🍃Los capítulos de mi vida
Hay algo que me gusta casi tanto como escribir y es poner títulos a cosas, te explico más en seis minutos.
Tengo muchos rituales conmigo mismo.
Hace unos días te conté uno, el de, cada tanto, pasar una semana sin entretenimiento digital/audiovisual.
Un amigo, Echedey, les llama «los proyectos de Samu».
Hoy te voy a contar uno que empecé a hacer en 2019, cada mes, y no he parado desde entonces.
Soy un tipo al que no le gustan las fotos.
Ese tío creepy con cero publicaciones en Instagram que parece un bot o alguien que te va a escribir un textazo por privado empezando con «Hola, espero que no te moleste, preciosa» para terminar pidiéndote que le pases fotos de los pies.
Todas las fotos que tengo, sin excepción, me las ha sacado alguien obligándome a posar (sí, la que ves de perfil al principio de los correos, también).
Bueno, dije que no me gustan las fotos y es mentira, no me gusta el proceso de adquirir una foto: ponerme delante de una cámara, actuar guay o así a lo distraído, reflexivo cool… No me sale, me tienen que forzar.
El problema con esto es que no siempre hay gente ahí para obligarme a que me saque fotos, así que gran parte de mi vida no está registrada (una putada, porque de verdad me gusta archivar cosas).
Así que nunca tendré un álbum que enseñar a mis hijos sobre mis veintes y treintas.
¡PERO!
Como tratarme la escopofobia no era una opción, se me ocurrió huir hacia un bonito parche.
Un día pensé en sumar dos cosas que me gustan: las palabras y los archivos. Y conseguí crear un sistema de álbum sin fotos.
No, no he descubierto a los treinta y pico el diario.
Pero si ahora mismo me dijeras un año y un mes, podría contarte qué estaba pasando en mi vida en ese momento, porque lo que hago es ponerle título a mis meses como si fueran capítulos de un libro.
Por ejemplo, mi febrero de este año se llama «Todas las horas en jade».
Para ti no significa nada, pero a mí me resume todo un mes con tanto detalle que casi me remueve de nuevo.
Esa es otra virtud de este álbum, es como si estuviera codificado. Si alguien lo leyera entero (al contrario que un diario) no se iba a enterar de nada, porque sólo tiene sentido para ti.
Además, cuando llevas un par de años haciéndolo y lo ves en perspectiva, te das cuenta de ciertas cosas que van guiando tu vida sin que te enteres, que están, de algún modo, siempre presentes y van asomando en los títulos.
A principios de este año seguía viviendo en Australia y unos amigos vinieron a visitarme. Estábamos de viaje por la costa este, de Sídney a Melbourne, y una oficina de Correos tenía un estante de cosas en oferta a la entrada.
Cosas de todo tipo, piensa que en las Post Office de Australia lo mismo te venden cuadernos que una maquinita para sacarte la cera de los oídos, muy raro el target.
Pues, como era cuatro de enero, tenían agendas rebajadas y había una grande, de tamaño folio, así que la cogí y me la llevé al mostrador:
—Something big to plan? —me dijo la cartera-dependienta.
Los australianos son gente guay, son como británicos, pero en versión humana (es broma, déjame en paz). Así que me contó que ella se compraba una todos los años para utilizarla de diario, pero que nunca conseguía mantener el hábito más allá de marzo.
Un diario exige una dosis de disciplina quizá demasiado alta para algo que, dentro de ti, sabes que es bastante improbable que vuelvas a releer. Lo más normal es que en algún punto te rindas y lo dejes por ahí, como mi amiga la cartera, hasta que te vuelva el chute de «quiero hacer algo significativo».
Feliz Navidad, toma la solución: ponle título a tus meses.
Ejercitas la creatividad, requiere sólo de un par de minutos de introspección al final del mes y te da todo lo que te he comentado arriba. Cuando termine el año, le pones título también, como si fuera el libro que contiene los capítulos.
Desde 2021 yo titulo también al ecuador del año, o sea, al terminar junio. Así que, si quieres empezar ahora, es tan buen momento como si fuera enero.
Ya me comentas qué te parece, ¡besitos volados!