🍃Tú no has llegado a la Luna
Sólo las tripulaciones de seis Apolos y Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac
Y te diré que todos los reportes de alunizaje son un mase (tostón, en español del otro) menos uno, el contado por Edmond Rostand:
CYRANO.— (Dirigiéndose hacia él.) ¡Y no he caído metafóricamente!
DE GUICHE.— Pero si…
CYRANO.— ¡Hace cien años, o quizás un minuto —ignoro completamente lo que duró mi caída—, yo me encontraba en aquella esfera color de azafrán!
DE GUICHE.— (Encogiéndose de hombros.) ¡Lo que queráis!… ¡Dejadme pasar!
CYRANO.— (Interponiéndose.) ¿Dónde estoy? ¡Sed franco!… ¡No me ocultéis nada! ¿En qué sitio, en qué lugar acabo de caer como un aerolito?
DE GUICHE.— ¡Diablos!
CYRANO.— Con la velocidad de la caída no pude escoger el punto de llegada e ignoro dónde me encuentro. ¿Fue en la Luna o en la Tierra donde hace un momento di con mis posaderas?
Lo que es tus posaderas, amantísimo lector, han caído ante un correo de nueve minutitos calculado para que termine justo, justo con el último sorbo de café.
El cine y las series tienen una virtud y es que hay veces que sirven de spot publicitario a libros.
Por ejemplo, cuando tenía menos de diez años vi Cyrano de Bergerac (1990), la de Gérard Depardieu, no la de Tyrion Lannister, y, aparte de pasar varios años pensando que todos en el Medievo hablaban en verso (y, como consecuencia, admirándolos profundamente), tuvo un efecto poderosísimo en mí; muy seguro haya sido mi primer acercamiento a la belleza literaria, aun a través de lo audiovisual.
Y sí, se le puede tirar mucha mierda a las adaptaciones, pero, en general, dan más de lo que quitan.
Al final, si no te gusta la película de tu novela favorita, con el estreno en el cine no van a salir a quemar todas las impresiones del libro. Siempre va a estar ahí. No ves la peli, te lo lees de nuevo con la ropa interior por los tobillos y dejas de llorar.
Y adaptar un texto bien no significa utilizar la novela de guion.
Pero eso para otro día: aquí he venido a hablar de mi libro. Caminos de vuelta es una novela de fantasía ambientada en Madrid que…
Ahora en serio, y volviendo a lo de la Luna del título
¿Sabes lo típico de enumerar los logros de la humanidad?
Tipo: hemos medido el mundo, hemos cruzado los mares, hemos llegado a la Luna… A mí siempre me ha parecido un poco como cuando gana su equipo y alguien dice en un bar que ganaron.
Bueno, sí, quizá, no sé.
Entiendo el sentimiento de permanencia, esa especie de nacionalismo deportivo. Que, por otra parte, no es nada nuevo. En la Antigua Roma ya tenían las factiones, los cuatro equipos que competían en carreras de cuadrigas: rusata, albata, praesinia y veneta.
Literalmente: la roja, la blanca, la verde y la azul. Y no les hacía falta más creatividad para que los hinchas se partieran la cara a la salida del circo igualmente.
La cosa es que cuando decimos: «hemos llegado a la Luna», decimos que el género humano ha llegado a la Luna; cuando dicen: «hemos ganado la Eurocopa», dicen que el equipo con la bandera de su país en el chandal ha ganado al otro sin pegarle un tiro desde una trinchera.
Hasta aquí todo facilito.
Aunque si los pusieran delante de un balón y ochenta mil personas coreando, se mearían encima. Lo mismo que si nos pusieran a ti y a mí frente a los planos del Apolo 11 y un par de destornilladores.
¿A dónde quieres llegar con esto, Samu, hijo de mi vida?
A que, realmente, si pusieran al ingeniero jefe del Apolo 11 delante de esos mismos planos, solo, tampoco llegaría a la Luna.
Un humano solo es capaz de muy pocas cosas, ni siquiera de marcar un gol, pero nos seguimos creyendo que conseguimos las cosas solitos, que somos eternos autodidactas del vivir cuando lo más probable es que, como cerraran los supermercados dos semanas, nos moríamos la mitad.
Ya sabes que tengo el poder de mandarte lejos, atrás en el tiempo, para que tomes prestado un ratillo el cuerpo de alguien que pasaba por ahí.
Ahora estás en medio de un bosque al que llamas dóm; hogar, si quisieras traducir a la lengua del futuro que terminarán hablando tus descendientes.
Tu nombre entre las cosas del mundo es Vin, y así te reconoce tu clan, aunque sigues enrojeciendo cuando tu madre te llama Ḱersḱo, cerecita, al volver, como hoy, de la recolección matutina.
—Después de este invierno, madre —Hinchas lo flaco del pecho—, no podrás llamarme más por Ḱersḱo. Tendré también los colmillos del lobo y podré tomar la vida del bosque para alimentar al clan.
Tu madre te enseña la lengua:
—Mientras tengas que pedir a alguien que no te llame cerecita, seguirás siendo una cerecita.
Y te estampa un beso en la cabeza que te deshincha. La apartas, molesto, y te vas corriendo.
Atrás queda su risa.
Corres hasta lo claro del dóm, ahí donde el clan taló los árboles para darle más luz a Laba, y ya escuchas crecer los golpes de piedra, ese goteo metódico y hábil. Al escuchar tus pasos sobre las hojas, Laba «Patas de Rana», sentado en el suelo, te mira sobre su capa de ciervo y sonríe:
—Ya corres casi tan rápido como un auténtico lobo, Vin. Pero no te olvides de la gracia del lince cuando mide el silencio de sus pasos —dice y vuelve a tallar el sílex.
—El lobo es mucho más poderoso que el lince, no me importa su gracia.
Laba para de tallar un segundo, parece que va a decirte algo, pero sólo vuelve a golpear el sílex con esa roca suya tan redonda.
—Por eso vencimos al clan del lince el pasado invierno —dices—, porque somos el clan del lobo, tenemos su espíritu.
—Acércate, joven Vin.
Dejas de jugar con las esquirlas y te acercas en dos saltitos hasta quedar junto a sus piernas cruzadas. Aparta la roca a un lado, te mira aún con una sonrisa y te pega un bofetón tan fuerte que hace saltar en vuelo a los arrendajos cercanos.
—Dime, sobrino. ¿Quién te ha pegado?
—¡Tú, Laba, tú! ¡Y no sé por qué!
—No. Di que te has pegado tú, Vin, di que te ha pegado el clan del lobo. O no digas entonces que venciste a los linces.
Imagínate después de una entrevista diciendo «hemos conseguido el trabajo» o después de tu examen final: «hemos aprobado el examen».
En verdad, vamos por ahí escoltados por un millón de espectros que han hecho tal o cual mínimo detalle en nuestra vida para que nosotros consiguiéramos algo, pero debajo de los focos los negamos y nos señalamos el pecho con un pulgar.
Luego, cuando todo lo que hemos hecho ha sido comprar una bufanda del chino y aprendernos unos coros, nos incluimos en la victoria.
Esú, ¡fuerte hipocrezía!
Entonces, te propongo lo siguiente: claro que debemos celebrar las victorias colectivas, claro que nos merecemos decir que hemos ganado la Eurocopa, que hemos llegado a la Luna, que hemos construido las pirámides,
¡PERO!
La próxima vez que te cosquillee el estómago y te sonrías por eso que te ha salido tan bien, acuérdate de que no estás solo; acuérdate de tus espectros, ellos siempre se ponen muy contentos cuando lo haces.
¡Besitos volados!
P. D.: Reenvía este correo a alguien —o álguienes— que quieras mucho para darles el superpoder de decir que han llegado a la Luna, construido las pirámides, ganado la Eurocopa, el mundial y todo lo que quieran ellos.
Así, cuando Caminos de vuelta se venda como churros, estaremos todos cerquita.
Te lo reenviaría a ti, pero increíblemente lo has escrito tú. Gracias:)