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Abro la mosquitera, justo para que entre la boca del vaso, y lo destapo. Un mosquito revolotea todavía algo más dentro antes de encontrar la salida. Está gordo y trope. Gordo de mí, torpe de sueño, de pasar toda una noche silbándome el oído y catando el moreno que se me escapase fuera de la sábana.
Ha vuelto el verano.
La madre que les parió a todos.
Ahí, en mi balcón grande, acristalado, terraza pecera, me quedo mirando a lo lejos. Valles pequeñitos se encadenan, casi alineados, con alguna siembra de casas arriba y minaretes que destacan desde las faldas. Los días claros, como hoy, al otro lado de los valles, se ve un brillo salado absoluto, casi un espejismo.
Una chica me contó la primera vez que vio el mar, con veintitantos, cuando consiguió cruzar hasta la costa de Israel para verlo. Pero esa historia no es mía, si te la contara terminaría siendo la mitad de bonita, y no es justo.
Contra ese brillo salado, entre naranja y púrpura, hay una sierra de edificios, una línea oscura, humana, que alguien llevará en un tatuaje. Como habrá quien se tatúe el skyline de Los Ángeles, Madrid o Londres, habrá algún antebrazo rodeado por ese de Tel Aviv. Pero este tiene algo diferente, se parece demasiado a los dientes de una llave; una llave oscura y larga que domina o amuralla el último horizonte de tierra antes de llegar a ese Mar Nuestro, que, aquí, hace tiempo que es todo de ellos.
Hay una historia curiosa.
Cuando Israel tomó Jerusalén, muchas familias palestinas de la Ciudad Antigua se tuvieron que marchar. Esas familias se fueron con las llaves de sus casas, como símbolo y promesa, dejando atrás puertas que siguen cerradas todavía hoy. Una amiga les saca fotos a todas las que ve. Como símbolo y promesa.
Pero eso es sólo la mitad de la curiosidad.
En 1492, en un lugar que se llamó Sefarat, unas cien mil personas fueron expulsadas de sus casas. Un 5% de la población. Sus otros iguales, se convirtieron a la religión de aquel Sefarat, y se quedó. Los que se negaron, con tres meses para empacar toda su vida en el carro que pudieran conseguir, cerraron las puertas de sus casas y se guardaron aquellas llaves; hoy herrumbrosas y sagradas, que muchas familias sefardíes todavía guardan como símbolo, con cualquier viso de promesa ya caducada.
Sefarat es el nombre hebreo que usaban aquellos judíos para decir España.
Quizá, en la historia de la humanidad, el derecho a ser verdugo se gana habiendo sido reo. O quizá sea más intenso el deseo de ser el que posee casas cerradas, que el que vuelve para abrir puertas.
En esta ciudad de las puertas sin llaves, vi en un Shabbat a un niño ortodoxo, judío, de la mano con su padre. Esa que le quedaba libre, se la llevó al sombrero para dejarse ver mejor y le explotó la admiración en la cara. Un policía montaba un caballo percherón, inmenso incluso para mí; para el niño debía estar cabalgando una cordillera. Siguió mirando hacia atrás, arrastrado por la prisa de su padre, los flecos blancos del tallit katan bailándoles en la cintura, sobre los trajes negros.
En una esquina, en uno de esos coches de golf que se usan por las callejuelas de la Ciudad Antigua, se resguardaban del sol dos niños que los isreaelíes llaman «palestinos normalizados». Uno le dio un golpe en el brazo al otro, que levantó la vista del móvil para ver aquella montaña. La sorpresa les llegó con algo de recogimiento, hasta parapetarse un poco en los asientos del coche, como aquellos humanos que fuimos se esconderían en arbustos al ver a un Mamut.
Entonces, uno de ellos sonrió.
Yo sé que crees que no, que son demasiado jóvenes para eso, pero ellos, ese del sombrero negro y estos del coche, ya saben que van a morir por unas casas cerradas.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina, están todas aquí
Me dejas revuelta con esta historia Samuel...
Muy revuelta.
Siempre lo pienso, desde cuando porque a dos personas les de por unificar la religión de un incipiente estado tienen que desterrar a familias enteras de sus casas, y desde cuando ser desterrado de varias tierras y encontrar hogar en otras legitima para echar a los demás.
Tema complejo y difícilmente solucionable, pero quizá en dos o tres generaciones nuestros descendientes sean testigos de una "solución" o quizá de un caos peor. Quiero y deseo pensar que lo primero.
Hace unos años, cuando comencé mi Proyecto de Mejora del Idioma Español, una amiga me dijo que buscara a Eydie Gormé en Spotify, para poder enseñarme a cantar algunas de las canciones en español que popularizó en las décadas de 1950 y 1960, aquí en los Estados Unidos.
Así que la busqué y aprendí algunas de las canciones en español que ella cantaba.
Luego investigué su historia y descubrí que su carrera como cantante en español ocurrió porque era una judía sefardí cuya familia había emigrado de España a Turquía a los Estados Unidos. En Turquía, su familia todavía hablaba ladino, el idioma judío sefardí de aquellos viejos días del éxodo español.
Unas semanas después de enterarme de esto, tuve una cita con un judío sefardí aquí en San Francisco. Su familia no continuó usando el idioma ladino. Habían emigrado a México durante el éxodo y luego, más recientemente, a los Estados Unidos.
Su padre había dejado el español antes de nacer, pero, siendo un californiano nativo, finalmente aprendió español en la escuela y lo mantuvo porque es muy útil en el negocio de los restaurantes, donde se convirtió y todavía es chef.
No mucho después de eso, un vecino irlandés de mi vecindario me preguntó si yo mismo podría ser un judía sefardí (mi práctica de mi español más parecer y/o estar confundido con un judía en general podría haber instigado la conversación). Me estaba dando consejos sobre cómo convertirse en ciudadano español, cuando España estaba hablando de dar restitución a los descendientes de los judíos exiliados.
(¿Alguna vez sucedió eso? ¿Creo que el gobierno español cambió de opinión?).
En cualquier caso, le dije a mi vecino irlandés que soy italiana, así que si quisiera la ciudadanía europea, sería con Italia. No estoy seguro de calificar, ya que mis abuelos nacieron en los Estados Unidos, aunque sus hermanos mayores no lo eran. En cuanto a la línea sanguínea, creo que estoy a demasiadas generaciones de distancia.
¡De todos modos! La vida es muy interesante.
Ni siquiera había conocido a un judío sefardí y, de repente, a pocas semanas de diferencia, estaba teniendo múltiples conversaciones al respecto.
El chef era un tipo decente, pero después de algunas citas me dejó como fantasma, así que ese fue el final de esa aventura adyacente a la española.
PD How would you say “he ghosted me”? Is that a verb for you too?