🍃Uva no se escribe con B
Ahora dedico el cincuenta por ciento de mi tiempo productivo a escribir y el otro cincuenta a enseñar español. Pero te cuento en ocho minutitos cómo esto no siempre fue así.
Si alguien te ha reenviado este correo, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Ya habrás notado que me gusta esto de las palabras.
Pues cuando me presento es inevitable (porque yo decido no evitarlo) decir de algún modo que la literatura y el español en general son el eje que articula mi vida. Claro que reconocerlo no siempre me ha salido tan natural.
Viví ocho años en Madrid, trabajé (primero) y estudié la carrera (después) allí.
Y, gracias a una nota en la que apunto fechas importantes, sé que fue el doce de octubre de 2018, cuando de fiesta por allí con un amigo conocimos a dos chicas y, mientras intentábamos que cuajara la cosa (spoiler: no cuajó), una nos preguntó a qué nos dedicábamos. Respondió Mario:
—Yo soy dentista
—¿Y él? —dijo la otra.
—Él es escritor.
Aquello me pilló por sorpresa.
Luego sonreí.
No sólo porque mi amigo lo dijera con un brillo de orgullo, sino porque era la primera vez que alguien me llamaba escritor. Por aquel entonces ni siquiera yo me lo llamaba; me costaba creerme que yo pudiera de verdad ser eso, viniendo de lo que yo venía.
Creo que, si lo reclamo, me podrían dar algún tipo de Guinness, porque ya en cuarto de primaria empecé a suspender asignaturas a paladas. Así que para cuando estaba en quinto o sexto, ya era un personaje público del colegio.
—¿Tú eres el niño que suspendió hasta el recreo?
Me dijo un día alguien de otra clase que no había visto en mi vida.
Te recuerdo que escribo fantasía y ciencia ficción, en el colegio no era de los malos y duros, era un frikillo. Si suspendía tanto no es porque viniese con el cargo de ser popular, es porque no me interesaba aquello y me parecía más útil para mi vida memorizar los pokémons y sus tipos.
O porque era tontito.
La cuestión es que siempre conseguía encontrar la forma de pasar de curso, y esto me fue funcionando hasta que en tercero de la ESO me dejó de funcionar y tuve que repetir curso.
Entonces sí.
Cuando uno repite, ya puede ser el gordo que juega al WoW en South Park, que tiene permiso del Real Organismo Rector de la Malería para dárselas —un poquito, relájate— de malo, de esto no va conmigo, yo estoy en otra, qué va, paso.
Por entonces empezaba a escuchar mucho rap, así que la pose me venía a medida.
Claro que todo eso tenía un precio, uno que arrastraría durante muchos años: mi nivel académico general era bajísimo. En cualquier área. Suele pasar cuando en clase te pones en una esquina con el MP3 a escuchar en bucle el Alive 2007 de Daft Punk o a crear personajes para la partida de rol del recreo (te lo dije, lo de ser un friki no era un farol).
Te pongo un ejemplo de esto en clase de Lengua.
Si no eres de España —aunque sospecho que en tu país también será así—, tengo que decirte que en nuestro sistema educativo se les mojan las bragas con el análisis sintáctico.
Después del franquismo se quitaron los crucifijos de las aulas, pero estuvieron a punto de poner un diagrama sintáctico para tapar el hueco.
En clase salíamos a la pizarra, la profesora dictaba una frase y la analizábamos con una legión de alumnos a la espalda sonriendo como demonios japoneses. O así me lo imaginaba yo, que eso de la exposición pública lo llevaba regular; aunque lo más probable es que cada uno estuviera a su Alive 2007 particular, como siempre en la vida.
Pues la profesora lee la frase y la voy escribiendo:
«No habrías llegado tarde si no hubieras comprado el racimo de u… bas»
—¡No, hombre, no! Uva con be no…
Risa general.
Y demasiado que había puesto racimo con ce.
Mi nivel académico hasta que terminé la ESO fue un funambulista cojo intentando cruzar el abismo del abandono escolar. Y, para sorpresa de muchos, llegó al otro lado, pasé a Bachillerato, tuve la suerte allí de tener un profesor de Historia, Antonio, el Búho, que nos contó la Revolución bolchevique desde el punto de vista de un comando que repartía octavillas a espaldas de la policía del Zar, y lo consiguió, me «atornilló la vocación» cultural (y que Dios se lo pague, o Lenin, el que él prefiera).
Me di cuenta de que había cosas comúnmente consideradas “cultas” que me interesaban. Empezó por la historia y se fue derramando al arte, la literatura y todo lo que hubiera por ahí. Prestaba atención porque me interesaba, no para aprobar un examen, y eso lo cambió todo.
Pasé de suspender hasta el recreo a terminar segundo bachillerato con una media de nueve sólo porque a un tío se le hincharon las pelotas de trabajar en las fábricas zaristas por dos mangos, y alguien me lo supo contar bien.
Claro que una vida de escribir uva con be no se soluciona con un par de trimestres aplicado.
Años después —porque no estudiaría la carrera hasta los veinticuatro, y ese es otro cuento—, cuando decidí hacer Filología hispánica, fue porque sabía bien de dónde venía. No hay que estudiar una carrera para ser escritor, pero en mi caso casi que sí, para remendar lo hecho.
O más bien lo no hecho.
Ayer lancé la newsletter y algunos buenos amigos, unos tanteando con cuidado, otros, los más tarados, partiéndose el culo con cariño, me dijeron que faltaban dos tildes en la bienvenida.
Me reí y les di sinceramente las gracias.
Me reí porque me imaginé a un alpinista. Un alpinista con una pierna amputada (es el mismo que antes trabajaba de funambulista, se llama Jimbo) que después de llegar a la cima, cojeando, a punto de despeñarse cuarenta veces, su amigo se le acerca con cuidado, le señala la única bota que tiene y le dice:
—Tío, espero que no te importe que te lo diga, pero tienes los cordones desatados.
Voy a escribir muchos correos con muy poco tiempo, no puedo pasarle lupa a esto, así que, si te encuentras con una palabra sin tilde o algo que te suena raro, piensa que estás leyendo a un niño que no sabía escribir uva.
Coméntame la falta, sin miedo, y la corregiré. Me haces un favor, de verdad, y de paso me río un poco de mí, que siempre me viene bien.
¡Un vesito bolado!
P. D. : No me he olvidado lo prometido al final del correo de ayer, aquí está el texto de Luis Cernuda, de su libro de prosa poética Ocnos, que conecta con lo que te dije porque…
Pero para qué te lo voy a explicar si tú ya sabes leer.
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.
¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.
Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.
El texto se llama La poesía y, aunque está escrito así, que no rima ni te cortan las frases en versos, es un poema.
Y los poemas siempre se leen mínimo dos veces.
Vale, aquí está la publicación que me perdí de leer. Jaja.
👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼 Un honor salir en la newsletter de hoy!! Que pasada que te apuntaras el día que fue, ahí te lo empezaste a creer 💜💜. Vesito bolados! Ya ahora lo aprendí así y la IA del teléfono escribirá siempre mal jajajaja
Pd: ponte a buscar el curso de barcos que esto lo haces en 2 minutos....