Tienes el anterior movimiento de Alma aquí:
Si no sabes de qué va esto, o te has quedado más atrás, puedes buscar en el índice de la partida y empezar a leer desde el principio.
Hay nuevo movimiento todos los lunes y viernes. ¡Acuérdate de suscribirte para que no se te pase ningún turno!
✔︎
Acercas la muleta a la distorsión
(63% de votos)
Te sientes tentada de una manera extraña a tocar la distorsión, ni siquiera ya para comprobar si de verdad está ahí, sino por una atracción misteriosa: la necesidad de conocer aquella bruma, darle más que uno de tus sentidos.
Miras hacia atrás.
El chico pelirrojo está inmóvil con las dos manos algo adelantadas, pero bajas, a la altura de la cadera. Parece que hubiera entendido lo que pretendes y se hubiese quedado congelado a mitad de disuasión; una disuasión tímida, precavida, como el que intenta calmar a alguien que amenaza con saltar del balcón.
Estás a punto de calmarlo tú, con una sonrisa, decirle que no la vas a tocar, que no estás tan loca, pero las palabras se te cristalizan en la garganta cuando te ves a ti misma dar uno, dos pasos hacia atrás.
Te ves a ti, tus pecas, tus rizos mojados, tu gesto torpe, extrañado, a un palmo de tu cara, como si una segunda piel se hubiera despegado de tu cuerpo. Mira a la distorsión tras de ti, no a ti. No parece que te vea. Retrocede aún más, la muleta también en mano, y los ves mover los labios, pero no escuchas lo que dicen.
Llevas un rato sin oír nada, ahora te resulta evidente.
Y, como si entenderlo deshiciera el embrujo, escuchas algo descascarillándose o rompiéndose muy meticulosamente, como se quiebran los cristales gruesos cuando una maraña de grietas lo hacen craquetear; esa traca mínima que preludia el estallido.
Devuelves la vista hacia el frente y descubres tu brazo extendido con la muleta, que atraviesa la distorsión. Ni siquiera recuerdas haberlo hecho, sólo pensaste que, quizá, acercarla sería la opción más segura y, ahora, ante ti, sólo queda tu puño y apenas veinte centímetros de muleta.
En cuanto das un tirón hacia atrás para liberarla, un vértigo te atenaza las entrañas. Te sientes del revés, como si te hubieran vaciado los órganos sobre la alfombra de pelo largo, y la distorsión te succiona.
Cierras los ojos y, tal vez, gritas.
No hay estallido.
No hay nada.
El sobresalto inicial ha pasado, pero, si estás cayendo, no terminas de llegar al suelo. Dudas en abrir los ojos, pero vas dejando de apretarlos con tanta fuerza hasta que, al fin, te atreves a ver.
Todavía algo oculta tras tus pestañas, te encuentras una ladera nevada con la roca tan negra como el cielo y, a los pies, abrazado por dos montañas, un castillo totalmente cubierto de nieve o como si hubiera sido construido enteramente con nieve. Aunque el víento aulla con fuerza, no tienes frío, y, en cuanto quieres fijarte mejor, las torres del castillo se tuercen en un remolino vivo de rojos, naranjas y negros para convertirse en las llamaradas de una fragua. Ante ella, una silueta casi humana de espaldas que, cuando se gira, es puerta de la que se desbordan flores carmesí, violetas, azules ahora, enredaderas todas que llenan el mundo de sinsentido. Con un coraje temerario, te obligas a no cerrar los ojos y ves cómo la danza de flores levanta y deshace figuras, formas y paisajes entremezclados sin terminar nunca de ser completamente algo. Al fin, la marea desaparece en un abanico de sombras, mariposas muertas que llueven sobre ti para deformar todo a tu alrededor.
Entonces, sientes el suelo. Descubres tus piernas dobladas en la tierra, como si hubieras tropezado con alguna de las raíces que cruzan el camino. Lo sientes escalar con fuerza desde dentro e, instintivamente, te inclinas y vomitas.
Te limpias con la manga de la bata sólo para vomitar otra vez.
Y otra. Hasta que parece que terminas por vaciarte y miras a tu alrededor.
Estás en una selva oscura o bosque muy tupido. Las ramas de los árboles se retuercen sobre ti hasta apenas dejar ver el cielo, pero lo ves, con dificultad: un manto negro plagado de estrellas, allá, sobre las copas violáceas, muy brillantes, de los árboles más altos.
Te alarma un destello, como si una de esas estrellas se hubiera despeñado a tus pies, y reconoces a aquel bichillo errático, todavía cargando su esfera brillante, que vuela a unos metros de ti.
Sin embargo, el bosque es tan áspero que la luciérnaga está a punto de desaparecer de tu vista.
Recuerda: ¡sólo tres días para votar! Tienes hasta el miércoles 11 de septiembre para decidir qué hace Alma.
¡Besitos volados!