Si alguien te ha reenviado esto, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
La chica que vivía en este piso antes que yo dejó atrás unos libros.
Cuánto tiempo llevaré aquí.
Voy a hacer seis meses en esta casa; seis meses con esa pila de libros en una esquina, amenazadora, y siempre me ha estado rondando la mente el fantasma de una mujer sin rostro, que se deja cuatro cuentos infantiles y seis libros de primaria.
Hoy me he dado cuenta de que esa mujer es una viajera del futuro con ganas de gastarme una broma, pero, hasta el descubrimiento de hoy, llevo seis meses sin abrir siquiera esos libros; pasando a su lado como si fueran una reliquia extraña u otro pilar de carga del piso, uno que forzara a todo lo demás a orbitarle alrededor.
Lo que no sé todavía es si se trata de una viajera del futuro de nuestra especie o de otra. Puede que sea la última nativa de Venus en el sistema solar, una que ha regresado aquí después de que sus congéneres emigraran al centro de la galaxia, al ganarse un hueco entre las especies superiores que ven y no son vistas.
Lo mismo no lo sabes, pero el árabe tendrá más o menos las mismas letras que las nuestras, lo que pasa es que, depende de la posición, la letra cambia un poco. Luego hay letras solares, lunares y otras cosas divertidas como no escribir las vocales cortas para dejar que las adivines tú.
Pues hoy he roto el fuego al fin.
Abro el cuento de un pastor y un lobo y veo que está escrito con las vocales cortas, las shaddah y todas esas otras marcas ortográficas que los árabes suelen quitar de sus textos, para recrearse en jodernos la vida a los extranjeros.
Así que empiezo a leer, el dedo muy tieso, una batuta señalando el texto, y pronunciando cada palabra a una velocidad humillante.
Sueno como un niño que aprende a leer, pero hay una diferencia entre un protohumano de cinco años y yo: él experimenta un reconocimiento después de cada palabra leída.
Cuando yo leo:
—Ra… a‘i… Gha… na… m
Me quedo igual, y paso a la siguiente palabra. El niño tiene un clic al escucharse decir en alto una palabra, que ya conoce, pero nunca había visto fuera de ese aire de significado en su cabeza, y grita: «¡Oh! ¡Pastor de ovejas!»
Para mí todo sigue siendo sólo aire, uno muy complicado de pronunciar.
Pero es un avance, hace dos semanas no podía leer siquiera; además, hay cosas buenas en no ser un niño de cinco años, por ejemplo, que yo le podría ganar muy fácil en una pelea a puñetazos. Lo comido por lo servido.
Sigo leyendo, despacio, pariendo cada sonido que sólo vaga y penosamente se enlaza al próximo, y escucho algo, un algo que me viene con este calor flojo de mayo: una carcajada en venusino.
Ahí, recostado, con la boca medio abierta y el dedo que apuntala el texto, como si se me pudiera escapar volando, me doy cuenta.
Yo, que me he determinado a dedicar mi vida a la literatura escrita, metamorfoseado a un bebé gigante y entendiendo lo que leo por estos tres cuartos de página que ocupan los dibujos malos de un pastor, las ovejas y el lobo que termina bailando al sonido de su flauta.
Curita de humildad.
Soy escritor hasta donde lleguen los lindes del español.
Más allá, no soy nada.
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina, están todas aquí
Me hiciste reír, te imaginé con el chupete...
Pero, según tú, el español es el mejor idioma del mundo. Y eso ya debe de ser algo, no? 😉