🍃Una experiencia noble de contarnos la vida
«Uno cree que quiere más porque cuenta secretos, contar parece tantas veces un obsequio, el mayor obsequio que puede hacerse, la mayor lealtad, la mayor prueba de amor y entrega» Más en nueve minutos!
Si alguien te ha reenviado este correo, tu alguien me quiere mucho. Quiéreme tú también suscribiéndote:
Miradero es un horno que no deja de pedir carbón.
Desde que era pequeño, siempre ha habido animales en casa. La última fue una gata gorda y mala que se llamaba Amy. Pero muy bonita, con el pelo largo, blanco y naranja, y, como las malas profesionales, con cara de buena.
Los tipos de gatos se mueven entre ese espectro de lindito mimoso a hijoputa arisco, Amy estaba rozando la matrícula de honor en hijoputismo.
Pero por las mañanas ponía vocecita fina y maullaba muy lindo, hasta se te requetepasaba entre las piernas con el rabo muy tieso y ronroneando como una minipimer.
Hasta que le dabas de comer.
Y después se iba al rincón más oculto de la casa para odiarte desde ahí.
Da igual que sea sábado y que mañana vaya a ser domingo, me he propuesto que esto siga funcionando, como un 24/7 que da de comer a los borrachos de madrugada. Así que todas las mañanas me hago un café, leo a algún escritor de los buenos y ya empieza a paseárseme Miradero por las piernas diciéndome:
¿Y yo qué? ¿Y yo qué?
La poesía es la cirugía de la literatura, donde una coma, por ejemplo, en un sitio u otro, te podría cambiar todo el poema. Es delicado, hace falta mano, por eso, aunque todos los cirujanos son médicos, no todos los médicos son cirujanos, porque es fácil hacerle una desgracia al texto y que no vuelva a caminar.
Mientras me maullaba Miradero —y yo hacía como que no lo escuchaba—, leía con mi café a un buen cirujano. Entonces, aunque no me suele encantar la cirugía rimada, con un verso, tuve una idea y, como en la adivinanza:
«Este banco está ocupado por un padre y por un hijo. El padre se llama Juan y el hijo ya te lo he dicho»
El nombre del verso ya te lo he dicho
Así que me levanté de una vez, a ponerle carbones en el cuenco del gato mimoso.
—Me gusta leer tu newsletter porque me hace conocerte más.
Me decía alguien hace unos días.
Y es que por aquí hay desde gente que conozco de toda la vida hasta gente que no sé ni su nombre y, para el primer grupo, muchas de las cosas que cuento en Miradero no son nuevas.
Es más, muchas reflexiones que verás por aquí nacen, precisamente, de conversaciones (o discusiones a grito pelao) con alguno de ellos.
Cada vez veo menos Netflix y compañía. Y no porque crea que son el eje del mal, no voy a volver a lo de TikTok y tal. Me encanta el cine y las series, pero, cada vez que abro el menú para ver algo, me termina llamando más la película que he visto diez veces que el top uno o el más votado por los espectadores.
Creo que para algunos amigos Miradero es como su comfot movie, la historia que ya se saben, que empieza con una risa y aquello de:
—Chacho, se acuerdan cuando…
Y todos escuchan con una cerveza en la mano y se ríen con ganas otra vez como las ochenta y tres veces anteriores que Echedey se cae por las escaleras de un bar y un grupo de sordos se ríe de él agitando las manos.
Hay otro grupo de gente que me conoce, pero menos, y para ellos esto tiene que ser como que me vean sin querer el culo mientras me cambio.
El último grupo es de gente nueva, que no me conoce en absoluto, y para el que soy un tío barbudo en medio de la plaza con un cartón pintado y gritando que el fin del mundo va a llegar.
Todas las newsletter empiezan así y, las que continúan, por una evolución lógica y natural, terminan teniendo un tercer grupo, ese de desconocidos, desproporcionado, que es cien, mil, diez mil veces más grande que el primero.
Pero quizá ya te has dado cuenta de que a mí me gusta hacer las cosas diferente al resto.
En vez de que cada persona nueva que entre vaya a engrosar el grupo de desconocidos eternos, me gustaría que, a la larga, todos me vean el culo mientras me cambio y que, en algún momento, nos estemos tomando algo y contemos tal o cual historia que ya nos sabemos.
El poema que leía antes con el café empieza con:
Déjame que responda, lector, a tus preguntas, mirándote a los ojos, con amistad fingida.
Para Luis García Montero, allá por 1983 cuando publica esto, la relación con sus lectores no puede ser nunca más que una amistad fingida, porque los lectores de aquel tiempo no tienen acceso a él. Es una comunicación en un solo sentido: yo a ti.
Y las comunicaciones en una sola dirección se llaman discursos, mítines o chapas. Así que…
Quiero que me escribas
(Samu arranca las cortinas y entra la luz del sol) LECTOR: ¡Ahhhggg! LECTOR 2: ¡El sol me quema! ¡Los temidos rayos de la acción! LECTOR 3: ¡Déjanos volver a nuestras mullidas sombras! ¡Oh, cruel astro!
Mientras explicaba esto, tú ya has sabido bien si perteneces al grupo del bar, del culo o de los desconocidos.
Me da igual en qué grupo estés encuadrado: quiero que me escribas, que me cuentes algo de ti que no sepa, o que ya sepa. No hace falta que sea ingenioso, divertido o sesudo, para empezar me vale hasta con un:
No te voy a escribir ni de coña, Samu. Deja de insistir.
Porque eso también me estará contando cosas de ti, pero, si hago bien mi trabajo, algún día le darás a «Responder» sólo porque querrás compartirme algo de verdad.
Y es que para entonces habrá un sol dentro de ti quemándote las tripas, porque estarás conteniendo dentro un cohete que necesite salir de tu alma y, quedarte quieto, significaría llevarte a la locura o al asesinato.
Te pasaste.
Nah, realmente no lo estoy diciendo yo. El otro día cité a Bukowski, ahí atrás está de nuevo, parafraseado, que se vea que el tipo tenía más que esa falta de miedo a hablar de coños y pollas que lo hizo famoso.
Si eres de los que ahora están leyendo esto y sabes, dentro de ti, que, aunque te gustaría, en cuanto llegues al final del correo vas a cerrarlo y no vas a responder: no pasa nada.
Porque si todavía le tienes cariño a esas sombras de la inacción, lo que pretendo es que, poco a poco (locura y asesinato aparte), sientas que esto no es una treta, que de verdad me interesa tener una comunicación de doble sentido contigo.
Hasta entonces, esperaré pacientemente.
¡Besitos volados, sombrito mío!
Para el resto de lectores bronceados, estoy encantado de dejar de fingir nuestra amistad, de presentarnos o de conocernos más en un par de minutos.
A ti te despido con el final de Espejo, dime, y que García Montero me perdone el tachón.
y pienso en ti, lector, con amistadfingida, porque esto es la poesía: dos soledades juntas y una verdad que ordena tu vida con mi vida.
P. D.: La cita del subtítulo es Corazón tan blanco del escritor y académico Javier Marías.
P. D. 2: Mientras escribía esto —qué irónico eres siempre, Universo culiao—, me di cuenta de que mi hermano, David, y un amigo, Maki, me habían respondido hasta ¡al correo de bienvenida! (a ver si aprendes de ellos, hijoputa flojo) y yo no me había enterado porque me llegó a Spam.
O sea, mientras te cuento lo del sol en las tripas, había gente queriendo escribirme ya y yo sudando del tema.
Para que no te pueda pasar, añádeme a tus contactos de Gmail. Si estás en un ordenador, es así:
Si estás en el móvil, respoooondeee a esssteee correeeooo, y Gmail sabrá automáticamente que soy un buen tipo y que no hay nada que temer.
¿Ves? Todo apunta a que me tienes que responder hoy.
No te resistas más.
“Nah, realmente no lo estoy diciendo yo. El otro día cité a Bukowski, ahí atrás está de nuevo, parafraseado, que se vea que el tipo tenía más que esa falta de miedo a hablar de coños y pollas que lo hizo famoso.”
Todavía no he leído mucho de él. Lo admito.
“¡Vergüenza, vergüenza, residente de Northbeach! ¡Lee tus antecedentes, por favor!”
“Pero señor, estoy tratando de escribir mis propias historias reales, ¡las del Nuevo Northbeach!”
“Y es que para entonces habrá un sol dentro de ti quemándote las tripas, porque estarás conteniendo dentro un cohete que necesite salir de tu alma y, quedarte quieto, significaría llevarte a la locura o al asesinato.”
Ahhhhh, Ahora lo entiendo. Jajaja. He estado evitando la implosión de mi alma. ¿Pero lo he vomitado en su lugar? Me preocupo un poco por esto. Pero no demasiado.