🍂Belaaks, belaaks, belaaks!
Cinco minutillos de ventana hacia Palestina, poquito que tampoco hay que cansar la vista.
El otro día vi un barrendero.
Si has ido leyendo mis cuentitos por Palestina, ya debes saber que una de las marcas de la casa es esa basura invisible a los márgenes de las carreteras. Invisible, porque sólo la veo yo, para el resto parece algo tan natural como un olivo; tanto, que aquí estoy, de camino al trabajo, mirando al primer barrendero que me encuentro en un mes como si fuera un unicornio.
Una vez, cuando vivía en Madrid, estaba en una guagua (autobús, en español aburrido) y se subieron dos revisores de billetes. Por aquel tiempo, llevaba ya ocho años viviendo en la ciudad y le dije, hasta ilusionado:
—¡Coño! Es la primera vez que veo un revisor.
Me miró sorprendido, a un toque de tomárselo como ofensa:
—¿En serio? Pero si estamos todo el día en la calle.
Pues quizá esto sea igual, quizá Palestina esté lleno de barrenderos que yo no veo. Así que sigo mi camino hacia él, sonriente, porque con ese carrito esquelético, el mono y el sombrero me recuerda a Cantinflas en El barrendero.
Entonces, me tengo que aguantar la risa.
El barrendero, tranquilamente, cepilla la basura del arcén hacia el recogedor, la levanta y la tira detrás del murete como si estuviera abonando la tierra con el plástico. Vuelve a su carrito, lo empuja vacío algo más arriba para cepillar la basura, levantarla y tras el murete.
Acelero el paso para ver de cerca la genialidad, pero no, no están tan absolutamente colgados, el barrendero sólo está cepillando el polvillo y los restos del edificio en obras que hay tras el murete y les devuelve lo que es suyo.
En el fondo, sabía que el Cantinflas palestino nunca sería capaz de eso.
Igualmente, me quedo pensando.
Hay muchas cosas que no entiendo todavía de este país, aunque es una ignorancia divertida.
Cuando estoy en el campus de camino al despacho o a clase, casi siempre voy sonriendo, porque no entiendo un carajo de lo que dicen los estudiantes a mi alrededor, pero me gusta, es como escuchar la marea contra el malecón; así me muevo por Palestina, sin entender muchas veces por qué hacen lo que hacen, pero siempre maravillado con ello, dejándome mecer en ese no sé.
Y es que he descubierto una ventaja inmensa en no saber árabe todavía y es que, cuando hablan, siempre puedo ver muy fácil al humano detrás del lenguaje.
Iba el otro día en un guaxi, esos taxis compartidos con ruta fija, cuando el conductor se empezó a quejar en árabe. Me miraba por el retrovisor emputado y yo le sonreía y le asentía, porque no necesitaba hablar la misma lengua para saber que se estaba cagando en su suerte porque, en veinte minutos que dura el trayecto, yo era el único pasajero para siete plazas que tiene un guaxi.
A eso me refiero con ver al humano, ver como subrayado con fosforito que somos todos lo mismo, que nos joden y nos gustan las mismas cosas, lo mismo da la bandera.
Creo que estar sordo lingüísticamente me deja ver esos momentos con una claridad bonita.
Otro ejemplo, por si todavía no me crees:
En Ramallah, la capital, no existen los pasos de peatones. Igual puede ser que haya alguno que otro pintado en el suelo, pero eso no significa que exista. Aquí se cruza al golpito, como se dice en Canarias; o sea, con calma, tanteando el terreno a ojo. Así que es normal que en el asfalto se dé un tipo curioso de baile entre peatones y coches y, a veces, unos se convierten en otros, se suben coches a la acera o se paran peatones en medio de la calzada.
Pues ahí hay uno, parado, que habla con un amigo en un puestillo en la acera. A su espalda, un coche espera un poco hasta que, por fin, le toca la bocina. El tipo se gira, le sonríe, dice algo con un gesto suave de mano y el conductor se va con la misma sonrisa puesta.
Mira tú eso. La calidad humana no necesita traductor.
Así que resulta que todos somos lo mismo, fíjate qué descubrimiento más bobo. Que quizá a lo máximo que uno alcance sea a cambiarse de traje aquí o allá, a ser más rubio o más negro, pero al final todos buscamos que nos quieran, sonreír y ya fue.
Ayer escuché sin querer una canción que, cuanto menos entiendas la letra, mejor resume a qué me refiero con ser todos lo mismo detrás de lo accesorio y la lengua.
Mejor te despido con ella.
¡Besitos volados!
P. D.: La canción es una versión de la que ya conoces y se llama Belaaks, la canta Jean-Marie Riachi junto a Ramy Ayach y Abir Nehme.
Me encantan estas historias Samuel 🍂 Hice un Erasmus en Lituania y mi profesora de interpretación (medio rusa/medio lituana) nos hacía actuar siempre en nuestro idioma materno aunque no nos entendiésemos textualmente, porque decía que a quien entendiésemos detrás de las palabras, era el que estaba actuando realmente conectado con lo que quería contar.
Abrazo fuerte 🪷
Me disfruté al 100% este texto, que buenas historias, nunca he estado en un país donde no se hable español, pero creo que me encantaría, soy una amante del lenguaje kinésico, es genuino es real y hermoso 💘 que siga todo bien por allá, un abrazo 💘 gracias