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En el checkpoint de Kalandia, ese que separa Ramallah de Jerusalén, hay tres pasos. Uno para coches, otro para guaguas y otro para personas, y gente, a pie.
Quizá el palestino medio tenga ciertos valores morales más elevados que el español medio, pero el adolescente es adolescente. Lo he terminado por descubrir estos días, cruzando a pie.
El cruce a pie me recuerda a uno de esos corredores para vacas en los mataderos, un pasillo estrecho que se enrosca sobre sí mismo para engañarte, para que creas que es laberinto cuando es sólo callejón, pero en este matadero hay una pequeña sala entre el laberinto uno y el callejón dos, y en esa sala la gente se organiza en dos filas medio intuidas, para todos, menos para los adolescentes, que buscan cualquier despiste para colarse por los bordes.
Siempre hay algún hombre que les grita, como perros pastores camuflados en el rebaño, pero una vez fue una mujer, una señora a la que todavía le quedaba algo de señorita. Les habló, sin tanto ladrido, y al llegar a su altura, se paró ante ellos como un dique, nos dejó pasar al resto y a mí se me despertó dentro una tenue admiración.
Hoy está también en la fila, pero no hay lobillos intentando roer alguna pata.
Paso el primer torno, el segundo torno, el arco de seguridad, el tercer torno y esperamos para pasar el control de identidades. Normalmente no hay tanta gente.
Hay lectores automáticos para carnés, para un tipo muy concreto de carné, no sé para cuál, pero de cada diez o veinte o treinta, sólo uno o dos parecen poder usarlos, el resto hacemos fila para pasar por la pecera del soldado que esté de guardia.
Llevo cruzando a Jerusalén todos los sábados desde septiembre, pero habré cruzado por aquí unas cinco veces, siempre con menos fila que ahora, por eso no me había fijado en que, al lado de la pecera, por donde tiene que pasar en la práctica todo el mundo, hay estratégicamente colocada una pegatina de «Fuck Hamas». Tiene dos esquinas arrugadas, cómo si alguien se hubiera atrevido a intentar arrancarla antes de que lo detuvieran.
Aparte de la soldado en la pecera, hay un policía fuera con cara de cabo primero; el uniforme totalmente negro y un fusil haciéndose el dormido, con mira holográfica y el guardamanos muy gastado. Tiene las sienes canosas y el gesto torcido de marinero en Trafalgar; la barba, a medio salir o a medio cortar, como si estuviera en campaña.
En la pecera, hay una soldado aburrida de mirar identificaciones; el uniforme oliva, las uñas blancas, largas y acrílicas. Empiezo a pensar que es parte de la uniformidad, que se las dan de dotación en la compañía al llegar.
Le pego el pasaporte contra el cristal y, antes de que me dé cuenta, tengo al cabo primero del alcázar de popa al lado, en silencio. Una de las uñas blancas toca la bandejita del pasapapeles y suena artificial, metálico. Pongo el pasaporte.
—Isbanya? —dice al ver el escudo de España.
Asiente mi cuerpo, al otro lado del cristal, mientras estoy lejos, no sé todavía dónde.
—¿Tenés carné de identidad? —dice.
—I'm sorry, I don't speak Arabic.
—Te hablo en español.
Se me sincroniza el alma con el cuerpo:
—Coño, perdona. No te entendí.
—¿Tenés carné de identidad? —dice, y hay algo que...
—¿El español?
—No, de aquí.
—No.
Devuelve el pasaporte a la bandejita y el policía ya está en su puesto. Mientras me guardo el librito sagrado, le digo:
—¿De dónde eres?
—De Brasil —y le nacen unas ganas de sonreír.
Siempre somos humanos, al final.
Cuando me voy, una cuerda imaginada se estira al alejarme. La tengo atada al tobillo, o a la muñeca del maletín, quizá, y se tensa con cada paso, queriendo hacerme difícil el irme. Y, cuanto más cerca estoy del torno de salida, más se me borra la sonrisa. Más me doy cuenta de lo solo que estoy.
De lo mucho que me falta el español en el oído y en una lengua que me lo hable, aquí, con carne y ojos.
Hay una patria que se llama Español que echo más de menos que España.
O quizá sólo echo de menos que me miren así.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina, están todas aquí
“De lo mucho que me falta el español en el oído y en una lengua que me lo hable, aquí, con carne y ojos.
Hay una patria que se llama Español que echo más de menos que España.
O quizá sólo echo de menos que me miren así.”
Nunca he vivido en el extranjero. Así que no sé si esto es equivalente, pero... dos pensamientos sobre encajar o no encajar, en cuanto al lenguaje:
Cuando yo salía con el hombre birmano, había ocasiones en las que visitaba a su familia. Mi novio tenía una hermana que me trataba decentemente, cuando éramos solo nosotros tres de visita juntos. Pero para las reuniones familiares más grandes... estaba solo. Casi todos ellos sabían inglés, pero estaban en casa, así que no iban a hablar mucho de él, incluso en mi presencia.
Mi novio estaba orgulloso de llevarme a casa con la familia, pero no estaban tan seguros de que debería estar allí. Así que me ignoraron. Algunos de ellos hablaron mal de mí delante de mí. Me di cuenta.
No había nada más solitario sabiendo que podían hablarme en inglés, pero se negaron a hacerlo. Y mi novio, tratando de navegar la situación, no pudo traducir lo suficientemente rápido para mí. O no quería compartir los chismes que estaban diciendo sobre mí.
En última instancia, por esta y otras razones, aunque habíamos hablado de matrimonio, me quedó claro que nunca iba a encajar, incluso si lo intentaba. Y eso me puso triste. Porque sabía que nunca podría pedirle que renunciara a su familia, (ni hubiera querido que lo hiciera), pero eso significaba que si hubiera dicho que sí a un matrimonio, realmente no habría estado en él, con su familia alrededor. Y siempre iban a estar cerca. No puedo ver ahora que habría sido feliz.
La otra situación es lo contrario... al no haber estado en casa para visitar a mi familia durante 5 años, finalmente llegué a casa para Navidad. Solo tuvimos 2 días enteros de todos juntos. Y no hablo con todos durante el año tanto como me gustaría... nuestras vidas actuales son un poco misteriosas entre sí, en muchos aspectos. Y, sin embargo, esa sensación de volver a casa, donde todo el mundo sabía de qué diablos estaba hablando, y se reía cuando me reía, y lloraba cuando lloraba... me hizo sentir nostalgia incluso antes de irme. Como, ¿por qué no puedo sentir más este sentido de pertenencia? ¿Por qué nadie entiende mis sutiles chistes esotéricos? Estoy agradecido por ello, pero lleva tiempo construir eso con los demás... y aunque tengo muchos amigos, no tengo ese sentimiento de pertenencia, lo suficiente.
Lo tuve con mi último novio, y echo de menos esa facilidad de tener un lenguaje compartido juntos. Sea lo que sea que se convierta ese lenguaje familial... ¿tiene sentido?
(Vale, eso es suficiente parloteo por hoy...)
Ay, y lo que une cruzarse con alguien que habla tu idioma en el extranjero, no te conoces y ya parece que compartes un secreto.