🍂Mi primera vez
Tenía escrito otro correo para hoy, pero no todos los días te desvirga una lluvia como esta, así que merece la pena separar seis minutitos para contártelo.
Pues estoy tirado en la cama, procrastinando un poco.
Mi vida entre semana está bastante empaquetada: me despierto y escribo hasta que me toca ir a la uni, termino las clases, hago horas de despacho, vuelvo, como y escribo otro par de horas y, si me quedan neuronas con ganas, leo un librito imposible, muy lindo, que no debería tener, pero tengo gracias a una amiga.
Y eso,
Ahora me pillas justo antes de ese otro par de horas de escribir por la tarde, con el móvil en la mano, alargando el «a las y media empiezo» todo lo que puedo, cuando me llega una alerta que, igual que el librito, no debería ver, pero veo:
Vivo en Palestina, pero también tengo SIM israelí así que me llega eso. Y, como no sé el idioma de ninguno de los dos países, he pillado maña en traducir rápido este tipo de cosas, así:
Doy un brinco.
¿Área protegida? Yo no tengo de eso.
Me levanto y miro por la ventana. Fuera sólo es de noche, como cualquier otra: allá al fondo el campus de la universidad, la calle de las cafeterías iluminada, un par de perros callejeros rondando el descampado.
El otro día, cuando estaba de paso en Jerusalén y cayó un misil cerca, una amiga, pensando que estaba en Palestina, me habló para decirme que, si estaba escuchando sirenas, que no me preocupara, que era porque había misiles sobrevolando Ramallah.
Claro que en aquel momento no estaba en Ramallah, pero ahora sí, y no escucho esas sirenas.
Vuelvo a tumbarme y sigo mandando wasaps, como si no acabara de recibir una alerta del Pip-Boy de Fallout. Al poco, miro con descuido por la ventana y veo seis, siete, ocho estrellas fugaces, pero estúpidamente lentas, como si quisieran ser vistas para que todo el mundo tuviera tiempo de pedir su deseo.
Me levanto.
No escucho sirenas, sino gritos, jaleos, bocinas de coches.
Una de las estrellas se prende fuego, hasta se ven las llamas agitándose en el aire, y salgo corriendo al balcón. La mezquita del barrio ha puesto rezos o cantos que no entiendo y en el cielo, como una bandada de aves fénix jóvenes, que no controlaran aún lo combustible de su cuerpo, vuela en arco sobre nosotros.
Estos son los potros de bárbaros Atilas que decía Cesar Vallejo.
Parece que van a caer aquí, contra los edificios bajos que tengo a un par de kilómetros, pero no, siguen lejos, hacia Jerusalén, agujereando las primeras nubes del otoño.
Entiendo entonces que los jaleos no son de miedo, sino de celebración, que los coches tocan la pita como si hubiera marcado gol Las Palmas, que los únicos que gritan asustados son los bebés; los únicos que no entienden qué son esas bolas de fuego ni por qué su padre le silba a la noche.
No dejan de aparecer nuevas llamas en el cielo, y por fin termino de entender que esto va en serio, que estar aquí no va a ser sólo tener conversaciones raras con desconocidos sobre religión, o sobre tal difunto padre que hacía botas de montar, o contar pelotas atrapadas en alambre de espino; que, en esta parte del mundo, a veces, el cielo se enciende con jinetes de fuego y desde el suelo se celebra la muerte.
Suenan las primeras explosiones a lo lejos y la ovación es general. Unas casas más allá, hasta a alguien se le ocurre lanzar fuegos artificiales y estalla como un aplauso único o como un balde de agua contra la marea.
Retaliation.
Es una de mis palabras favoritas en inglés, no tanto por lo que significa, represalia, sino por cómo suena. Alguien, que sabe más que yo de que le vuelen misiles sobre la cabeza, la usa para contarme que Irán ha lanzado más de cien a asentamientos israelíes en Palestina, por la muerte del líder de Hezbolá.
Me llama el embajador para preguntarme si estoy bien y casi me sorprende más su llamada que los misiles. Entonces me doy cuenta de que conozco gente en Jerusalén y les preguntó si están bien.
Están bien. Todos estamos genial.
Me habla un colega del departamento para decirme que mañana las clases serán online y tengo que tirarle del freno de mano al ensimismamiento para trabajar en la transición a online de mañana.
Mientras, en la calle se celebra un carnaval improvisado a la luz de los últimos misiles.
Luego nada. Vuelve a estar el campus ahí al fondo, la calle de cafeterías va apagando letreros, los perros ya no están.
Y me quedo pensando en la pobre gente que me quiere, que no está aquí y a la que le gustaría que yo no estuviera. Pero estoy, incomprensible, así que lo mejor en estos momentos es recurrir a la sabiduría de nuestro querido y locuaz Rajoy:
«El problema es cuando uno tiene un sentimiento y otro tiene un sentimiento que es distinto al que tiene el uno».
Ya, esto es peligroso, pero es donde quiero estar.
Así que no te preocupes, que todo irá bien, aunque vaya mal.
¡Besitos volados!
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
Te dejé aquí el corazoncito, pero en realidad es este, el roto 💔 por tanto odio, dolor y sufrimiento a ambos lados de esas fronteras hechas por unos pocos locos para el mal de muchos en tantas zonas del mundo
Porque yo jamás sería capaz de estar ahí donde tú estás, no sé si decirte loco o admirarte por ello. Supongo que ambas cosas a la vez. Y a la vez me haces pensar que qué más dará cuando tú estás ahí, donde quieres estar aunque lluevan misiles y la vida no valga mucho y a la vez lo es todo.
Y muchos seguimos donde no queremos estar por miedo a perder cosas que no valen una vida.
Mucha fuerza y te abrazo desde la comodidad de mi cocina🫂
Joe la que estás liando