Tienes el anterior movimiento de Benito aquí:
Si no sabes de qué va esto, ahí tienes el primer capítulo, acabamos de empezar.
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Segundo Acto, II
«El canto del trobador»
✔️
Sigues a Claudia, quizá sea algo de Alma
(82% de votos)
—Tercios por la democracia, Beni. No le puedes decir que no a la democracia.
La sonrisa de Pablo te pone la carne de gallina.
—Este hi… —te callas.
¿Este hijo de puta sabe algo o es casualidad?
En cuanto frunces el ceño, Pablo borra la sonrisa y deja de recoger. Pero tú ya estás en otro lado, en una sala de concierto oscura, atiborrada de gente por la que darías la vida, por la que te encantaría dar la vida, o quitarla, rodeado de la música que te sabes como una oración, de símbolos familiares, de corear en grito hasta perder la voz: ¡Sois! ¡La única esperanza, hijos de la identidad!
—¿Qué? —dice Pablo, ya casi más asustado que confuso.
Te pones las gafas de sol y le hablas a tus apuntes mientras los cierras:
—Nada, ve tú a por esos tercios —Lo miras y suspendes la oración un segundo, como esperando ver en él un reconocimiento del doble sentido que tu paranoia ha creado, pero no hay nada, sólo pasmo—. Yo tengo algo que hacer.
Parece que Pablo tuviera ganas de preguntarte el qué, pero de pronto no se atreve. Notas su figura a un lado, quieta, mirándote, las manos pasivas sosteniendo la mochila. Cierras la cremallera de la tuya, te levantas y le ofreces la mano. Te la estrecha con fuerza, como para demostrar una entereza que no tiene.
—Tú vete pidiéndome una jarra —dices—, estaré en la cafetería de Filología antes de que se quede sin espuma.
—¡Eso es, eso es! —Le crece una sonrisa de alivio—. Tus ancestros vikingos estarían orgullosos.
…Si la voz de tus ancestros hoy pudieras escuchar,
vergüenza sentirías, si es que sientes algo ya…
—Mejor cállate ya, macho —murmuras un pensamiento.
—¿Eh?
—Que mejor pilles una mesa en la cafe, digo.
Cuando te giras de nuevo hacia el pasillo, Claudia ya no está.
—Mierda.
Sin pensarlo, echas a correr.
Te haces hueco entre tus compañeros que salen y, a mitad de pasillo, cuando ya has esquivado como en eslalon a mitad de la clase, te das cuenta de que te has dejado la mochila atrás.
—Mierda —otra vez.
—Pero ¿qué te pasa, Beni? —dice risueña una compañera.
Dudas entre volver, seguir, volver, seguir y sigues. No sabes cuál es el despacho de Claudia, ni siquiera si los doctorandos tienen despacho, pero más o menos te haces una idea de dónde debería de estar. Subes escaleras, revisas letreros y, cuando empiezas a pensar que lo mejor será preguntar en recepción, escuchas unos gritos agudos de uno de los pasillos.
Sigues el escándalo.
Alguien discute, acaloradamente de verdad, pero no parece la voz de Claudia, nunca la has oído chillar, ni siquiera para hacerse oír en clase. No necesitas buscar mucho más, desde el pasillo, la puerta abierta de par en par, ves al ex marido de Alma adelantando las manos, como con miedo a que le salte un oso encima.
Te molesta todo él, desde siempre, con ese flequillito falsamente accidental, plateado, cayéndole en la frente y esa sonrisa de vaquero perdonavidas. Has evitado todas las asignaturas o grupos en los que aparecía su nombre. Sabes que se le tiene por aventurero en la facultad, el tipo duro que ha estado en tal o cual sitio peligroso desempolvando huesos, poniendo en riesgo su vida en pos de la ciencia.
Y a él le encanta esa imagen, para nada casual, que se le ha forjado.
Íntimamente, te has descubierto más de una vez pensando en cuánto te duraría en una pelea, cuánto tardaría en hacérsele migas el disfraz de Indiana Jones. Así que reduces el paso, dando tiempo para que, cualquiera que sea ese oso que teme, le salte encima de una vez y, al imponerte calma, consigues escuchar la conversación:
—Pero ¡tranquila, mujer! —Esa sí es la voz de Claudia.
—Estás en un error tremendamente penoso —dice el Lucky Luke de pacotilla—, no tengo ni idea de lo que hablas, pero eso de lo que me acusas es simplemente ridículo, ¡y muy peligroso de decir!
—¡Y una mierda un error! —la voz aguda de la bestia.
Empiezas a describir un círculo para tratar de ver el ángulo donde parece estar el oso, pero primero ves a Claudia, espantada y con el móvil en la oreja, como esperando que una llamada le dé tono.
—Me ha dicho que ya venía, pero ahora no contesta. Me da que se creen que estamos en el edificio D —dice, nerviosa—. Voy a buscarlos, ni te acerques a ella, ¿eh? Está loca.
Claudia, el móvil aún en la oreja, sale del despacho y cruza una mirada extraña contigo, como si viera un pájaro raro o como si alguien hubiese movido un jarrón de lugar y, sin más, se va escaleras abajo.
Entonces, la ves.
Frente al profesor hay una chica pelirroja, más que con el ceño fruncido, con placas tectónicas colisionando en la frente. Tiene un brazo atrasado, pero parece que estuviera haciendo fuerza hacia el profesor, como si quisiera pegarle y alguien la estuviera sosteniendo.
—Venga, ya se ha ido, ya no tienes que disimular. ¡Dime qué les has hecho, no me voy a mover de aquí hasta que confieses!
El profesor le chista:
—¡Baja la voz, por Dios! Ya te lo he dicho, ¡qué yo no sé nada!
Te fijas en que, eso que la contiene, son unas esposas, parece que se ha esposado ella misma un brazo al radiador del despacho:
—¡Pero si lo he visto yo, mentiroso! Por fin he conseguido ver las cámaras —Lo señala con la mano libre—. Desde el mismo momento en que sales del edificio, cargado con una bolsa de deporte inmensa, tu ex mujer y mi hermano desaparecen del mapa. Desde justo, justo ese momento. ¡Tres meses! ¡Asesino!
—¡Que eso era mi colección de armas íberas, loca del demonio!
Rechinan las esposas contra el radiador y, entonces, te mira.
Unos ojos tan azules que prometerían, de haber estado en silencio, hablar alguna lengua de los glaciales del norte. Y el empuje de su brazo frena un poco, el ceño se le sorprende algo y así es como el profesor se gira para reparar en ti:
—¡Santo cielo! —dice, bajando rápido las manos—. Por fin la seguridad del campus. Venga, haga el favor, esta muchacha está teniendo un brote de histeria o algo por el estilo. Yo no me explico otra cosa —y sonríe, como si vendiera cigarrillos en un rancho.
Justamente hoy vas vestido de negro, con botas. Sumado a tu físico, no es extraña la confusión.
💬
Diálogo abierto
📜Diario: Clases, exámenes, trabajos… Nada interesante.
🎒Inventario de Beni: Nada fuera de lo normal.
🗣️Charla de entretiempo (pendiente): Nada de qué hablar.
¿Qué? ¿No hay encuesta?
¿Y qué carajo es eso de Diálogo abierto?
Exacto, hoy toca examen de mecánicas vistas en el Primer Acto.
Ante la señal de «💬 Diálogo abierto»:
a) el lector ignorará la señal porque sólo aplica a vehículos de más de 3500 kg de MMA.
b) el lector propondrá una línea de diálogo para el personaje y la más votada será la definitiva.
c) el lector cantará bajito, y muy sentido, el estribillo de Smooth Operator.
Te doy tiempo para pensar.
Exactamente.
Eso es.
Ya, era obvio.
LECTOR: smoooth operatooooooor… smooooooooth operatooooor~~
Bueno, seriedad, caballeros y caballeras.
Recordatorio para los nuevos y para los que no estudiaron para el examen:
«💬 Diálogo abierto» significa que, en vez de proponerte yo líneas de diálogo en una encuesta y tú votar por la que más te cuadre, son los lectores los que abajo en comentarios dejan su línea de diálogo y, con los votos del resto de lectores directamente a los comentarios, se decide qué dice Beni en esta situación.
Sólo recuerda que se trata de decir qué dice Beni, no qué hace y que no puedes añadir la respuesta de otro personaje en tu comentario, sólo lo que dice Beni.
Tienes hasta el jueves 12 de diciembre para proponer y votar comentarios (si nadie comenta, aunque nunca ha pasado, se considera pifia en la acción y algo malo le ocurrirá a Beni).
¡Besitos volados!
Vamos señorita, basta de escándalos, está usted en un centro de estudios, acompáñeme a comisaría y allí denuncie si tiene algo que denunciar.
–Tranquilo doctor, yo me encargo– (guiño) Ella te reconoce.