🍂No desearás la mujer de tu prójimo
Ni su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno, sus tazos de pokémon, su... No, hoy no va de patrimonio bíblico la cosa, sino de miradas de deseo (o necesidad) en siete minutillos
En Australia tenía una amiga, española, aunque la conocí allí, que una vez, hablando de cómo era el australiano en la calle, me dijo:
—Es que yo no los entiendo, una se pone monísima y ni la miran.
Y es verdad, muchas veces, en el CBD de Melbourne (o sea, el centro más centro de todos los centros de la ciudad, donde vivíamos los dos), la gente iba por la calle sin mirar a nadie. Parecía que cada persona viviera en un metro cuadrado que se iba desplazando bajo sus pies, y que todo lo demás era ajeno e indiferente.
Supongo que esto es así en todas las grandísimas ciudades, no es cosa de Melbourne, pero para los que venimos de una cultura hispana eso es raro de cojones.
Y no hablo sólo de buscar la mirada en el sexo que te atraiga.
Fíjate hoy cuando salgas a la calle: es normal que la gente se mire un microsegundo a los ojos y siga su camino. Es nada, un pestañeo, pero ese minimísimo reconocimiento del otro, cuando falta, lo notas de la hostia: te hace sentir auténticamente solo en la calle.
¡SIN EMBARGO!
Si le has ido pillando el rollo a Miradero, hojas rojas en el título significan que voy a hablar de Palestina, así que: ¿cómo se mira aquí la gente?
Allá donde fueres, haz lo que vieres.
Y cuando, como yo, no sabes el idioma del lugar, todavía con más razón.
Desde que llegué a Palestina he empezado a hacer o dejar de hacer cosas por imitación. Un ejemplo claro son los pantalones cortos.
Desde que aterrizo en Canarias mis amigos siempre se ríen de mí porque, aunque sean las once de la noche, salgo en pantalón corto y cholas (que significa chanclas en español aburrido).
Ahora está aflojando el calor, pero cuando llegué, esto era un campo de napalm y, precisamente por eso, en cosa de minutos me fijé en que nadie, NADIE, utilizaba pantalón corto.
Aquí el pantalón corto lo usan sólo los niños1. Da para pensar eso de que, cuando las niñas se hacen mujer, se cubren el pelo, y los niños se cubren las piernas.
Así que Samu no usa pantalón corto, porque Samu es grande como el resto. El caso es que esa misma imitación se traduce a las interacciones en la calle.
No sé cómo te imaginas la calle en Palestina, ni las mujeres, pero hay de todo. West Bank, Cisjordania, donde estoy yo, tiene un gobierno laico, en oposición a Gaza, donde gobierna de facto Hamas, que son islamistas.
Aquí hay mujeres que se cubren el pelo y mujeres que no, y no hay una homogeneidad étnica para ello: hay mujeres rubísimas con ojos azules que se cubren el pelo, lo mismo que chicas morenas, a las que Canelita les habría cantado lo de reina mora, con el pelo suelto.
La cuestión es que me he fijado que los hombres palestinos, con una programación milimétricamente coordinada, sólo miran a las mujeres con el pelo visible.
Cuando entienda mejor cómo percibe un hombre aquí el cabello femenino, te lo contaré; ahora mismo me lo imagino como si vieran un escote. A lo que podría pensar:
—Pues claro, miran sólo a las mujeres con el pelo descubierto porque son las únicas que exhiben el atractivo físico.
¡PERO!
Se da algo que me parece de las cosas más curiosas del mundo.
Ya te he dicho que hay mujeres con hiyab que utilizan ropa occidental y eso significa que, si les apetece ponerse unos vaqueros pegados fardaculos, lo mismo que si a ti se te apetece ponértelos mañana, se los ponen, y nadie se escandaliza.
Y a ellas no las miran.
En cambio, si te sientas y observas un rato, cuando pasa una mujer con el pelo suelto hasta paran lo que estén haciendo para mirar, como si fuera un anuncio de perfume. Por eso digo que me intriga mucho entender cómo perciben el cabello femenino.
Aquí, probablemente, ellos sumaríana a esa pregunta de adolescentes pajilleros: «¿qué prefieres: culo, tetas o coleta?».
Lo digo sin querer hacer burla; honestamente, me parece muy interesante.
(Lo que no quita que sea un pachaso y me apetezca hacer un chistecito 🐒)
Te pongo otro ejemplo, para que te hagas una idea.
Hay veces que hay huelgas, protestas y tal, y, otras, cuando pasa algo como lo de los misiles y la Universidad quiere evitar desplazamientos de alumnos, hacemos clase online por un día.
Pues estaba en clase, con cero unidades de cámara encendidas (me lo merezco, cuando yo estudiaba no encendí la cámara ni una vez), y, de pronto, se enciende una y se apaga.
Sin más.
Sigo con la clase y veo que tengo un mensaje privado en el chat de una chica pidiéndome, superalterada, que, por favor, borrara la grabación de la clase porque había salido en cámara cuarenta y cinco micromilimésimas partes de segundo sin hiyab.
Eso,
Seguiré investigando, pero el resumen de todo esto es que he dejado de mirar a las mujeres por la calle, con o sin hiyab. Sin realmente forzarme a ello, ha surgido como algo natural.
No sé si en verdad a alguna le gustaría ser mirada, como a mi amiga de Australia, o no, pero, al dejar de hacerlo, me he dado cuenta de otra cosa: llevo toda una vida alimentándome de ese juego de miradas.
Puede que a ti también te pase: ese granjeo inconsciente, buscar el chispazo de un segundo con alguien para no verlo más.
Da para relato romántico regulero, aunque quizá detrás sólo haya una necesidad latente en validarse, de checkear que, efectivamente, sigues siendo un sujeto atractivo para el otro, que todo está en su sitio y que puedes seguir con tu día.
Quizá sea algo biológico, o quizá sólo inseguridad; lo que sea, Palestina me está quitando, sin pretenderlo, de eso.
Y está curioso.
Nada más que añadir por aquí, te libero para que continúes con tu día. Seguiremos informando sobre mi proceso de revirginización 🙏
Ave Mar… digoo: ¡besitos volados!
Si quieres leer más de mis batallitas por Palestina están todas aquí
Algo que, por otro lado, pasaba hasta hace no mucho en los países hispanos; por eso tiene sentido la canción Chiquillada de Jorge Carfune (aunque a mí me gusta más la versión de Leonardo Favio)
Yo creo que nos hemos cruzado llevando caminos opuestos porque, en mi caso, estoy aprendiendo a mirar. Más y mejor. Así porque sí, sin pretensión.
Antes era de las que bajaba la vista y se distraía siempre que podía. Me parecía invasivo mirar demasiado (y aún me lo parece según el momento, claro).
Mirar a los ojos me hace sentir expuesta. Pero le estoy cogiendo el gusto y perdiendo la vergüenza.
Porque lo que no se mira no se recuerda, y eso me da un poco de pena.
Pero si no tuviéramos esos microsegundos no tendríamos canciones cursis como “You’re beautiful” de James Blunt, ja 😁.
Supongo que aquí también entra una perspectiva de género. Me explico con el disclaimer de que me declaro ignorante porque nunca he vivido en un país más allá de Europa, pero mientras existí en Londres me llamaban mucho la atención las mujeres cubiertas (también por morbo grandísimo, después de todo, nací en un lugar sumamente católico). Y varias veces compartí miradas con ellas, como si ambas perspectivas fueran capaces de estudiarse. Era lindo eso.
Tal vez eso pase por un asunto de respeto, admiración y curiosidad entre mujeres, porque cuando te quedas viendo a un hombre siendo mujer, al menos en los lugares en los que he vivido, puede interpretarse más que como interés medianamente científico o antropológico en interés vinculatorio (por decir lo menos, je).
En el caso de no prestar atención a los seres humanos a tu alrededor, ¿también pasa lo mismo con personas de tu mismo sexo?