Anteriormente en Antes de rendir el alma…
(Resumen de la historia para nuevos lectores)
Tienes el anterior movimiento de Benito aquí:
Si no sabes de qué va esto, tienes un resumen en el link de arriba. También puedes buscar en el índice de la partida y leer desde donde te quedaste.
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Segundo Acto, XIV
«El usurpador»
Levantas la mano del altar al darte cuenta.
Esa mancha en la piedra, que creías de humedad o musgo fino, parece en verdad sangre seca. Te frotas las manos y, lo poco que queda de ella, se cuartea y se desprende como una lluvia de polvo.
👣
Acción libre
(mayor por 3 votos)
En un impulso que ni tú mismo entiendes, buscas una piedra afilada.
Miras a tu alrededor con urgencia, el deseo de libertad se te retuerce dentro y, con la seguridad de haber resuelto el enigma, tomas un guijarro y te abres un corte en la palma de la mano. El dolor te entrecierra los ojos.
—Pero ¿qué…? —dice Aug’naar y hasta adelanta un gesto para detenerte, sin terminar de hacerlo.
Dejas que la sangre gotee, pero el reguero, débil, sigue más la pendiente hacia tu codo que la caída hacia el vacío. Aprietas los dientes. Cierras el puño y, como exprimida, la sangre riega el espejo de agua y las tallas, donde otros, antes que tú, dejaron la suya.
Te ves la expectación dibujada en el reflejo, cruzada por hilos caprichosos de sangre que, más que diluirse, bailan un acordeón de medusas lentas que bucean y bucean hacia un fondo imposible, mucho más hondo que los tres o cuatro dedos de profundidad que parece tener el espejo de agua.
—Cándido estuvo aquí —dice de pronto Aug’naar.
Tiene la vista en tu mano y se yergue despacio con la desconfianza juntándole las cejas:
—¿Cómo es posible que lo haya olvidado? Estuvo aquí, conmigo, igual que tú. Él también hizo… ¿Cómo lo he podido olvidar?
Das un paso hacia él, sin alejar la mano del centro del altar:
—¿Y? ¿Qué pasó después?
Aparta la vista y la pierde en el bosque con una tristeza cansada que no entiendes:
—El altar no quiere tu sangre… Eso sólo valdrá para…
No termina la frase, o tal vez sí, pero no para ti: un movimiento en el agua del altar te llama y acudes con un golpe de cuello. La sangre ha coordinado su danza en una espiral única, un trazo circular que desciende sobre sí mismo hasta un punto lejano, convirtiendo el altar en pozo.
Entonces, ese punto central crece, asciende, y en su subida hacia la superficie el agua se vuelve tan espesa como si hubieras vaciado cuatro cuerpos humanos en el altar.
—Él ya ha hecho esto antes… —dice, con la mirada en el manto rojo que empieza a hacer temblar la superficie.
Ahí mismo, como una cortina traslúcida, en cada onda empiezas a ver un reflejo distinto al del cielo y el bosque: luces, luces mucho más intensas que las de las lunas. Tratas de distinguir algo, parece que empieza a apreciarse figuras y, en cuanto apoyas la mano en el altar, la superficie queda plana como antes del corte, pero todo representado en carmesí.
Y, en esa pequeña ventana, ya no está tu reflejo, sino el techo de una ambulancia y, de pronto, Luna que se acerca.
Miras a Aug’naar:
—¿Esto también es un enclave de consciencia? ¿Vuelvo a alucinar?
Niega y, al hablar, su rugido resuena como la sentencia en un cadalso:
—Faer está tratando de robar tu cuerpo, Benito.
🧭 Cambio de personaje: Luna 🧭
Por fin abre los ojos.
Te acercas para calmarlo, pero te deja rumiando la palabra dentro al adelantarse:
—Luna, querida. Hazme un favor y deshazte de este anillo, ¿podrás? —Con suavidad, te toma la mano y posa en ella el anillo, como si fuera la propina de un botones.
—¿Querida…? —Mantienes el anillo ahí, la palma en cuenco.
Después de la hostia contra el suelo, la verdad es que esperabas que despertara, como poco, aturdido. Te das cuenta ahora de que hasta habías repasado toda la historia en la cabeza; la habías resumido para contársela cuando despertara, para calmarlo: que se había desmayado, que sólo estaban yendo al hospital para hacerle unas pruebas, pero…
Beni mira a su alrededor como si estuviera en una pajarería curiosa, parece que hasta está conteniendo una sonrisa, a duras penas; es más, parece a punto de echarse a reír en cualquier momento. Quizá, al final el golpe sí fue para tanto.
Se yergue para sentarse, pero el paramédico lo detiene con una mano en el pecho.
—¡Ey, ey! ¡Tranquilo ahí…! —Se le corta la sonrisa.
La mano lenta de Beni por fin llega a tomar la suya, y el paramédico calla. Como quien se aparta una hoja seca de encima, toma la mano del chico y la deja a un lado.
—Beni, lo mejor es que te quedes tumbado —dices—. Te podrías marear.
Asiente y se vuelve a tumbar, muy recto. Tarda poco en que esa sonrisa contenida vuelva a aparecerle bajo la barba, hasta balancea los pies de un lado a otro, infantilmente alegre.
—¿Está…? —dices.
—Es normal, el shock. Es normal que actúe raro, tranquila.
Sin embargo, el paramédico no ha vuelto a sonreír. Está como ausente y revisa no sabes qué, pero sin demasiadas ganas, algo en un cajón de la estantería. Está incómodo. Lo ves volver a sentarse y levantarse, a no hacer nada, un par de veces más hasta que la ambulancia se para.
Abrir la puerta, que junto a su compañero lo bajen y salir tú, es un desfile que él mira, alucinado, como un espectáculo de sombras chinescas. Te guardas el anillo en la riñonera del tabaco.
—Recuerda deshacerte de él —dice entonces Beni—. Llévalo a una fragua o tíralo al mar, eso bastará.
—¿Al mar? —te ríes—. Si estamos en Madrid, Beni, aquí no hay mar.
—Desde luego que no —dice, como si fueses tú la que hubiera dicho una tontería, y vuelve a tumbarse.
El conductor de la ambulancia te busca la mirada y ríe contigo, en secreto, pero el paramédico sigue ausente; empuja la camilla como si no estuviera ahí, con una prisa vacía. Al llegar a Urgencias, deja a Beni a un lado:
—¿Te encargas tú? —le dice al conductor y, sin esperar respuesta, deshace el camino.
Lo ves alejarse mientras su compañero habla con una enfermera. Qué cosa rara. Una mano te toma de la muñeca, con tanta delicadeza que hasta tardas un tanto en notarlo: Beni, desde la camilla, te acerca un poco a él.
—No hace falta que me acompañes más, puedes marchar —Sonríe.
Ante tu silencio, mantiene la sonrisa, y sólo suma un gesto con la mano, como si te barriera con el dorso hacia la calle. Está claro que la caída le ha cruzado algunos cables dentro a este.
—Bueno, pero déjame tu número y te escribo luego para ver cómo estás.
—Mi número no puede ser otro que el uno —asiente, seguro.
—Vamos a llevarlo ya al box, ¿vale? —Aparece justo una enfermera.
La chica se lleva a Beni, que vuelve a aquella sonrisa de euforia contenida.
📜Diario: Encontrar a Cándido, desaparecido hace tres meses.
🎒Inventario de Luna: Anillo de Cándido.
🗣️Charla de entretiempo (pendiente): Nada de qué charlar.
¡Chan, chaaan!
Cambio de personajes, recuerda que abajo puedes revisar los rasgos de Luna, por si quieres refrescarlos. Tienes hasta el míercoles 22 de enero (6:00 PM, GMT) para votar qué hacer con nuestro loquito usurpador.
Y siempre es un buen momento para decir o preguntar cosas a tu entorno, independientemente de lo que votes en la encuesta 🗣️
Sólo un recordatorio amistoso 🐵
¡Besitos volados!
Qué mal rollito da el nuevo "Beni"... 😅
“Te ves la expectación dibujada en el reflejo, cruzada por hilos caprichosos de sangre que….”
Mi primera respuesta es sobre las "palabras de mi madre" que usas que estoy recopilando.
Me he encontrado con un tercero: "capricioso".
Esa descripción es un uso interesante de la palabra. Creo que mi madre lo habría aprobado.
Para recapitular:
1. Aplomo,
Esta palabra no se usa lo suficiente. Encontraste una manera de incorporarlo. Bien hecho.
2. Irreprimible
Una palabra que mi mamá usó mucho y una que yo también uso para describirla.
3. Caprichoso
Nunca supe que una gota de sangre pudiera ser caprichosa, ¡pero ahora estoy corregido!
Me encanta mucho encontrar esas pequeñas joyas descriptivas mientras los leo.
¡Continúa, escritor!