Esta historia continúa:
Este es el capítulo doce-uno de la serie; si te has quedado atrás, puedes buscar en el índice el capítulo que te falte.
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Capítulo XII
Esputo de súbdito I
Un ronroneo contenido llena la noche del boulevard, como si el Thunderbird estuviera igual de comprometido con el secreto de la persecución que Emily. Cada arco de luz que les cae encima le encoge un poco más la respiración, ya sólo le da alguna tregua esas lagunas negras entre farolas.
Ed murmura una maldición al terminarse el segundo batido de sí mismo.
Al frente, tejiendo también luces con sombras en su avance, donde Emily sólo ve un coche negro, demasiado largo y rectangular, quizá, Ed sabe un Lincoln Continental de este mismo año. Un coche demasiado sobrio para alguien que dirige un circo.
—Un coche demasiado sobrio para alguien que dirige un circo, ¿verdad? —dice, pero Emily tiene la voz plegada dentro y la vista ocupada en calibrar la distancia justa para no perderlo sin ser notada.
La mira, y su perfil se recorta por las letras cursivas, iluminadas, de un letrero de Canadian Club con su nuevo eslogan bailándole debajo: «Better than magic».
Ed vuelve a esos rectángulos de luz roja en la noche, los ojos siempre a ras del salpicadero, y la intención de conversar se le termina por morir dentro. Aun con el alma del último cigarro llenándole la boca, se lleva otro a los labios y, al pellizcarlo, algo se le desmorona en la mordida. Se le cae sobre los muslos.
—Oh, ya ha empezado…
Recoge el cigarrillo y se lo devuelve a la boca. Lo encaja en el nuevo hueco de la sonrisa mientras busca el diente caído en el asiento, con esa extraña superstición que le domina siempre que pasa por esta edad.
—Está parando —dice ella.
Los ojos oscuros, grandes, vuelven al salpicadero. El Lincoln Continental, una eternidad de largo, se abandona poco a poco a un lado de la calzada, como si buscara atraque en la acera. Emily lo imita, rápida, y para el motor incluso antes de que las luces rojas se apaguen, a lo lejos.
Harlem.
No hay nadie en esta calle. Ed mira hacia arriba, a las fachadas con ya pocas ventanas encendidas, humildes todas, nada parecido a donde debería vivir una de las estrellas más mediáticas de la televisión del momento. Desde luego, no donde viviría Ed si lo fuera.
La puerta del conductor se abre allá y sale una figura, turbia por la distancia, que entra en el portal más cercano. Coordinados, las dos puertas rojas del Thunderbird se abren y saltan a la noche: Ed con pasitos rápidos, Emily negándole ese brillo azulado del pelo a las farolas.
Esperan ante el edificio y la ventana del segundo se ilumina.
—Aúpame —susurra Ed.
—¿Qué?
—A los hombros, vamos —Señala arriba.
En la esquina del edificio, que se adentra en un callejón, hay una escalera de incendios: una masa aparatosa que recorre toda la fachada. Se acercan ligeros a ella y, ya bajo la escala, Ed levanta los brazos, en silencio; un intento por dignificarse al no decir «aúpame» que termina siendo aún más embarazoso.
Ya a hombros de Emily, sentado, se yergue con cuidado hasta quedar de pie. Con una mano amiga que le asegura la espalda, consigue desclavar la escala, que se desliza hasta que Emily la frena para que no suene. Reprime un quejido por el golpe.
Las pisadas metálicas suenan como un goteo lejano en el callejón, un goteo suave y hueco que todavía sube hasta el segundo piso. Y se calla ahora. El flequillo rubio emerge por el alfeizar y quedan esos ojos negros en el borde de la ventana. Cuando el ojo derecho de Emily se asoma por un lateral, reconoce el collar y esos grandes medallones antes que al propio mago que, días atrás, apareciera hecho una furia por la oficina.
Su presencia desentona en ese sofá viejo, gastado, como si fuera un oopart o algo del todo ajeno al mundo, dislocado del tiempo. Habla, de perfil, la mirada puesta en la espalda de Jacques:
—Conozco a poca gente que osaría hacer esperar tanto a un mago.
P. D.: Ya, es un capítulo cortito, pero prefería esto a dejar otro sábado sin ficción, que se empieza así y se termina asá.
Ya tú sá.
“P. D.: Ya, es un capítulo cortito, pero prefería esto a dejar otro sábado sin ficción, que se empieza así y se termina asá.”
Justo estaba pensando en lo mucho que Estaba echo de menos la ficción. Así que estoy de acuerdo. Corto y dulce, mejor que perder la línea de la historia.