🍃Me la pelan los atardeceres
Me toca pensar en alto hoy. Asómate nueve minutos si quieres echarle un ojo al revoltijo de ideas que traigo en la cabeza sobre atardeceres, paisajes y las cosas bonitas que no necesitan serlo.
El Último Ke Zierre, la banda de punk valenciana, tiene una canción que empieza:
Estoy enfermo, infectao de humanidad
¿Naturaleza? Es ese sitio donde ir a cagar
Lo que EUKZ canta como una protesta a la acción humana sobre el mundo es, en verdad, y tristemente, cómo me siento yo con el paisaje natural.
No me impresiona el mundo
Y hay cero unidades de jactancia u orgullo en lo que digo.
El título suena agresivo porque de alguna manera te tengo que meter aquí, pero créeme, si puedes mirar un atardecer totalmente cotidiano y decir woow, tienes un don pasivo por el que yo pagaría.
Recientemente he intentado hackearme. No maravillándome, por ejemplo, con el atardecer, sino con lo que el atardecer le hace al mundo.
El otro día estaba en Las Canteras, mi playa de toda la vida y la más característica de la capital grancanaria, y ahí estaba el sol, atardeciéndose en mi cara sólo para recordarme lo hueco que estoy.
Me callé un momento y lo miré, una pulga que lo retaba a ciento cincuenta millones de kilómetros.
«Por mis cojones te voy a encontrar lo bonito», le dije con el pensamiento, que es como mejor se dicen las cosas.
Y lo tuve que asustar, porque me lo enseñó.
A trasluz, las crestas de las olas empezaron a brillar como navajas mansas y me quedé en ellas hasta que oscureció.
Quizás durante todo este tiempo llevo mirando al dedo que señala y no a la luna.
No sé.
La cuestión es que para ver lo bello del mundo generalmente me tengo que concentrar mientras que la gente sana, parece, sólo tiene que toparse con ello.
Racionalizo la belleza
Uno no puede analizarse en un espejo, pregúntale a cualquier psicoanalista, pero creo que internamente necesito argumentos para que algo me parezca bello.
El bueno de Kant tiene un ensayo que se llama Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Te voy a dejar un fragmento, así descansas de mí:
La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton, producen agrado, pero unido a terror; en cambie, la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón del Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada, debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda, es preciso el sentimiento de lo bello.
Pero creo que tengo un problema con esta definición, porque Kant mezcla lo sublime y lo bello del mundo con lo sublime y lo bello artístico. Y, aunque use «pintar», habla de poetas, así que no se refiere a impresiones plásticas muy acertadas del mundo, sino a un artificio bien fuerte como es traducir el mundo a palabras.
Para mí, lo humano y lo natural se encuadran en dos categorías de belleza distintas, y siempre me atraviesa más lo humano que lo natural.
Y no sólo con lo artístico, también con lo histórico.
Si un pastor cordobés me señala una piedra y me dice que, después de la Batalla de Munda, ahí se sentó Julio Cesar, todo sudado y temblando, y le dijo a uno de sus oficiales:
—Lucio, compadre, esta casi no la contamos.
Sé que me va a recorrer un no sé qué dentro que lo iban a tener difícil los gigantes naturales para igualarlo. A eso me refiero con necesitar argumentos.
Me impresiona más la huella del humano en el mundo que el propio mundo
Un jefe que tuve me dijo una vez que a los toreros y a los militares se les presupone el valor. Creo que yo le presupongo lo impresionante al mundo, por eso las tiene putas para impresionarme.
Sin embargo, el humano es tan jodidamente insignificante que, cuando hace algo maravilloso partiendo de algo tan tosco como él mismo, me desarma.
Vale, ya tenemos mi excusa para valorar lo artístico por encima de lo natural, pero no es lo mismo que pasa con el ejemplo de la piedra de César, y me he dado cuenta que justo eso puede derivar a una enfermedad mayor.
La sobresignificación de momentos
La piedra en Córdoba (que no existe, por cierto) es la misma antes y después de que César se siente, pero, después de que el casiemperador se sacuda el canguelo en ella, esa piedra tiene una historia, queda señalada entre las otras, es más significativa.
Imagínate que te veo después de un tiempo y te digo que estaba aburrido en casa comiendo aceitunas y que se me ocurrió hacer un rosario con las pipas. Me río y te lo doy de regalo; tú te ríes, piensas que soy bastante raro, y te lo guardas para olvidarte de él para siempre.
Ahora imagínate que llevo preso en Irán un año y medio por supuesto espionaje y te cuento que, para no volverme loco, los primeros cincuenta y nueve días fui guardando y tallando la pipa de la aceituna diaria que me daban como toda comida y que, después de deshilachar la única manta que tenía, hice un rosario que rezaba todas las noches, hasta quedarme dormido, para evitar suicidarme. Me río y te lo doy de regalo.
(al contrario que la piedra, esta historia, aunque le he metido un plus grande de drama, es real y Santiago Sánchez le regaló ese rosario a un entrevistador cuando volvió a España)
El rosario, físicamente, es el mismo, pero vete tú y compara uno con otro.
Lo que pasa, esa gran enfermedad a la que puede derivar esto, es que queramos sobresignificar no sólo objetos, sino momentos.
Del estilo: «mi hijo nació el mismo día que murió mi tío abuelo, que se lamentó toda su vida de no haber podido tener hijos» (esto es otra vez inventado).
Vale, es una pasada de coincidencia y normal que lo comentes, pero desde el momento en el que necesites de ese significado extra para apreciar un suceso, caíste en la trampa. Los que hemos estado alguna vez ahí
Vamos empobreciendo nuestra vida o exhumando cadáveres para darle algún valor.
Se ve mucho con los tatuajes.
Hay personas que para permitirse tatuarse parece que primero tienen que haber escrito un ensayo de semiología y hermenéutica sobre el clavel que se quieren hacer en el brazo.
Una amiga, Lucía, se tatuó hace unos días una línea negra, recta, que le recorre todo el brazo desde el dedo hasta detrás de la oreja. Cuando le preguntamos qué significaba se encogió de hombros:
—Ah. Nada.
Hay una virtud en dejar a las cosas ser, y quizá por eso no puedo disfrutar de los atardeceres. Pero lo intento, aunque tal vez la clave esté precisamente en intentarlo menos fuerte, eso que hablábamos del sosegozo.
A saber,
Porque uno no puede analizarse en un espejo, así que lo mismo tampoco es ese el problema.
No me hagas mucho caso.
¡Besitos volados!
P. D.: Quedan cinco días (hasta el 4 de agosto) para que puedas participar en la siguiente serie que va a empezar en Miradero.
Y está quedando un personaje suuuuperinteresante. Pásate si quieres colaborar y escríbeme a samuel@sdominguez.com o comenta allí para sumar los rasgos que te apetezcan.
Hola Samuel! Vengo aquí directa desde tu último post, anonadada ante el descubrimiento de que a alguien le pueda llegar más hondo lo bello de la creación humana, que del mundo natural. Pero anonadada desde la curiosidad y el respeto, eh?
Precisamente estoy escribiendo un ¿ensayo? compuesto de multitud de razones por las que siento que la vida merece la pena. Y muchas de ellas tienen que ver con el sentimiento de lo sublime con el que (yo, al menos) contacto a través de la contemplación de la naturaleza.
Una de ellas, de hecho, dice "El cielo ardiendo en rosa y naranja en los atardeceres despejados". 🤣🤣🤣 Me has hecho reír con el título de este post, por cierto.
Por eso he venido aquí corriendo. Leerte me ha ayudado a descubrir una perspectiva distinta a la mía, la verdad. Yo estoy escribiendo mi librito con toda la ilusión, dando por sentado que ciertas experiencias son universalmente dulces para todos/as, y me has hecho ver que no. Información con la que ahora no sé muy bien qué hacer, pero igualmente la agradezco.
Tras leerte con mucho interés intentando entenderte, creo que puedo comprenderte. Yo, con todo lo mística naturalista que soy hoy en día, creo que no empecé a *sentir* realmente el arrobo de contemplar la naturaleza hasta que no empecé a "bajar revoluciones", bajar de la mente al cuerpo, conectar más con mis sensaciones corporales, y con mi corazón (mis sentimientos).
Hasta ese momento, yo había vivido (sin saberlo) desconectada de cuello para abajo, como vivimos gran parte de las personas en los países occidentales. Experimentando la vida a través del pensamiento, más que de los sentidos físicos.
Cuando empecé a hacer varios tipos de terapias y a hacer mindfulness, yoga, y cosas así, gradualmente fui sintiéndome más presente, y más capaz de sentir sin la intermediación de la mente.
En tu post has insinuado en una parte algo así, que vives un poco a través de la mente.
Tal vez, si te cuesta captar pasivamente la belleza de lo natural, sea por eso. Por estar desconectado del cuerpo. El sentimiento de lo sublime, que se siente fundamentalmente en el pecho, se expresa en el cuerpo, de cuello para abajo.
Pero, al menos en mi experiencia, ese sentimiento no brota al ir tras él, sino que surge al estar abierto, receptivo, simplemente "siendo", con la mente en silencio.
Cosa difícil, porque la mente no se calla ni debajo del agua. 😅
Bueno, no sé, espero que este tocho te diga algo. Te lo he escrito por si te sirviese para desbloquear algo, en caso de ese fuera tu caso.
Y si no, pues gracias por leerme hasta aquí!
Un abrazo Samuel! 💚
¡Qué bueno! Creo que yo también debería dejar de empeñarme en que me gusten cosas o en encajar con gustos de la mayoría... Gracias por la reflexión.