🍃Además de ser artista, voy a cobrar
De artista, nada. Ponte delante de las cabras y sujétalas, alucinao. Y deja de pegarle diez minutazos de chapa a esta pobre gente sobre escritores y el mercado editorial, que ni les va ni les viene.
Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
«De los libros no se vive»
El que haya tanteado la escritura, aunque sea un poco, ha escuchado esto como un mantra a donde quiera que haya ido, y no de editoriales, sino de colegas escritores.
Creo que van a sacar un Real Decreto para que venga impreso detrás de las tarjetas de visita y en firmas automáticas de correos electrónicos.
Samuel Domínguez
Escritor
samuel@sdominguez.com
Sepa que de los libros no se vive
Es que de los libros no se vive.
Por eso ya no hay librerías en la calle, todas han cerrado como los blockbusters, y Penguin, Planeta y compañía han vendido todos sus edificios para hacer mercadonas.
De los libros sí se vive, pero no el que los escribe
Y rima, así que tiene que ser verdad.
Pon que te vas a uno de esos mercadonas nuevos que se han levantado en las antiguas oficinas de Penguin Random House. Vas a comprar manzanas para una tarta (la casualidad) de manzanas y ves que el kilo está a 2,59 €. No están de oferta como te gustaría, pero es que te apetece mucho la tarta, así que pasas por caja: efectivo, por favor, así me quito monedas, jeje, no, voy bien sin bolsa, gracias.
Te guardas el tique y las manzanas.
Entonces, la cajera pone tus monedas en una cápsula, la mete en un tubo, como si fuera una municionadora de artillería, y sale disparada por un conducto que recorre toda España, toma desvíos, pasa debajo de ríos, cruza provincias y, al fin, llega a la finca de Tomás, que abre la cápsula y mete las monedas bajo el colchón.
Si pagas con tarjeta el proceso es un poco diferente.
Chistecitos aparte, en el mundo editorial pasa lo mismo. Igual que Tomás se lleva una ínfima parte de esos 2,59 € —aunque, literalmente, sin su trabajo no hay producto que vender—, el escritor se lleva una parte muy pequeñita de lo que te marca la etiqueta en la librería (exactamente un diez por ciento de esa cantidad, no joke).
Nos podrían dar un veinte, pero eso complicaría demasiado los cálculos y los escritores solemos ser de humanidades.
Una vez te hablé de mi profesor de Historia, Antonio, el que nos contó la Revolución Bolchevique como una película de comandos. Pues un día estábamos estudiando los sectores económicos —eso de primario (materia prima), secundario (industria), terciario (servicios)— y quiso hacer un pequeño experimento.
Nos dijo que escribiéramos en un papel el orden de importancia de los sectores que solía haber en un país desarrollado. Creo que todos, inocentes florecillas, pensamos que un país desarrollado tenía primero que preocuparse en tener mucha materia prima para poder mandarla a la industria y, sólo al final de la cadena de importancia, convertirla en producto comercializable.
Pues eso, nos dijo que no, que va justo al revés, que lo más importante es el final.
Con los libros pasa lo mismo
Tu texto es un abeto que has tardado mucho en cuidar, proteger del invierno cuando estaba flaquito, preocuparte en regarlo cuando había sequía y todo esto; pero, hasta que no viene un señor y lo tala, se lo da a otro para que lo meta en un camión, otro que lo limpie de porquerías y, por fin, otro que lo ponga en un escaparate como arbolito de Navidad, hasta que todo eso no pase, tu texto no se puede vender.
A todos en esa cadena les gusta comer, lo mismo que a ti, amantísimo agricultor de abetos (escritor, 10 %), pero abetos hay muchos, un bosque, y tipos que los transporten (distribuidoras, 25 %), los limpien (editoriales, 35 %) y dispuestos a ponerlos en sus escaparates (librerías, 30 %), pocos.
Así que entre todos te ponen el culo como un aro y pasas por él.
Sin embargo, esta distribución es bastante conveniente, porque protege algo: a muchos escritores que les sigue dando vergüenza ganar dinero. Y conecto con lo que te dije el otro día.
Porque lo entiendo, mira:
Imagínate un círculo
Es el círculo de la Literatura.
En mi mente es azul, pero le puedes poner otro color que te guste más.
Todo lo que está dentro del círculo es un bien interno, es decir, algo positivo que le reporta la literatura al escritor, una retribución que está necesariamente relacionada con el acto literario.
Ejemplos que se me ocurren: poder contar, observación, desarrollo lingüístico y expresivo, voz propia, conversación literaria con autores vivos o muertos (hace tres días o tres siglos), desarrollo intelectual, reflexivo, psicológico, personal…
Este tipo de cosas, te haces una idea.
Fuera de ese círculo está lo que serían los bienes externos, o sea, eso que te da la literatura, pero que no tiene nada que ver con el acto literario.
Lo típico: dinero, fama, influencia…
¿Qué pasa? Que, aunque las dos listas te dan cosas (generalmente) deseables, hay escritores que asocian el bien interno a lo bueno, positivo, y, por oposición, el bien externo a lo malo, negativo.
Y tiene algo de sentido, porque los bienes extraliterarios no pueden colarse dentro del círculo, porque la literatura no es una mercancía. Para protegerse de eso, lo etiquetan de negativo.
Es más fácil que estar en guardia constante para no deslumbrarse con el parné y terminar metiéndolo en el círculo, porque hacerlo significaría, precisamente, aceptar que el dinero es intrínseco al acto literario, algo prioritario en la literatura, cuando no lo es.
El problema es que ese «bien externo = negativo» se ha quedado incrustado en la cabeza de algunos, como un patrón heredado, sobre el que ni siquiera se han parado reflexionar. Como aquel cómico alemán en 1973 que, jugando con la audiencia, los hace corear:
—Hip, hip…!
—Hooray!
—Hip, hip…!
—Hooray!!
—Sieg…!
—Heil!!
Entonces, ¡revelaciónnn que te lanzoo!
Sí, se puede querer ganar dinero con la literatura sin que te griten cosas feas en la calle, pero la prioridad nunca puede ser esa. Porque entonces dejas de escribir literatura para escribir copys.
Profesión loable la de copywritter, pero una diferente.
Así que ahí es cuando viene un tipo de mandíbula cuadrada y fundas dentales blanquísimas, te da con el codo y te dice: no te rayes, artista, que yo me encargo de esto.
Y todos contentos, porque, como me ha repetido mi santo hermano David mil veces: el creativo quiere crear y el vendedor quiere vender.
Personalmente, me la pela el dinero en esta ecuación
El oro viene después.
Ese es un mantra personal que significa: voy a hacer lo que quiero y, únicamente después, averiguaré como ganar dinero con ello. Lo intento aplicar con todo en mi vida.
Tengo la suerte, la circunstancia y el contexto adecuados de poder hacerlo, así que lo aprovecho.
Si viviera en un arrozal sin zapatos y con una familia de cuatro hijos, me inventaría otro mantra.
Yo no estoy en un arrozal, y mucha gente que va por ahí escupiendo sobre los privilegios del resto, tampoco. Pero desviar el tema a que «otros no tienen tanta suerte» es una excusa cojonuda para no echarle pelotas al asunto y hacer lo que de verdad quieres hacer con tu puta vida.
Hay autores que ven en la distribución de porcentajes que te he puesto arriba una explotación del autor.
No creo que lo sea.
Escribir una novela es un tesoro que tienes que desenterrar con paladas y paladas de tiempo (aparte de otras muchas cosas, bonitas y no tanto). Pero, desde el punto de vista del mercado, no te estás jugando nada con ello. Quien se juega de verdad el capital es la editorial y los libreros, por eso no es casualidad que se lleven el mayor porcentaje.
Si una editorial invierte en un libro que no se vende, se pega una hostia monumental; lo mismo que si un librero compra un palé de ese libro.
A mí, hasta el momento, me vale este sistema. Porque lo que yo quiero es contar historias y que las escuche el máximo numero de personas posible, y yo no tengo un megáfono tan grande como una editorial.
Por eso quiero que Caminos de vuelta la publique una wena y no me lo monto por mi cuenta.
Pues a mí no me vale ese sistema, Samu
Pues móntatelo a tu rollo.
Es lo bueno de este siglo, que puedes pagar a un editor, a un corrector, a un maquetador, a un ilustrador, y a toda la cadena de -dores necesaria para convertir un texto en un libro, después venderlo tú como te apetezca y llevándote el cien por cien, porque serás tú el que invierta el capital y pague los sueldos.
Cuando pienso en esta clase de autores «fuera del sistema» me acuerdo de Ana González Duque. No es una promoción, ella no sabe (ni sabrá por mí) que estoy escribiendo de ella, pero es la única escritora que he visto decir en público, ante escritores, con un par de ovarios sobre la mesa: yo sí vivo de mis libros.
Y eso es para gritarle un olé.
El resto, mientras no tengamos esos ovarios o cojones, paciencia.
Y a hacer cola a la puerta de la editorial, manoseando mucho la gorra de huérfano y mirando al que pase con penita.
Si no eres escritor, igualmente puedes pensar sobre tu circunstancia personal y si te podrías permitir con ella hacer lo que de verdad quieres o no.
Si sí: hazlo.
Si no: piénsate otro mantra y me lo cuentas para cuando todo este juego me deje sin zapatos.
¡Besitos volados!
P. D.: Yo también creo que hoy es un buen día para responderme a este correo, como que se nota algo diferente en el ambiente.
P. D. 2: El título de hoy viene del outro del album Let Me Tell Ya de Broken Lip, te lo pongo que es cortito: