🍂Qué misiles ni qué misiles
Hoy tocaba el «¿Te acuerdas de Luna?», pero vamos a hablar de los fuegos de San Juan de anoche, que sé que te interesan más (3 mins)
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El viernes, cuando me desperté por la mañana, vi una notificación de alerta de terremoto en el móvil. No me despertó. No me despertó porque mis vecinos no celebran terremotos.
Irán atacó Israel anoche a la 1:00 y otra vez a las 5:00. Antes de eso, ya había lanzado misiles a las 9:30 de la noche.
Unos científicos en 2004 probaron que el corazón se anticipa, apenas unos segundos, a eventos negativos. Quizás los palestinos lo tengan entrenado más, o quizá sea que, para que unos misiles lleguen de Teherán a Tel Aviv tienen que pasar por Irak, Damasco, Nablus… Y se sabe que vienen mucho antes de que los veamos en el cielo.
Vivo en la carretera principal entre Ramallah y Birzeit. Cuando esto pasa —más bien antes de que pase—, algunos coches empiezan a parar frente a mi casa, con las luces de emergencia, y la gente se queda de brazos cruzados mirando al cielo.
Esperando.
Los israelíes tienen alertas oficiales al móvil que te dicen que vayas al refugio antiaereo, aquí tenemos grupos de Telegram y gente que espera; la barbilla muy alta contra la noche.
Mi sirena de misiles balísticos es el vecino de abajo. Siempre es el primero en salir al balcón y gritar. Poco después, los coches, esos a los que no les interesa tanto el asunto como para pararse, empiezan a tocar la pita. Luego algunos vecinos más se suman a los gritos. También esos que se bajaron de los coches, los móviles en mano.
Son gritos de alegría, ya lo he contado alguna vez, aquí se celebran los misiles como voladores en la noche de San Juan.
Y voladores significa fuegos artificiales en español aburrido.
Yo sólo los miros, sin que se me ocurra ninguna poesía ni nada ingenioso que contar sobre esas llamas raras, como flechas persas que aparecen sobre nuestras cabezas para retumnar allá lejos, en Jerusalén y Tel Aviv, iluminando la noche.
Vagamente pienso que hay gente muriendo en algún lado. No demasiado, porque lo que no se ve no se siente.
Algunos me escriben, riéndose, festivos, diciéndome que si lo vi. Otro alguien me responde asustada por haber sentido la honda de choque cerca. Los de los móviles terminan por volverse a los coches y yo a trabajar otro tanto antes de dormir.
A la una de la mañana mi vecino vuelve a gritar, esta vez con más gente, y doy un salto para abrir la persiana.
Es automática, tarda dieciséis segundos en estar abierta del todo y seis en que pueda ver algo al otro lado. Sube lenta. La espera se parece a un telón de teatro perezoso, con marineros que tiran de los cabos, cansados, desde bambalinas.
Cada vez que escucho gritos de madrugada subo la persiana esperando ver al ejército israelí. Nunca es. Son misiles otra vez, y los veo un rato, recostado sobre el cabezal de la cama.
Me vuelvo a dormir cuando mi vecino se calla.
Los misiles de las cinco de la mañana llegan sin el aviso de celebración. Vibran un tanto las ventanas, se escuchan a lo lejos, pero no se ven en el cielo. Y me acuesto de nuevo pensando que sí, habrá que escribir de esto mañana en vez de Luna.
Busco los tapones e intento llevarme conmigo unos últimos minutos más de sueño, mientras a alguien se le hace pedazos la casa y la vida.
Quizá debería estar asustado o preocupado.
Me pierdo en unos sueños confusos, de guerra a pie, no de peligros en el aire, con muchos uniformes verdes en la calle y conmigo buscando algo en una terraza abandonada, sin que me vean, con dos chicas.
Los mosquitos no saben de ataques aéreos, y me rondan con la naturalidad de todos los días.
Me despiertan. Les meneo el aire para que me dejen.
Quizá es por eso, quizá yo también sea un mosquito muy grande e inconsciente.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina, están todas aquí
Te dejo aquí el enlace al texto que cité arriba:
⮤ «Son gritos de alegría, ya lo he contado alguna vez, aquí se celebran los misiles como voladores en la noche de San Juan.»
Y me acuesto de nuevo pensando que sí, habrá que escribir de esto mañana en vez de Luna”