🌾XVII: Antes de rendir el alma
Continuación de la historia de Alma (Decimoséptimo movimiento)
Tienes el anterior movimiento de Cándido aquÃ:
Si no sabes de qué va esto, o te has quedado más atrás, puedes buscar en el Ãndice de la partida y empezar a leer desde el principio.
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El bosque te acompaña en Alma
(100% de votos, crÃtico)
—Claro. No me vendrÃa mal una ayuda. Al fin y al…
No terminas la frase. Aquellas hojas que le colocaste como abrigo abandonan su brillo calmo y destellan tanto que necesitas interponer una mano. La luz violeta no cesa y es tan intensa que terminas por cerrar los ojos. A tu alrededor, los troncos crujen, como si todos los árboles se estuvieran desperezando a la vez, y un chillido intenso le da formas extrañas a las sombras de luz que todavÃa ves en la oscuridad de tus párpados.
Sientes el suelo moverse y abres los ojos con el sobresalto.
Todo está en su sitio y, aun asÃ, lo sientes inconsistente, como si te estuviera sosteniendo con su último esfuerzo de solidez. Entonces, la luz va atenuándose y la curiosidad te empuja a mirar hacia ella, al centro de ese resplandor imposible, hasta que se convierte en la mujer que conoces, de pie, mirándose las manos, girándolas y moviendo los dedos con el reconocimiento insólito de un recién nacido. Levanta la vista a la tuya y descubres un fulgor violeta en sus ojos. No recuerdas de qué color eran antes, pero desde luego no brillaban asÃ, con esa fosforescencia suave de piedra preciosa.
Las copas de los árboles se han apagado tanto que podrÃan pasar por hojas de alguna especie terrestre, rara, pero no mágica. Echas un vistazo a tu alrededor, al vacÃo. Aunque no te habÃas dado cuenta antes, ahora que no está, notas la falta. Ya no sientes esa mirada a la espalda que te envolvÃa sin percatarte, no sientes la vigilancia intensa de cada árbol ni aquella atención invisible a tus movimientos. El bosque se ha convertido en paisaje, ha dejado de ser fuerza de la naturaleza.
—Qué constricción esta de ser cuerpo… —dice tu vecina con la voz que recuerdas—. ¿Cómo os manejáis para no gritar desquiciados el dolor de que la carne asfixie asà al espÃritu?
Ella, o el Bosque, te mira inocente, esperando una solución que de verdad le alivie el malestar. No la tienes. Bajas la vista y la haces rebotar rápido a aquellos ojos perlados:
—Ahora que erez ella, quizá deberÃaz…
Haces un gesto cruzando las manos sobre el pecho, pero la mujer, ahÃ, con la bata completamente abierta, baja la vista a su desnudez y la sube sin entender para nada qué intentas decirle. Te acercas y le cierras la bata, aunque muy manchada de sangre, todavÃa celeste.
—Mi carne desnuda te incomoda, Cándido —dice mientras se deja anudar el cinturón, algo ausente, como una niña con sueño que se deja vestir—. ¿HabrÃa de incomodarme la tuya?
Bajas la vista y te ves el torso al descubierto, los pezones igualmente erizados, las costillas estas de fuerte de espÃritu…
—No, ez diferente —dices, sin demasiada convicción.
Ella ladea la cabeza, y algo dentro de ti todavÃa tiene tiempo de sorprenderse por que, instintivamente, haya utilizado gestualidad humana.
—¿Qué diferencia tenemos en la carne?
—Puez, culturalmente… Zocialmente, ez que… Mejor no entremoz ahÃ, ¿vale?
—Hablar también te incomoda… —Respira muy hondo y espira atropelladamente mientras responde—. Curiosa criatura eres, Cándido. —Vuelve a respirar hinchando mucho el diafragma—. Esto ayuda.
—¿Rezpirar?
Asiente varias veces mientras continúa muy concentrada en llenarse y vaciarse de aire.
—Pues tienes nombre, Cándido, he de tener también yo uno, ¿cuál es?
Ahora eres tú el que inclina la cabeza con una sonrisa tonta:
—La verdad, no me acuerdo... Perdón.
—Estoy seguro de que en vuestra… zociedad —imita claramente tu dicción— eso se ha de considerar un agravio. Olvidar la palabra de alguien en el mundo ha de ser una ofensa poderosa para los… ¿tendrá palabra vuestra especie?
—Humano, zoy un humano.
—¡Ah! Eso era —Por fin, parece que respirar ha perdido su interés y te mira con los brazos en jarra—. Una vez conocà a un humano, aunque… —Te mira de arriba a abajo—. Es extremadamente difÃcil reconocer que seáis de la misma especie, tanto como ver al árbol en la semilla.
Tienes el suficiente amor propio como para dejarlo ahà y no preguntar cuál de los dos es árbol y cuál semilla. Aunque te haces una idea.
—Tal vez deberÃamoz ponernoz en movimiento. El Heredero.
Asiente, va a dar un paso para ponerse a tu altura y parece que repara por primera vez en la pierna prostética. Avanza levantando mucho la rodilla, luego haciendo un medio cÃrculo amplio, como un pirata de dibujo, hasta que llega a tu altura.
—Quizá te venga bien utilizar ezto, hazta que te acoztumbrez —Le das el paraguas.
Lo toma, se apoya en él y te empieza a seguir con un paso un tanto chaplinezco que, a medida que avanzáis por el camino, va suavizando poco a poco.
Aunque sin las hojas relucientes, el brillo de las cuatro lunas te permite ver relativamente bien, pero no encuentras lo que buscas. Ya habéis caminado bastante, sin embargo, todavÃa no ves…
—DeberÃas darme un nombre —dice de pronto—. Si todos los humanos tienen uno, deberÃa tenerlo también.
Miras sobre el hombro y la ves algo inclinada hacia delante, hacia ti: las cejas algo levantadas, la comisura de los labios empezando a curvarse y los ojos brillantes, más allá de lo mágico, con ilusión infantil. SonrÃes.
—Claro, penzaré un nombre para ti.
Resbalas. Un pie te patina con algo y casi caes al suelo, pero sientes el calor de una mano que te agarra, tal vez demasiado fuerte, del brazo. Miras hacia atrás de nuevo y ves el brillo violeta de sus ojos:
—Quizá te venga bien utilizar esto, hasta que te acostumbres —Te ofrece el paraguas e, inmediatamente, se rÃe.
Se rÃe muy alto, desacompasadamente, sin armonÃa, casi como si se estuviera ahogando, pero, de tan extraña, terminas riendo con ella. Lo piensas un momento. Un bosque mágico, encarnado en mi vecina en bata, se acaba de reÃr de mà porque he tropezado.
Entonces sà rÃes de verdad.
Hasta que te das cuenta de que tienes el pie en un charco de vómito y te apartas. Tiene que ser por aquÃ. Levantas la vista al cielo y vuelves a buscar. No hay nada que se parezca a esa distorsión que te… Ahà está: no en los árboles, sino a un lado del camino, entre los arbustos. Apenas un agujero del tamaño de una moneda que zumba en la noche.
—Por ahà vinimoz —Señalas.
—Lo sé. Nada dentro de los lÃmites del bosque nos es ajeno. Tampoco esa madriguera.
Te quedas mirando ese zumbido y una micra de duda se te escurre, frÃa, por la espalda.
PodrÃas pasar de rescatar ese legado del bosque y simplemente saltar ahà y volver a casa, a dormir la salida del turno de noche que te mereces. Claro que, lo más probable, en cinco años no te perdonarÃas haber desaprovechado la oportunidad de explorar un puto mundo nuevo.
Eso es suficiente para que vuelvas a dar otro paso, y otro.
Tu vecina-bosque, que anda con muchÃsima más soltura, se coloca esta vez a tu lado. Camináis, pero el sendero, aunque atravesado de raÃces, único espacio practicable para andar con algo de soltura, no parece que vaya a terminar nunca. Al cabo de un rato, sin embargo, el sendero se estrecha hasta que te fuerza a apartar y esquivar ramas, luego arbustos, hasta que tienes que ir zigzagueando árboles.
—Ez impozible que el jinete haya pazado por aquÃ.
—Pasó —dice a tu espalda, muy cerca, aprovechando el paso que le vas abriendo antes de que se vuelva a cerrar—. Intentamos bloquearle el camino, pero fue más rápido que nosotros.
Miras hacia abajo y hacia los brazos; tienes la piel muy magullada por las ramas y los arbustos.
—¿Y no puedez abrir un camino ahora para que ezto no cea un infierno?
—No. Encerrada en esta carne, la floresta sólo puede ser inerte. Carcasa vacÃa. Lo mismo que será para siempre si no recuperamos al Heredero: una piedra de madera y hojarasca. Por eso nos siguen.
—¿Quién noz zigue? —Te detienes y la miras.
—Ellos —Señala hacia atrás con descuido.
Miras a las copas de los árboles y, casi por casualidad, ves que entre la oscuridad algo se mueve, luego otro algo más allá. Después, un salto rápido y una piel verdosa se ilumina un segundo bajo la luna. Viste una forma conocida, son murciélagos como el que encontraste en tu piso.
—Les apena que el bosque se vaya del bosque.
—¿Qué zon?
—Sólo criaturas del bosque, tan parte nuestra como estos árboles.
Mejor obviar que tu vecina le aplastó el cráneo a uno con la muleta.
Sigues avanzando y, ahora que lo sabes, el crujido de ramas que os persigue es evidente, pero, por fin, parece que ves el lÃmite del bosque. Los árboles se espacian un poco, lo justo como para que puedas dar zancadas más rápidas y alcanzar la última lÃnea de árboles.
Ante ti, el cielo se desviste de noche.
Un dorado candente empieza a iluminar, muy a lo lejos, el horizonte y borra junto al azul oscuro las estrellas con su avance. Al frente, un prado bajo que se convierte en ladera suave para conducir hacia una pequeña aldea junto a un rÃo. Las construcciones son rústicas, un tanto medievales, paja sobre piedras y madera, nada demasiado alienÃgena. Hacia tu izquierda el bosque continúa, pero, algo apartado de su lÃmite, aunque aún distante de la aldea, hay una casa solitaria, más bien una cabaña, que perfectamente podrÃa estar abandonada. Hacia tu derecha, la ladera se inclina casi hasta ganar la categorÃa de monte. Sobre él, ves las ruinas de un muro y quizá lo que hubo de ser una fortaleza pequeña; todo aquello de una piedra más negra que las de la aldea, aunque muy poco quede en pie. Al fondo, una sierra de montañas.
Tienes que entrecerrar los ojos.
Un sol rojo aparece al fin sobre la lÃnea del horizonte y sientes su calor contra la piel. Nubes largas y deshilachadas se traslucen en el cielo, entre el calor y el frÃo azul de la noche. El valle se despierta en colores y, de pronto, te sientes efervescentemente libre, tanto, que hasta llega a asustarte.
—Y ¿ahora? —dices.
—Ahora, el mundo.
¡Listo! Tienes hasta el jueves 10 de octubre para votar a dónde vamos.
Y, por cierto…
🧠Ventana (mÃnima) de rasgo de personajeðŸ§
Nuestra Alma-bosque quiere tener un nombre, puedes pensar uno y comentar abajo cómo quieres que se llame.
Propón un nombre y, el comentario más votado, será con el que bauticemos a este nuevo personaje que se dedica a poseer cuerpos ajenos indefensos.
¡Besitos volados!
Es un bosque de color violeta dentro del cuerpo de una mujer, su nombre podrÃa ser: Lila
Vecina, porque si el bosque insiste en tener nombre, nuestro doctor le dirá algo tipo: de verdad, no lo recuerdo, eres mi Vecina.
Y eso le bastarÃa al matojo para sacar sus conclusiones inexpertas en cosas de humanos.