🍃Todavía los busca en el cielo
El de hoy va a ser un correo cortito, con mucho espacio entre párrafos, así te da tiempo de coger aire y leerte algún correo que se te haya quedado pendiente. Este te lo despachas en cinco minutitos.
Hay una banda de metal nuevilla, está empezando en esto de la música y tal, que se llama Metallica.
(Imagínate lo «nueva» que es, que hasta Word tiene el nombre incluido en la lista española de exclusiones ortográficas)
Metallica es una de esas bandas que, aunque no escuches, has escuchado. Haz memoria. Si no, mínimo has visto a alguien con una camiseta del Primark con su nombre, que el capitalismo se sabe todos los acordes.
Empezaron en 1981 y desde entonces no han parado. El año pasado estuvieron de gira mundial (o sea, Europa y Norteamérica) de abril a diciembre y este año están otra vez de mayo a septiembre.
Mañana, doce de julio, van a Madrid y me pidieron, por favor, que les hiciera un poco de promo, que les hace faltita.
Así que te vengo a hablar de un vídeo de esos últimos conciertos, de algo que hace James Hetfield, que por el nombre igual no te suena, pero que es el vocalista-guitarra.
O sea, el más famoso de ahí.
Hoy, un tipo de sesenta años con ese pelo muy blanco de los que han sido rubios, el bigote en herradura, cargado de tatuajes y, pese a la pinta de tener una banda de moteros malos, con cara de muy buen tipo.
No es casualidad que, justo antes de tocar, pongan ese tema de: It's a long way to the top if you wanna rock'n'roll. Y tan largo. Imagínate en cuántos escenarios ha podido dar la cara este señor durante cuarenta y tres años de Metallica.
Pues con el tema de AC/DC de fondo, James llega y le choca la mano a los espectadores de primera fila, se enciende un puro, vuelve a darles la mano y se sienta. Se sienta —a un metro de cien tíos mirándolo con la baba colgando— en una sillita plegable con el logo de Metallica.
Hace un par de gestos con la canción hasta que se la cambian. Armónicas, silbidos, banjos… Ahora es L'estasi dell'Oro, de la banda sonora de El bueno, el feo y el malo.
Entonces, clava los codos en los muslos, baja la cabeza y se fuma aquel puro repitiéndose ojalá saber el qué, porque le ha debido de funcionar todos estos años. Los cien tipos siguen a un metro gritándole lo guapo que es y lo bien que le queda el chaleco negro, pero él está en otro lado.
Esto es así en todos los conciertos.
Luego alguien aparece con una guitarra, la toma sin demasiada prisa, deja el puro y, cuando está a punto de terminar el wéstern, sube al escenario tocando y el resto de miles de personas puede ver lo guapo que es y lo bien que le queda el chaleco negro.
Pero eso no es lo que te he venido a contar.
Es interesante ver los rituales para «entrar en estado» de alguien tan grande, pero lo que me pareció significativo de verdad es algo mínimo que pasa a mitad de concierto, durante el espectáculo de voladores (o sea, fuegos artificiales, en español aburrido).
James se baja del escenario a la misma silla plegable y, encorvado, vuelve a fumarse los tres dedos de puro que le quedan. Aún mordiéndolo, con media cara en la nube de humo, empiezan los voladores. Se apoya entonces en el respaldar, mira hacia el cielo un segundo, y sonríe.
Ya está, ese es el momento.
Un tío que lleva cuarenta y tres años tocando, quizá treinta de ellos haciendo espectáculos de pirotecnia, todavía hoy levanta la cabeza y sonríe al verlos.
Leslie decía el otro día que el éxito es la tranquilidad, pero quizá el éxito también tenga un poco de seguir queriendo levantar la cabeza a ver tus fuegos artificiales.
Y eso.
Todo listo por aquí, puedes ir en paz.
¡Besitos volados!