Tienes el anterior movimiento de Alma aquí:
Si no sabes de qué va esto, o te has quedado más atrás, puedes buscar en el índice de la partida y empezar a leer desde el principio.
Hay nuevo movimiento todos los lunes y viernes… bueno, vale, hoy es martes, pero casi siempre es así, ¡déja de buscarle el fallo a todo! Y acuérdate de suscribirte para que no se te pase ningún turno:
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Palideces
(Pifia doble, votación empatada)1
El brillo de la hoja en la noche, tan cerca de tu cara, te termina por despertar a lo crudamente real de este inocente paseo por un bosque mágico. Aun a dos palmos de ti, sientes la espada en el cuello, te punza la garganta tanto su presencia que es imposible que no esté ya hundiéndote la carne con su filo.
No puedes hablar.
No quieres hablar, porque no es la espada, es él: la forma de crispar la mano en la empuñadura, la mirada capaz de una ira apocalíptica hacia una extraña, el odio desesperado, febril, que le afila las cejas... Es él el arma, su disposición a matar lo pavoroso. No, no es disposición, sino deseo, una sed terrible por beberse tu vida con aquella espada.
La muleta golpea el suelo.
Se te ha caído de las manos, se te ha escurrido junto a la voluntad, y la única sorpresa es cómo no has caído ya de rodillas, porque sientes que el cuerpo te empezara en el estómago o que todo tu cuerpo entero fuera ese estómago estrangulado. Tu inteligencia en esa garra que te retuerce por dentro hasta que se te olvida cómo respirar.
Ojalá poder desnudarte.
Ojalá poder darle lo que te queda de ropa y calmarlo así, con una obediencia callada: ganarte la subsistencia por la sumisión. Pero ni vender tu dignidad puedes; sólo estar, ahí, suplicando con la mirada, viendo como cada silencio tuyo aviva su ira, tensa más su mandíbula, ahúma su gesto… Hasta que los labios se le deforman en repulsión y ves esos colmillos amarillentos mordiéndose la furia dentro.
Levanta el brazo armado sobre la cabeza.
—¡No, por favor!
Gritas y, aun presa de la insignificancia del miedo, escuchas que tu voz suena espectral, etérea, poderosa como suena la voz del bosque. Escuchas que el bosque habla por tu boca y hasta las raíces a tu alrededor se contraen en guardia como si hubieran gritado contigo. Pero, con el último sonido humano de tu voz, un anzuelo clavado a él te saca de dentro la brisa aquella, la fuerza mística que sólo al verte desposeída de ella, reconoces.
El bosque te abandona.
Tus manos despiertan por fin y se interponen pobremente entre los dos, pero demasiado tarde. El brazo ya ha caído en su sentencia y ves ante ti un arco de sangre, un perfecto abanico rojo que crece y vela primero al jinete, luego los árboles, la noche, las cuatro lunas...
Al fin, caes de rodillas.
—Eh…
Acaba de pasar. No estás soñando, no estás drogado, no te has intoxicado con nada del laboratorio.
No.
Tu vecina coja acaba de desaparecer delante de ti, ahí, en medio de tu pobre salón hecho un desastre. Ha levantado esa muleta hacia el espejismo y ya no está.
Estás en shock, lo justo como para no poder moverte, pero no lo suficiente como para no saber que estás en shock.
Es imposible.
Repasas tus pasos como si trataras de encontrar algo que hubieras perdido. La cordura, eso has perdido. Cállate, piensa: volviste del turno de noche, estaba el bicho ese, corriste a buscar ayuda, te saltó a la espalda, tu vecina salió y lo destrozó de un muletazo. Luego seguisteis a la luciérnaga, desapareció de pronto, tu vecina se acercó a ese nubarrón y…
¿Esto es puto real?
Todavía tienes tiempo de revolcarte un poco más en la tormenta de tu cabeza hasta que escuchas tres golpes secos a tu espalda. Das un brinco. Ni siquiera recordabas haber cerrado la puerta de casa al entrar.
Tragas saliva y respiras, llevabas tiempo sin hacer ninguna de las dos.
Miras a tu espalda, los golpes vuelven, urgentes. Miras a la distorsión, que tiembla ahora con tanta fuerza que es imposible de confundir con un efecto óptico.
Miras a la puerta, miras a la distorsión.
Bueno, estas cosas que tienen las partidas de rol. Hay veces que descubres un bosque mágico, que te habla, muy campechano él, y otras que…
¡En cualquier caso!
Tienes hasta el jueves 26 de septiembre para votar qué quieres que haga nuestro vecino pelirrojo.
Hasta entonces,
¡Besitos voladoss!
Este movimiento continúa en:
Cuando dos opciones de la encuesta empatan es pifia, pero cuantas más sean las opciones empatadas, peor es la pifia. En este caso, han empatado tres opciones.