🍃Las piedras no saben mi nombre
Correo con curvas de esos en los que terminas diciendo: «¡Samu, ya, por favoorr!». DOCE minutazos de hablar del Síndrome del Impostor, la identidad y el Ser. Casi nada, tú.
No pasa una semana sin que escuche a alguien hablar del síndrome del impostor.
Eso de estar en una posición, la que sea, y sentirse un fraude, que no lo mereces, que ha sido suerte o tal y cual excusa para desacreditar tus méritos porque [inserte trauma infantil].
Esto es aún peor entre escritores, artistas, emprendedores…
Porque son roles que se asumen después de un acto performativo individual; es decir, mientras que graduarte o ser contratado es como que el rey te nombre caballero, ser escritor o emprendedor empieza por nombrarte a ti mismo caballero.
Dudar de la palabra del rey crea resistencia, dudar de la tuya es tremendamente fácil.
Hoy voy a pensar un poco en alto sobre esto, no para motivarnos, recargarnos de fe y salir de aquí superconcienciados pegándonos en el pecho diciendo que somos el escritor más escritor del mundo.
Sino probablemente para todo lo contrario.
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien quiere que te de un derrame hoy sábado por la mañana, pero lo mejor será que te suscribas para comprobar que otros días tiene mejor estructura y sentido la cosa ✨
El impostor de sí mismo
Autodenominarse escritor puede ser un proceso complejo, yo tuve el mío y cada uno tiene el suyo, de un color diferente.
Pero yo soy un matao, en la jerarquía de la escritura vengo a ser el que escribe el papelito con los nombres para las sillas donde se sienta el resto, así que vamos a preguntarle a alguien con silla preferente:
«Todo el que vive confortablemente dentro de su renombre, debe salir al campo, a la naturaleza, y decirlo en voz alta: "Soy escritor, soy importante, soy...". No creo que pueda terminar. Eso no suena a nada entre los montes, frente al mar».
Francisco Umbral habla de la gloria del escritor aclamado, pero me sirve también para pensar sobre la identidad y ser escritor, o lo que sea que te hayas nombrado tú.
Imagínate que te has comprado un coche de paquete. Nada de segunda mano, ni siquiera kilómetro cero; tú, que siempre habías dicho que ese tipo de compras son un derroche sin sentido, te has enamorado de un coche y lo has comprado del trinque.
Estás en el concesionario, contentísimo. El vendedor doblándote la bisagra como si fueras un jeque y, cuando te va dar las llaves, un tipo pasa por ahí, se las quita de la mano y te raya toda la carrocería, de arriba abajo, y hasta dibuja una polla.
Antes de correr a matarlo, has sentido cada rayón como si te hubieran apuñalado a ti. Tú no eres tu coche, pero te has vinculado a él de una manera tan jodidamente profunda que físicamente has sentido daño.
No soy alguien demasiado sospechoso de ser comunista, pero, al entrar en el círculo de la acumulación de propiedad, podemos desdibujar inconscientemente la frontera del «es mío» con la del «soy yo».
Y un atentado contra mi propiedad privada termina suponiendo un atentado contra mí.
Últimamente todos parecen muy preocupados por ser impostores en sus trabajos y no se dan cuenta de que se están impostando a ellos mismos, porque no sólo acumulamos cosas, sino identidades.
Y los tiros no van por esas identidades alternativas de papel maché en Instagram; va de ti y de mi en todos los ámbitos de la vida.
Apriétate, que ahora es cuando empiezo a decir cosas feas.
Yo soy algo
José de Espronceda tiene una obra magnífica (y tristemente inacabada) que se llama El diablo mundo.
Empieza con un anciano a punto de morir y, después de una conversación genial con la muerte, vuelve a su misma habitación, pero joven y sin recordar nada. Sale a la calle desnudo y la lía gordísima porque no entiende las normas sociales, así que lo mandan a la cárcel y ahí, entre criminales, empieza a aprender sobre el mundo.
Te puedes hacer una idea de cómo termina siendo el tipo.
Me imagino que cuando nacemos pasa algo así.
Todo el mundo parece saber muy bien quién es, menos tú, porque eres un niño, así que te empiezas a identificar con cosas como el resto: soy hijo, soy una etnia, soy una nacionalidad, soy una religión, soy una ideología, soy una inclinación sexual, soy lo que he estudiado, soy mi afición, soy mi trabajo, soy padre…
Creo que en algún momento de nuestra vida decidimos cambiar el dolor de no saber quiénes somos por el sentimiento de permanencia a cierta identidad. Y, aunque nosotros no seamos realmente eso, lo vemos como una auténtica extensión de nosotros.
Así que cuando alguien ataca cualquiera de esas identificaciones, te está rayando el coche. Imagínate que eres funcionario y escuchas «Los funcionarios son unos flojos», pues rayón. O que eres musulmán y escuchas «los musulmanes son terroristas», pues hale.
Normal que la gente ande a la greña todo el día.
Pero es que tú no eres eso, tu esencia no puede ser eso. No estaba ahí cuando naciste, y desde que naciste: eras. El bebé no sabe qué es, pero es, así que el Ser tiene que venir antes de todas esas etiquetas con las que nos llenamos al vivir.
El verdadero tú estaba antes de todas esas identidades que te duelen.
Igual que llenamos el cuerpo de comida para que se desarrolle, llenamos nuestra vida de roles con los que nos desarrollamos intelectual, social, culturalmente, pero creo que, lo mismo que no somos una manzana por comer manzana, no somos una identidad por ejercerla en el mundo.
La cuestión es que, igual que si me cortase una pierna, seguiría siendo yo, si me cortase una identidad, necesariamente tengo que seguir siendo yo.
Ese yo original tiene que estar sepultado en algún lugar.
¿En la mente?
Creo que ni siquiera valdría salvarse con la mente, porque todo lo que sabemos o hemos aprendido viene también de una acumulación del exterior: manzanas intelectuales, y lo que recolectas no puedes ser tú.
Entonces, ¿dónde termina «es sólo una pierna» o «es sólo mi trabajo» o «es sólo tristeza» y empieza el «soy yo»?
Ni puta idea
¡PEROO!
Ser conscientes de ignorar quiénes somos implica una necesidad de exploración, pero la exploración y, más aún, el desconocimiento asustan, así que lo mejor es identificarse con algo para que te dé algún tipo de solidez a lo que eres. Esto te ayuda a vivir, pero no te lleva a despertar esa otra dimensión de conocimiento sobre ti mismo.
Entonces, cuando esa solidez ficcional se desmorona, te desmoronas tú con ella y te sientes un impostor.
Si lo piensas, es como si el Sol se deprimiera al descubrir que no es el brillo de la Luna.
Pero claro, ¿cómo entra el Sol dentro del Sol para saber que es, efectivamente, Sol? ¿Cómo entra la casa dentro de la casa?
No lo sé, pero creo que sólo un dolor intensísimo, un sufrimiento muy agudo por darte cuenta de que estás viviendo sin saber en verdad quién eres, que vas simplemente por ahí cambiando de caretas, puede llevarte a querer ser la casa que intenta entrar dentro de la casa.
Y como nadie quiere enfrentarse a ese dolor, todos hacemos de nuestra identidad (la que sea de la lista de arriba) nuestro baluarte de la existencia placentera para defenderlo con la vida, porque hemos hecho de nosotros eso: el coche que potencialmente alguien o algo puede rayar.
Así, nuestra existencia termina basándose en lo de afuera y en la comparación con otro, y dejamos de tener existencia por nosotros mismos.
El consuelo es que estamos en un gran manicomio donde todos creemos que sabemos quienes somos: nuestras identidades, esos billetitos del Monopoly de la vida.
¡SIN EMBARGO!
Si admitiéramos que no lo sabemos, la posibilidad de saber estaría todavía ahí, pero nos decimos que ya sabemos, sin saber, y destruimos todas las posibilidades de encontrar quiénes somos: no puedes buscar lo que crees que ya has encontrado.
¿Y qué hay que encontrar? ¿El alma, el espíritu?
Probablemente no, sólo a ti mismo, porque:
«Mira lo que viene a ser tu espíritu: viento, y no siempre el mismo, que a cada instante lo expeles para aspirarlo de nuevo».
Marco Aurelio, Meditaciones.
Y quizá es eso, que no seamos nada más que un organismo que respira, perecedero, y que nos hayamos inventado el resto para entretenernos la vida.
Eso, que si sales ahí fuera y le gritas tu nombre al monte, lo mejor que podrías escuchar de vuelta sería una risa; lo peor, silencio.
Así que no te preocupes, cabe la posibilidad de que ni siquiera existamos debajo de todas esas identidades y que por eso mismo las necesitemos, como salvavidas de la cordura.
Pero, incluso en este, el más creepy de los casos, al menos saber que no existes te daría, después del pánico, la tranquilidad de que has estado sufriendo los meneos de la vida para nada y, quizás, después de eso, te dediques a escribir o a lo que sea que hagas como a lo que justamente se merece: como a un juego.
Dejar de apostarte la existencia en lo que haces y simplemente hacerlo.
Claro que, para que un juego sea verdaderamente divertido, hay que tomárselo en serio.
Ahí está el aprieta y afloja: si nos pasamos de apretar, volvemos al baile de máscaras; si nos pasamos de aflojar, pierde el sentido el juego.
Está duro esto de vivir, y más leyendo majaderías como las mías.
Mejor vamos a darme un aplauso raro y a dejarme que me vaya.
Pero, eso, acuérdate de hacer cosas que, tranqui, no te juegas la existencia en ello, sólo el barniz de una careta.
¡Besitos volados, pásatelo bien!
Si has llegado hasta aquí, te cuento que es verdad que cada vez que alguien nombra eso del Síndrome del Impostor, me remueve esto por dentro, como pataditas de ese Ser desconocido que soy que me dice: ¡eh, eh!
Pero lo que terminó por abrir las presas de esta locura que llevo conmigo fue una pregunta, inocente, pero bien cargada, que hace
en su podcast Escondite de las ranas; la primera pregunta que le pega a sus entrevistados: ¿Quién eres?Hay que ser mala.
Así que, si te quieres quejar a alguien por el correo de hoy, la culpable es ella. Te dejo su newsletter aquí 👇
Aparte de crear dudas existenciales, escribe y canta muy bonito, tiene una bici rosa y vive en Japón (algo que llevo media vida queriendo hacer).
(Lo de Japón, lo de cantar lo doy por pedido).
Si quieres saber más, te toca leerla.
P. D.: El título del correo de hoy, «Las piedras no saben mi nombre», no es ingenio mío, sino de una viñeta del genial Pancho Pepe, y creo que es casi un mantra que podría resumir todo este marear de palabras de arriba.
Me ha en-can-ta-do, Samuel. Es increíble también tu capacidad de meter humor multi-capa, incluso en un tema así de serio. O no tanto, en realidad. Pero me ha gustado mucho tu forma amable de desmontar de un plumazo el afán de importancia personal de todo el que te lea. 😄
¿Sabes? En el zen hay una práctica llamada "neti, neti", que se traduce más o menos como "esto no, esto tampoco", que consiste en buscar la respuesta a ese "¿Quién soy?" por descarte, enfocándose primero en descubrir todo lo que NO se es: no soy mi nombre, ni mi sexo, ni mi nacionalidad...
Yo llegué a una tentativa de respuesta a "la gran pregunta" similar a la que citas de Marco Aurelio (y la suelto aquí como quien no quiere la cosa): soy la brisa meciendo los campos de avena.
En mi defensa (innecesaria) tras soltar semejante barbaridad, he de decir que, cuando meditas "mu fuerte", acabas llegando al centro de la identidad. Pero no es una identidad individual, lo que te encuentras ahí. Es una identidad universal. 😊
Y es muy liberador.
Un abrazo Samuel, y gracias por "abofetearnos" de buena mañana con temazos así.
Wow Samuel, gracias por la mención y por semejante reflexión sobre la identidad.
A mí es un tema que me apasiona, que está dentro de esos “temazos” (como dice Clara sobre tu carta 😄) de mi vida. De hecho, de manera muy inocente y con un síndrome del impostor muy grande, cuando terminé mi máster, hice un TFM que lo llamé la “Multiplicidad del ser”. Hacía una comparación sobre las múltiples personalidades del escritor Fernando Pessoa y lo relacionaba con Nietzsche. Y según te he leído he pensado que tengo que releerme lo que hice para volver a entender…
Esa identidad esencial de la que hablas es en la que ando investigando vitalmente, sin dejar de vista la multiplicidad que nos compone y las identidades a las que podemos someternos (siempre que sea con consciencia).
En fin, es un honor estar mencionada en tu entrada.
Abrazo grande 📝 ✨