Tienes el anterior movimiento de Alma aquí:
Si no sabes de qué va esto, o te has quedado más atrás, puedes buscar en el índice de la partida y empezar a leer desde el principio.
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Te quedas congelada ante la puerta.
(Pifia, votación empatada)1
Los golpes se amortiguan y tu mente los convierte en sílabas, como tambores funestos: CIE.
Sabes bien a dónde te quiere llevar: RRA.
Te apoyas en la pared sin poder apartar la vista de la puerta: LA.
Es otra, muy diferente a aquella, pero… PUER.
Todas las puertas esconden lo que aquella puer… TA.
—¡Cierra la puerta!
Vuelves al cuerpo flaco de la niña de nueve años que fuiste.
Tu pierna sigue allí, todavía faltan doce años para que desaparezca; la miras con curiosidad. Pero la puerta de la entrada es ahora otra: blanca, de madera fina, sin cierres, mirilla, ni siquiera pestillo.
Es la puerta del baño de la casa de tus padres.
Le habías pedido a tus padres mil veces que pusieran un pestillo en el baño, que no te sentías cómoda pensando que en cualquier momento alguien podía abrirla sin querer:
—Ni falta que hace, una puerta cerrada ya significa «no pasar» —te respondían siempre.
Y era verdad: nunca nadie te interrumpió mientras estabas dentro.
Pero ahora eras tú la que estaba fuera, la puerta entornada, tu madre que había entrado a la carrera y ahora ese jadeo, esa tensión cargada a tu alrededor, como cuando te sumergías en la piscina hasta llegar al fondo y sentías las sienes que se te apretaban mucho.
—¡Cierra la puerta, Alma!
La voz de tu madre tiembla, pero te la imaginas sonriendo, seguro que está sonriendo, pero raro, como si quisiera hacerte llegar una tranquilidad que hubiera desaparecido para siempre de la tierra, una que ni ella recordase muy bien cómo era.
Te acercas a la manija de la puerta, con miedo.
Nunca habías visto a tu madre actuar así, nunca le habías oído esa voz desesperada, mamá era siempre tan… Y el miedo se convierte en una curiosidad fría, como la de acercar el pulgar al cuchillo para comprobar el filo, y esa curiosidad te hace empujar un poco la puerta en vez de cerrarla.
Ves un zapato abandonado en el suelo, es de ella.
Piensas que se ha caído, así que abres más rápido y la ves arrodillada, y sus ojos te miran con un pavor milenario. Está abrazada a unas piernas larguísimas, con las rodillas muy clavadas en su pecho, unas piernas que siguen mucho hacia arriba hasta convertirse en alguien vagamente parecido a papá, como un primo suyo, inflado, con la piel violeta sucio, estrangulado por un cable que le hace el cuello imposiblemente diminuto.
Hueles lo que aquella vez cuando en el campamento de verano abristeis el pozo séptico pensando que era una cámara secreta con tesoros.
—¡¡Cierra la puerta, Alma, por Dios!!
El portazo en tu recuerdo coincide con el último golpe a la puerta de tu entrada.
—Por favor, señora, la he escuchado. Abra la puerta, tengo… Tengo miedo, hay algo terrorífico en mi casa.
La voz minúscula, horrorizada, se suma a un ceceo casi infantil que lo hace parecer todavía más indefenso.
—Abra la puerta, por favor.
Ya no la golpea.
Pero te apoyas en la pared y te dejas deslizar hasta el suelo.
Necesitas un momento, sólo un segundo.
La sombra de aquel día lleva treinta años rondándote, y te rondará otros treinta más. Has recordado aquello mil días y cien mil noches de tu vida, pero llevabas mucho tiempo sin ver la cara de tu padre; siempre era una mancha negra, un fardo sin rostro, pero esta ha sido…
Respiras hondo sin escuchar las otras súplicas que intenta el vecino.
No has tenido la vida más fácil del mundo: tu padre, el atentado, ahora el imbécil de tu exmarido… Pero siempre ha habido una llama, pequeñita, que nada de eso ha conseguido apagar. Apenas una cerilla, a veces en el corazón, otras en el estómago o en la frente: algo que te levanta siempre para encararte al mundo de nuevo.
Sólo tienes que cerrar los ojos y buscarla.
Con una exhalación larga, te pierdes en lo oscuro de ti y, muy rápido, queriendo ser encontrada, te deslumbra desde el pecho, y te levantas para sobrevivir otro día la batalla de tu mente.
—¡Fuera! ¡Fuera! —grita al otro lado, desesperado.
Y, de nuevo, un golpe a la puerta, pero más total, como si la hubiera placado con todo su cuerpo.
Te acercas a la mirilla y ves a un tipo joven, más bien bajo, enzarzado en una pelea con algo que le revolotea en la cabeza, parece un murciélago muy grande, aunque de un color extraño, que se le ha afianzado con las patas a los hombros.
Llevas una mano a la puerta.
Por si no te has fijado, Antes de rendir el alma se está publicando todos los lunes, así que tienes una semana (hasta el domingo 1 de septiembre) para votar qué quieres que haga Alma.
Este movimiento continúa en:
Me gusta que vayan apareciendo naturalmente nuevas mecánicas, como lo de la pifia. Veremos cómo vamos haciendo evolucionar poco a poco este sistema.
¡Besitos volados!
En rol, aparte de la interpretación, suele haber tiradas de dados (generalmente de d10 o d20; o sea, dados de diez o veinte caras). Cuando en la tirada sale un 1 se considera que la acción ha fracasado, no fallado: fracasado, es una pifia con consecuencias negativas para el jugador y su entorno. Como nosotros no tenemos tiradas de dados, sólo votaciones, se me ha ocurrido que una votación empatada represente una pifia en la acción.
Creo que no va a haber pifia esta vez. Creo...
Muy bueno, como siempre.