Pues nos quedamos en que estoy yendo a una iglesia como premio consolatorio porque no me dejaron deambular tranquilo por LA iglesia.
Y bueno,
Las cosas no son extremadamente fáciles de encontrar en la Ciudad Antigua, las calles no siempre tienen el mismo nombre que en Maps, o no tienen, directamente, y a veces se cortan cerca de los edificios grandes, como si les hicieran sombra y desaparecieran del mapa, no sé por qué.
¡SIN EMBARGO!
Llego a la primera y descubro que la iglesia está junto a una de esas zonas en las que corre el aire, como delante del Muro o, un poco, delante del Santo Sepulcro. Lo normal por aquí es que las cosas estén apiñadas y que las calles sean túneles de madriguera llenas de símbolos religiosos, a la venta o no.
Ahora que lo pienso, antes de la guerra estos túneles tenían que ser imposibles para caminar, mega llenos de turistas. Sigue habiendo, se les reconoce por las gorras y porque son los únicos que usan pantalón corto (me he fijado en que eso aquí no se hace, así que yo no lo hago), pero muchas veces me encuentro sólo en una de esas calles emboscadas de mercaderes, aburridos en sus sillas de plástico.
Por una de ellas, llego al aire que hay entre la Christ Church y la Torre de David. Una vez ahí, me llama más la Torre, pero soy un hombre con una misión: deambular por una iglesia. Así que busco y encuentro un cartel que dice:
«Entrada a la iglesia a través de la cafetería»
No es que sea el camino más normal para llegar a una iglesia, pero así son las cosas por aquí. Además, la cafetería es de esas bonitas, con un patio interior con jardín y terracita, lo que termina por crearle como un abrazo de intimidad a la iglesia que, si estuviera en la calle principal, no tendría.
Entonces, cuanto más me acerco a la puerta, más evidente se hace que están cantando dentro. Y sí, está toda la iglesia en pie, muchos con las manos en alto, y moviéndose un poquito, como corales de gelatina.
Pero algo está pasando aquí.
Cantan en hebreo, bueno, estamos en Jerusalén, pero hay una bandera de Israel en el púlpito y una menorá, el candelabro judío, sobre el altar. Las cosas están tan juntas en esta ciudad que lo mismo te quieres meter en una iglesia y terminas en una sinagoga.
Y bueno, ya qué; me quedo a hacer lo mío: mirar cosas.
—Rak ara ra-ui le te hito tai…
—Rak ara ra-ui le te hito tai…
—Rak ara ra-ui le te hito tai.
«Porque sólo tú eres digno de mis alabanzas».
Sé incluso menos hebreo que árabe, pero tienen una pantalla donde ponen la letra transcrita y en inglés. Saco el móvil, apunto el estribillo para poder contártelo luego y una señora me mira con ganas de decirme algo, sólo porque no sabe que en Miradero no ponemos imágenes y se piensa que voy a grabar.
Me llama la atención un hombre, de los pocos que está sentado. Es pelirrojo, aunque uno sólo puede saberlo por la barba, porque tiene la cabeza afeitada y llena de tatuajes. Lleva auriculares, pero es evidente que le pasa algo dentro. De vez en cuando se lleva las manos en puño a la frente y se queda ahí, con los ojos cerrados, temblándole la pierna.
Me atrae ese tipo de silencio.
Si pudiera sacar una foto, se la sacaría a él, no a los corales bailantes, señora.
Con todo, no puedo evitar pensar en la bandera. ¿Qué necesidad de ponerla también aquí dentro? Pero quiero entenderles, pienso en la carga religiosa que tiene para ellos tener un Estado, que la propia bandera tiene la estrella de David, que… Y vuelvo a la música, porque tiene su rollo, saben cómo darte ganas de cantar con ellos.
—Levad-cha ata kadosh.
—Levad-cha ata Adon, Yeshua.
«Sólo tú eres sagrado, sólo tú eres Señor… ¿Yeshua?»
Espera un momento, esta gente le canta a Jesús. Esto sí que es una iglesia, pero otro tipo de iglesia. Entonces, ¿qué carajo hace una menorá en el altar en vez de una cruz?
Hay veces que la vida de uno se termina pareciendo a Slumdog Millionaire, y muchas respuestas te vienen más por lo que has vivido que por lo que has estudiado. Entonces me acordé de Dario, sin tilde, un amigo brasileño que tenía cuando vivía en Argentina y ya no tengo. Una vez hablamos de religión y me dijo que era judío, pero de una rama del judaísmo que creía en Jesús como el mesías.
Pues resulta que así son las iglesias mesiánicas. Imagínate ahora a mi amigo del Santo Sepulcro explicándoles a estos que Jesucristo no es Dios.
Una señora graba con el móvil y, ahora sí, la mujer a mi lado salta sobre ella, le tapa la cámara con la mano y le dice, en un hebreo que le entiendo en la cara: por favor, aquí no se puede grabar, esto es un templo, etcétera, etcétera.
Los judíos mesiánicos no usan la cruz como símbolo, sino los propios del judaísmo, pero, ahí, arriba, hay un árbol que ocupa tres vidrieras. El tronco queda en la vidriera central y se divide en dos ramas a izquierda y derecha lo que, sin querer o queriendo, termina por formar una cruz marrón, muy oculta entre decoraciones y hojas.
Pienso que, queriendo o no, esa es una buena metáfora del Jesucristo mesiánico en medio de la religión judía; ahí, como camuflado.
Al rato salgo.
Una vez dije que, cuanto más viajo, más europeo me siento o me doy cuenta de que se generaliza más la definición de lo que soy. Antes pensaba que era canarión, de Gran Canaria, en algún momento fui sólo canario, luego español, ahora europeo. Cuando llegue a humano, seguro que empieza a tener todo más sentido. O menos.
La cuestión es que, de camino a la Torre, se ve una bandera de Suecia. Nunca he estado en Suecia ni conozco a ningún sueco, pero, otra vez, algo me suena a reconocimiento dentro, y eso está bien.
Aunque por lo visto la entrada a la Torre está por otro lado, aquí está la salida, me lo dice un guardia árabe espectacularmente amable. Así que bajo la escalera y un tipo me agita la mano para que vaya.
—¡Una pregunta!
Hay tres claves para saber que es un mercader, aunque no haya ninguna tienda cerca: uno, está sentado en una de esas sillas de plástico en mitad de la calle; dos, en cuanto voy hacia él, su amigo se levanta y se va; tres, cuando llegue, no me va a preguntar nada.
Efectivamente, al llegar me da la mano, fuerte y gruesa, y me dice que este es el barrio armenio, que hace joyas a mano, que si me puede invitar a ver su tienda.
Sin tantos turistas como de costumbre, los mercaderes necesitan afilar las garras de la venta de algún modo, y me he dado cuenta de que yo soy una piedra de amolar andante.
Así que le digo que sí, claro, y llegamos a una tienda pequeñita, apenas un armario, y Jacob me invita a un café mientras, sentados en unos taburetes demasiado bajos, hablamos de su padre, de que en vida hacía botas de cuero largas para montar a caballo, pero que a él le gusta más la joyería handcraft, y se le nota en las manos la parte hand de aquello.
Hablamos tanto que ya sé que le voy a comprar algo mucho antes de que me hable de la guerra y de lo jodidos que están todos porque no hay turismo.
—¿Tienes esposa? —me dice.
—No.
—¿Novia?
—No.
—¿Hermana?
—No.
—¿Madre…?
—Sí.
—Mira, ¿qué te parece esta cruz para tu madre?
—Bueno… Mi madre es budista.
—Oh…
Desde luego, soy una piedra de amolar a la que no es fácil encontrar una excusa para venderle joyería femenina. Pero parece buen tipo y quizá sea verdad que su familia lo esté pasando mal, así que salgo de allí setenta euros más ligero de lo que entré.
Y si es mentira, que me haya engañado con algo como eso se refleja peor en él que en mí, así que ya fue.
Ya casi pasan mis dos horas libres y me toca volver para el almuerzo con las monjas. Llego a la oficina del colegio y está la hermana H., directora del colegio (ellas no dan clase), hablando con la otra directora del colegio, una mujer seglar árabe. Ya, yo tampoco sé por qué hay dos directoras; el caso es que la directora clerical está tranquila, pero la seglar está algo agitada, aunque sin querer estarlo o, al menos, parecerlo.
—¿Has escuchado el temblor?
Me dicen que la resistencia palestina lanzó un misil contra un barrio cercano a la Ciudad Antigua, una represalia por la muerte de tres de sus líderes en Líbano.
Me dicen que ahora teníamos la primera reunión de profesores del cuatrimestre, pero que algunos estan nerviosos y no se quieren quedar, que la van a mover para el lunes. Repasan protocolos de evacuación por si vuelve a pasar, que en noventa segundos todos tendrían que estar en tal sitio, que…
La directora seglar agita la cabeza con una sonrisa condescendiente, como si uno de los niños del colegio le hubiera tirado del pelo a otro en el recreo:
—War… —suspira.
Y me subo a comer con las monjas.
Una de las reglas que me he puesto para permitirme contar en Miradero lo que voy viviendo por aquí es no hablar de conversaciones privadas con personas de mi entorno cotidiano y, como las hermanas van a empezar a formar parte de él, pues no te puedo hablar de ese almuerzo.
Pero quédate con que va muy guay y con que todas son un amor.
Después de la comida, la hermana P. me lleva a su taller, donde hace hostias consagradas para las parroquias. Se hacen como crepes, se echa la mezcla en un plato y se prensa para que quede dividida y con los símbolos grabados. Luego pone doscientas en cada bolsa y las envían a donde toque.
Paso un rato con ella hasta que todas están listas para la clase de español.
Ya de vuelta a casa, molido como un chucho, mirando los olivos salvajes, desordenados en el monte, sin esperar a nadie para que los ordeñe, me quedo pensando en eso, en que, a pesar de todas las cosas feas que me puedan llegar a pasar aquí, estoy contento, que me gusta mi vida aquí, tanto, que el peligro se vuelve anecdótico, parte consabida y necesaria del trato.
Así que en esa voy andando, tranquilo, confiando en los dichos populares, que todo lo saben, como aquello de que si está pa’ti, ni aunque te quites, y si no está pa’ti, ni aunque te pongas.
Y si lo dice un refrán o lo que sea eso, pues será verdad.
¡Besitos volados!
Hoy me he dado cuenta, justo el día en que Miradero cumple tres mesitos, que, contando todos los correos, ya suma más de 102.000 palabras.
Por si no sabes cuánto es eso en páginas te diré que es fleje (que significa mucho en español aburrido), échale más de doscientas páginas de Word.
Y me consta que hay lectores que se han leído hasta la última coma.
Así que gracias a todos los que aguantan la ametralladora de correos diarios que es Miradero y gracias por seguir al otro dado dándole sentido a esto ❤️
Hijo de mi vida. Tú estarás muy tranquilo pero yo tengo el estómago encogido. Me encanta y te agradezco estas cartas porque es como si pusiera mis ojos allí donde vas, lo relatas de lujo. Curioso el asunto de la iglesia, de los símbolos ocultos, de ese hombre con auriculares que a saber qué le ocurría, la mujer que, como un muelle está a la que brinca para proteger el templo de grabaciones y fotos de turisteo... Pero de verdad, el refrán, buenísimo. Cierto y, si lo piensas, demoledor.
Un abrazo
Hola Samuel, me ha encantado leerte, seguiré haciéndolo, espero que todo siga bien en tu viaje, me gustó mucho el refrán del final, un abrazo 💘