. Entonces, cuando se cierra la caja, el gato está vivo, pero está muerto también, porque no hay forma de comprobarlo.
En vez de esta explicación malonga, iba a poner un dibujo en viñetas de un gatito muy lindo muriendo y viviendo a la vez al lado de un botecito verde-Chernóbil.
Pero no quería que sirviera de precedente: en esta newsletter no se ponen imágenes, porque aquí se ha venido a leer letras, palabras; cosas difíciles, tediosas y desagradables para el esfuerzo humano.
Me robo al gato pa lo mío
Ya sabes que me gusta robarme lo que veo por ahí, que no tiene nada que ver con literatura, y traérmelo al Miradero, meterlo en un aparato de tortura de esos de la Santísima y apretarlo y apretarlo hasta que grite:
¡En la literatura también! ¡En la literatura tambiéééénnn~! 😱
(Imágenes no, emoticonos sí; ya lo sé, soy un hipócrita)
Pues hoy vamos a hacer que el gato radiactivo grite:
¡En los finales también!
Los textos literarios tienen la particularidad de que terminan dos veces.
Termina una vez, que llamamos desenlace, y es cuando la trama, el argumento, el conflicto se soluciona, y termina una segunda vez cuando el texto físicamente se acaba; o sea, el final.
Nos olvidamos hoy del desenlace y ponemos todo nuestro esfuerzo procesador de letras en el final.
Anoche estaba leyendo un relato, buenísimo, por cierto, de Luis Francisco Palomino: Una virgen para Papá Noel.
Los relatos suelen tener la gracia de que el desenlace y el final aparecen juntos, porque un buen relato existe sólo por y para su desenlace: para llevarte a ese efecto final que te deje descolocado, incómodo o exultante, pero que te deje algo dentro que te fuerce necesariamente a apartar la vista con un piiiiiiiiii en el cerebro, como si te hubiera explotado una granada al lado.
Cortázar, seguramente conocido más por la novela que siguen obligando a leer en el colegio, era, realmente, mucho mucho mucho mejor cuentista que novelista (que ya es decir) y dijo aquello de:
«Si la literatura fuera un combate de boxeo, la novela ganaría por puntos y el cuento ganaría por KO»
La cita viene de memoria, pero es así, confía.
Así que estaba yo tirado en la lona, KO, con el pitido en los oídos después de terminar el relato de Palomino cuando me di cuenta de algo: estaba intentando continuar el relato.
Tratar de imaginar, con todos los datos que tenía de los personajes, qué iban a hacer diez segundos después del final, cinco minutos después, mañana, dentro de una semana…
Y me di cuenta de otra cosa: que hacemos inconscientemente eso con todo. Literatura, cine o lo que sea que te cuente una historia con un final.
Lo que pasa después de un relato no existe y existe a la vez.
Es inevitable.
Y, por esto de que un texto no está completo hasta que su receptor lo interpreta, ese postfinal es significativo literariamente, no es la fumada sin más de un tipo con ganas de imaginar.
Es significativo porque, al imaginarlo —mientras estés utilizando exclusivamente las herramientas y la información que te ha dado el autor—, es una ramificación lícita del relato como parte del proceso literario que eres al leer.
Lo que pasa a veces es que nuestra experiencia en el mundo crea automáticamente una escena postcréditos, y esa escena postcréditos termina siendo diferente a la segunda parte.
Por eso dicen lo de «las segundas partes siempre fueron malas» (síí, entre otras cosas, ya sé, ya sé).
Siempre lo fueron porque siempre fueron en contra de los que, conscientemente o no, te habías construido tú tras el primer final.
Las segundas partes faltan al respeto a tu creatividad, y no hay quien aguante eso.
Si quieres poner a prueba si te ha faltado al respeto o no, ayer salió la tercera parte de la serie de relatos que estamos siguiendo ahora en Miradero (sin título, aunque la gente la suele llamar Tierra en las uñas, por su primera parte).
Échale un ojo si todavía la tienes pendiente y me comentas qué te parece o cómo es tu escena postcréditos o un título para la serie o lo que te apetezca.
¡Besitos volados!
Si algún día te quedas sin correo antes que sin café: