Este es el segundo movimiento de Alma, puedes ver el primero aquí.
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Acercas una mano para hacer un café
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Agarras el mango del portafiltro de café y te quedas ahí un rato, encadenada a aquella máquina innecesariamente cara, regalo de alguna Navidad ingenua. Quién podría saber entonces que hasta la máquina de café iba a ser también un pequeño soldadito de la guerra civil del divorcio.
Un café ¿para qué?, piensas.
Sigues de baja en la universidad, haciendo muy feliz a algún profesor ayudante que haya tomado tus clases.
Entonces, un café ¿para qué? ¿Para hacer qué? ¿Estar aquí, exultantemente despierta y sola? ¿Para aplazar un par de horas el volver a beber? ¿Para sentir con más fuerza la culpa con la primera copa de vino? Mejor fracasar ya, cuanto antes. No dejar espacio para…
Involuntariamente, tu mano te saca de la paliza mental al liberar el filtro de café.
Así, como dejándote llevar por la corriente de un río, te rindes a que le de dos golpes en la basura para sacar el café viejo, y que escale por los armarios buscando los granos nuevos. Al abrir el paquete, un aliento rústico te serena, te recorre por dentro y, al espirar, dices:
—Alexa, música para revivir.
—Reproduciendo playlist «Música para revivir» de Spotify.
Como una pianista sosegada, tomas una medida de granos, los mueles, lo pasas al filtro, nivelas, aprietas, encajas el portafiltros y la máquina empieza a ronronear.
Y silencio.
Entrecierras los ojos, como si esperaras un nuevo bofetón de tus pensamientos, pero nada.
No están.
Por fin algo de calma dentro de ti. Hacer cosas los espanta. Tomas la botella de vino y la guardas en el armario, con cuidado, como si no quisieras despertarla. Luego, los vasos y copas sucias, los platos, los cubiertos, en el lavavajillas. La comida a domicilio, las manchas de vino derramado, el rastro de patatas…
Cuando terminas, el café está frío, pero también tu cabeza y, si la vida te da limones… Tomas del congelador dos hielos y conviertes el café frío en un café helado con leche. Ya estás de camino a la mesita del balcón cuando escuchas unas llaves preñar la cerradura de la entrada.
—Alexa, stop.
Esa puerta, o ataud, se abre y aparece por ahí el Ser horrible. Al verte, justamente en el salón, mirándolo, cambia la cara de cuidado a la de haber roto algo y ser pillado infraganti.
—Esta ya no es tu casa. No puedes hacer esto —dices, con una fachada de acero y un corazón de flan—. Y cierra la puerta de una vez.
Se toma su tiempo para cerrarla, hasta te da la espalda en un giro ceremonioso. Está ganando tiempo para pensar. Es un crío. Un crío con el pelo cano. Un crío que se compró un disfraz de profesor maduro interesante para Halloween y decidió no quitárselo jamás.
Se gira por fin y te mira con aquel azul intenso. Qué cruel es el mundo siempre. Y el azul baja a tus manos, a tu vaso con hielos, y vuelven en un relámpago acusador a estamparse contra tus ojos marrones, cansados:
—¿Es un Baileys?
—Es un café helado, imbécil.
Y el Ser horrible libera la tensión de los músculos, más que aliviado, molesto o incómodo, como si hubiera perdido una buena oportunidad para meterte ese dedo sin alianza en la herida del alcoholismo.
—Don Ernesto me llamó anoche para pedirme, por favor, que hiciéramos… Que hicieras, menos ruido. ¿Qué pasó anoche aquí?
Está haciendo lo mismo de siempre. Tú eres el que se ha metido sin permiso en mi casa, tú eres el que la está cagando.
—No todos los días se cumplen cuarenta y dos años, tengo derecho a celebrar como me dé la gana. Don Ernesto podría haber tocado a la puerta y se lo explicaba yo.
—No sé si estarías tú para explicar nada a nadie…
—Para —dices y notas el labio temblar violentamente—. Para esto de una vez. ¿Quieres tus espaditas de mierda? Cógelas y vete de aquí.
Le das la espalda para ir al balcón, para que no vea que todavía sabe hacerte llorar. En su lugar, sales y dejas que el Parque del Oeste entero te vea hacer mohines reprimidos y limpiarte los ojos con las mangas de la bata.
Entonces, levantas la vista y ves un avión negro. Entonces, levantas la vista y ves un avión negro. Sobrevuela el parque, a bastante altura, parece un avión militar. Sobrevuela el parque, a bastante altura, parece un avión militar.
Otra vez esos déjà vu.
Y ya sabes que vas a pensar en cuando eras pequeña. Cuando eras pequeña le decías a todo el mundo que serías piloto de avión. Y ya sabes que te vas sentir triste. Es injusto, pero una agujita de pena se te clava, haciéndole vudú al recuerdo. Y ya sabes que vas a forzarte a recordar que eres de las catedráticas más jóvenes de España. Nunca has pilotado un avión, pero no conoces a nadie que haya sido catedrático tan pronto en su carrera como tú.
Eso también es volar…
Eso también es volar.
El avión sigue muy despacio hacia el Arco de Moncloa y desaparece.
Dentro, a tu espalda, escuchas un ruido. El Ser horrible ha terminado de empacar sus piezas íberas.
Una vez más, tienes una semana (hasta el 18 de septiembre) para decidir qué hace Alma.
¡Besitos volados!
Llegas tarde, pero no pasa nada, seguimos aquí:
P. D.: la canción que suena es Sleepwalking de This Wild Life, una versión acústica del tema de Bring Me The Horizon.
Partidita de Rol en la cabeza de Samu, ya estoy in! 😘
Adoro. Necesito esa canción 😊