Este es el tercer movimiento de Alma, tienes el anterior aquí o, si no sabes de qué va esto, puedes buscar en el índice de la partida y empezar a leer desde el principio.
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El Ser horrible ha terminado de empacar sus piezas íberas, pero dejas que se vaya.
(56% de votos)
El tintineo de metales crece. Va desde el despacho hasta el salón junto a unos pasos graves que buscan ser escuchados.
Cruzas las piernas, la prostética sobre la otra, como si estuvieras cerrándote un candado a ti misma para no levantarte a su encuentro.
Una parte de ti quiere coger alguno de esos soliferrum íberos de los que está tan orgulloso y ensartarlo; dejarlo ahí, en mitad del salón, como un trofeo de guerra contra los bárbaros o una advertencia para el resto de clanes.
Hay otra parte que…
Aprietas más el candado para asfixiar esos otros pensamientos.
Por fin, los pasos a tu espalda, cansados de dilatar su marcha, llegan a la puerta y cierran con una tibieza hipócrita, con el cuidado mal medido de a quien le encantaría dar un portazo.
Y sueltas una bocanada de aire.
Respiras tranquila, después de haber contenido el aliento inconscientemente, y te sientes bien.
Si no ensartarlo, quizá al menos deberías haberle pedido su llave, evitar que esto vuelva a pasar, que algún día entre y te encuentre muy bebida.
Te da algo de vergüenza pensarlo.
No que él te pille bebiendo, sino que tú preveas ese escenario, que preveas que vas a volver a beber sin control.
Pero echas una mano al vaso helado y el sorbo te sabe a fuerza de voluntad. Si hoy has elegido un café, podrás elegirlo la próxima vez.
Entonces, al devolverlo a la mesita, ves su cabeza cana salir del portal y la tijera de sus pasos caminar casi a la carrera hacia un coche en doble fila con los cuatro intermitentes parpadeando.
No es su coche.
No sabes demasiado de coches, pero sabes diferenciar su todoterreno Mitsubishi, viejo y siempre con barro seco por alguna excavación, de ese cochito rojo con las esquinas muy redondeadas y coquetas.
Se abre la puerta del conductor: Claudia Castellano Correa.
Claudia Castellano Correa sale del asiento con la melena castaña en una coleta danzarina y unos vaqueros tan apretados que podrían mandar de vacaciones a su epidermis. Claudia Castellano Correa le da un beso fugaz, habla un segundo con él y, mientras rodea el cochito coqueto hacia el asiento del copiloto, el Ser horrible deja un bolso largo en el maletero.
Se sube, quita los indicadores y se van.
Es imposible no reírse, así que te ríes. Y lo oscuro de cada carcajada te va cavando dentro un agujero profundo.
No sólo fuiste tú la que recomendó personalmente a la doctoranda Claudia Castellano Correa a «alguien especializado en artefactos bélicos íberos» para que le dirigiera su tesis, sino que hace veinte años tú misma habías tocado al despacho del Dr. Horrible para que dirigiese la tuya.
El círculo se repite en una macabra devoración de cuerpos jóvenes, aunque ahora veinte años más agostado el Indiana Jones de Carabanchel. Y tú sólo puedes pensar en por qué ese imbécil no la dejará conducir su propio coche.
Los hielos del café tintinean en el fondo del vaso vacío, el Parque del Oeste de pronto pierde tu interés, seco ya en su intento por darte paz, y el calor termina por obligarte a rogar una ducha.
Entras y cierras la puerta. Caminas por el pasillo oliendo el perfume que dejó su sombra, llegas al baño y cierras la puerta.
Ahí estás tú.
Más pálida de lo normal, más delgada de lo normal, pero con los mismos rizos disparatados de siempre y esa constelación de pecas que nunca te ha abandonado.
Cuando eras pequeña, tenías un juego secreto contigo misma y es que, cuando tenías que tomar una decisión, salías corriendo al espejo o buscabas esa concha marina de la Sirenita entre tus juguetes y te mirabas las pecas.
Y buscabas.
Como siempre te salía alguna nueva, te imaginabas que esa nueva peca te estaba guiando hacia alguna dirección. A veces, al nacer cerca de otra, parecía formar una letra o, por aparecer en grupos, era como una flecha que apuntara hacia algún lugar, o a un grupo de pecas con forma de otro algo y, de algún modo, siempre conseguías interpretar lo que tus pecas mágicas te querían decir.
Hace mucho que no hablas con tus pecas, así que, con una diversión infantil dentro, te acercas, cierras los ojos y preguntas en tu mente:
¿Qué tengo que hacer ahora, pequitas mágicas?
Al abrir los ojos, te llama la atención un grupo de pecas bajo el ojo derecho. Forman un pequeño círculo, algo deforme, casi ovalado, con tres pecas pequeñitas algo más difusas en el centro. Aunque, viéndolo mejor, tal vez sea una flecha apuntando hacia ese círculo.
Piensas en el difusor de la ducha y supones que las pecas aprueban tu decisión de ducharte. La niña que fuiste te sonríe y aquel agujero profundo se cierra un poco.
Preparas la banqueta para salir, la toalla, te quitas la prótesis y el liner, entras y cierras la puerta de vidrio.
Es agradable ducharse con la estabilidad de haberse bebido un café en vez de un par de vinos.
Así, después de haber pasado en remojo el tiempo de dos duchas, escuchas el timbre. Piensas en simplemente ignorarlo, lo más probable es que sea el señor que va por los pisos vendiendo verduras, ese que no sabes cómo, pero siempre termina colándose en el edificio.
Pero el timbre suena otra vez, y otra, y, ya fuera de la ducha, poniéndote la prótesis lo más rápido que puedes, los timbrazos se convierten en golpes a la puerta junto a un lejano «por favor, por favor…».
Corres hasta la entrada en bata y escuchas una voz al otro lado que dice:
—¡Por favor! ¡Hay algo en mi casa!
Te quedas congelada ante la puerta.
Tienes una semana (hasta el 25 de agosto) para votar qué quieres que haga Alma.
Este movimiento continúa en:
🧭VENTANA PARA RASGOS DE PERSONAJE🧭
Ya dije que, durante la partida, se iban a abrir ventanas para que se pudieran sumar más rasgos al personaje, igual que hicimos antes de empezar la partida.
¡SIN EMBARGO!
(giro inesperado de los acontecimientos)
Esta vez los rasgos no son para Alma, sino para el personaje que está al otro lado de la puerta.
En una partida de rol normal, el narrador crearía a ese personaje, pero, como somos muchos jugando y como me apetece, quiero que sean ustedes quienes creen también a ese personaje.
Las normas son las mismas, cada suscriptor puede dar dos rasgos simples del personaje ooooo un rasgo simple y uno complejo del personaje. Por ejemplo:
Rasgos simples de Alma: Se llama Alma, es mujer, tiene cuarenta y dos años, es profesora, es catedrática en la Universidad Complutense de Madrid…
Eso, cosas simples.
Rasgos complejos de Alma: Desde niña soñó con ser piloto, una carrera demasiado costosa para su familia; tiene problemas con el alcohol a raíz de un divorcio; tiene una pierna protésica porque perdió la suya en…
Pues, ya ves, cosas más complejas (sí, lo de las pecas «mágicas» también lo dijo un suscriptor).
La única limitación es que no pueden ser rasgos fantásticos del tipo: «tiene una cria de titán que adoptó la última vez que fue a combatir el mal a Kigallu».
Es un humano cotidiano que, de momento, no ha tenido contacto con lo fantástico.
Para hacerme llegar tus rasgos, puedes responder a este correo, comentar en la página o escribirme a samuel@sdominguez.com (también si tienes preguntas que resolver).
Y acuérdate de darle a me gusta, comentar y estas cositas que me ponen contento para que más gente se tope con la historia de Alma y esto sea más entretenido ✨
¡Besitos volados!
P. D.: De nuevo, este es otro buen momento para compartir la publicación con alguien que quieras que se sume a hacer cosas frikis con 🧙♂️~nosoootros~🧙♀️
“unos vaqueros tan apretados que podrían mandar de vacaciones a su epidermis” —— Este me hizo reír a carcajadas.
¡Samuel, qué aventura!
No había visto a nadie en Substack hacer algo así con la herramienta de “Polls” e incluir al lector en la co-creación de una historia. Genial.
Disfruté muchísimo leerte. No puedo esperar por seguir leyendo cómo la historia se desenvuelve 😬