🍃Por qué haces lo que no haces por dinero
Hoy toca pensar en alto. Si quieres ver en siete minutillos las indigencias internas de un hombre, es aquí ✨
Desde que estoy en Palestina no tengo demasiado ocio.
Aparte de Miradero y de escribir fuera de cámara, me he metido en veinte mierdas laborales a lo salvamundos académico que me dejan seco de tiempo.
¡PERO!
En el proceso ha sucedido algo curioso: quizá por un mecanismo de supervivencia, esas obligaciones se han convertido en pasatiempos. A lo «si no puedes contra tu enemigo, únete a él» he empezado a convalidar inconscientemente esas cosas consideradas productivas como entretenimiento.
Vale, no suena demasiado sano ahora que lo digo en alto.
Soy un tipo simple, más bien simplón, y realmente no necesito más dinero para mantener la vida que llevo, así que estos días me he quedado pensando en por qué hago las cosas que no hago por dinero.
Mi tío tiene una historia vital de esas de dar charlas en estadios y vender libros de emprendimiento, aunque sólo esté interesado en escribir poemas.
De pequeño iba con un palo largo y dos cubos a buscar agua a la fuente y terminó siendo dueño de varias cadenas hoteleras en la isla. Quiebras y recuperaciones después, más que jubilado de partirse los cuernos todos los días en ese mundo, ya con el único proyecto de hacerse una cabaña en el campo, sigue diciendo:
—Yo no trabajé ni un día de mi vida.
Así que empecé a pensar por ahí.
Creo que todo va de eso, y creo que yo he tenido la peculiar suerte de heredar ese mismo gen, el gen de ser un buey feliz.
Cuando llegué a Australia tardé un mes en conseguir trabajo de profesor, hasta entonces estuve trabajando de barman en un restaurante, y sé que habría querido seguir yendo a trabajar si un día hubieran decidido dejar de pagarme. De hecho, estuve todavía algunos meses más compaginando el bar y las clases porque verdaderamente me lo pasaba bien allí.
Lo mismo ahora: lo más seguro, seguiría asumiendo todos estos proyectos académicos si no me pagaran.
Creo que veo el trabajo como uno de esos juegos de simulación de vida, tipo «Imagina ser pastelero», y me pongo a jugar a trabajar.
Tiene pinta de que la clave de no ser un desgraciado laboral, tengas el gen de buey feliz o no, está en eso: trabajar de aquello que harías gratis o, al menos, saber verle la parte de entretenimiento a eso en lo que trabajas.
Claro que esta es mi visión de cerdo privilegiado capitalista occidental y bla, pero, bueno, es lo que soy, y probablemente sería un error por mi parte forzarme a jugar mi vida con las cartas de otro. Quizá de ahí venga parte del sufrimiento de mis hermanos cerdos occidentales.
El caso, que llegamos a Miradero.
Varias personas me han dicho que Miradero tiene que ser de pago, incluso por otros motivos que van más allá de ganar dinero. Pero es que yo ya me siento pagado escribiendo Miradero, y esa sensación me ha forzado a tener que pensar también el porqué escribo aquí.
Porque, si fuera sólo por entretenimiento, igual que lo del trabajo, tendría suficiente con seguir con mi escritura «fuera de cámara» y ya está, pero aquí estamos, otro día más, ajustando los focos para que todo salga bien iluminado en el correo que estás leyendo.
Hay algo más ahí que se me escapa y, como hago siempre que algo se me escapa, le pregunto a otros escritores, mucho mejores que yo, como podría ser Gabriel García Márquez:
Yo alguna vez he dicho, y lo sigo pensando, que yo escribo para que me quieran más. Yo creo que esa es una de las razones fundamentales por las cuales un escritor escribe.
Ahí está.
Quizá un escritor, al final, no sea más que un pobre atormentado que busca cariño en desconocidos.
Algunas semanas antes de empezar Miradero hablaba con una amiga, Marina, sobre el proyecto y me preguntó si no tenía miedo de los posibles comentarios negativos.
—Creo que me dan más miedo los comentarios positivos.
En aquel momento le dije que me daba miedo que esos comentarios dirigieran mi modo de escribir, que, por seguir recibiéndolos, escribiera de una manera determinada. Ahora me preocupan los comentarios positivos como a alguien muy activo en Instagram le preocupan los likes.
Sí, si pudiera, quitaría el botón de «me gusta» de mi Substack.
Lo he intentado, pero parece que quitarlo significaría quitar también la posibilidad de comentar, así que en esa andamos.
¿Por qué? Te lo cuento con un ejemplo.
Alberto Fernández es el antiguo presidente de Argentina. Hace unas semanas o meses salieron unos vídeos suyos en el despacho presidencial con Tamara Pettinato, una famosa de allá.
Si no has visto los vídeos, te puedes volver a subir los pantalones del morbo, porque no, no están en pelotas. El expresidente simplemente la graba y le insiste, como un homúnculo lastimero, varias veces con:
—Decime algo lindo.
Lo más triste no es eso, ni siquiera que se haya sentado en la mesa presidencial, sino imaginarse al señor Fernández, en su cama, a oscuras, viendo ese vídeo en repetir.
Y quizá un escritor desprevenido pueda derivar en convertirse en eso, en una versión andante de ese personaje de Afectados crónicos por la magia, un mendigo crónico de validación y cariño.
Probablemente para nada, porque si sigues escuchando lo que tiene que decir Gabo:
Yo alguna vez he dicho, y lo sigo pensando, que yo escribo para que me quieran más. Yo creo que esa es una de las razones fundamentales por las cuales un escritor escribe. Ahora, el problema después de treinta años de estar escribiendo es que uno no sabe, no tiene la menor idea, de lo que la gente piensa realmente de uno.
Parece que, al final, sólo se puede hacer literatura para hacer literatura. Si uno empieza a ponerle demasiados ojitos al dinero, al aplauso, a la relevancia, al cariño… Tarde o temprano se irá al carajo de dentro para afuera.
Alguna vez escribí por aquí eso de que lo extraliterario es accesoro, pero viene bien recordárselo a uno mismo y recordarse por qué uno hace lo que hace, sea escribir o lo que sea que hagas tú.
Piénsalo, quizá estés haciendo cosas inconscientemente por motivos que terminarán llevándote a donde no quieres llegar.
Yo sé una cosa sola,
La mirada del lector convierte un texto en literatura, por eso existe Miradero y por eso va a seguir existiendo, porque esa comunicación es valiosa. El resto es polvorón y adorno de Navidad.
Ha de serlo.
Me siento mejor después de escribir esto… ¡Ahora! ¡Dale a me gusta y…!
¿Te imaginas?
Anda, ¡besitos volados!
P. D.: Ah, por cierto, si tú también quieres charlar con Gabo (y con un señor espectacularmente inquietante) es aquí.
Tremenda reflexión la que me has provocado, Samuel. Gracias. 🙏
De mayor quiero tener una relación con el trabajo tan bonita como la tuya. 😄
Me ha encantado este escrito! El ritmo, la sinceridad y la metáfora del buey feliz…ojalá no te condicionen los likes ni los comentarios y puedas escribir libremente aunque, como dices, si no es por dinero seguramente buscamos amor en desconocidos. Espero seguir leyéndote! Un abrazo 🫂