🌾XIX: Antes de rendir el alma
Continuación de la historia de Alma (Decimonoveno movimiento)
Tienes el anterior movimiento de Alma aquí:
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Investigas el sótano
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Miras a Lila y te devuelve la mirada.
No la habías tenido tan cerca antes, pero hay algo de verdad hipnótico en esos ojos. Un fluir espeso en el iris, una marea lenta y pegajosa, como un río de miel y lavanda, circular, que te dejara ahí atrapado.
—¿Bajamos? —dice.
Asientes y consigues dar unos cuantos pasos hasta que, dadas dos vueltas a la escalera de caracol, no ves prácticamente nada. Echas mano al bolsillo y enciendes la linterna del móvil. Te queda un treinta y siete por ciento de batería, pero es poco probable que vayas a usarla para llamar a nadie.
—¡Vaya! —dice Lila, genuinamente sorprendida.
La piedra ahí abajo es incluso más negra que la del exterior.
Cuando ya has descendido bastante, piensas que quizá deberías haber contado los escalones. No sabes de qué te habría servido eso, tampoco sabes qué se suele hacer cuando se exploran ruinas, pero ahora te gustaría contarlos.
Con el número doce en la cabeza llegas a la base del sótano y te clavas al suelo. No puedes ver otra cosa que no sean esqueletos, pero son tan pequeños… No necesitas fijarte en la pelvis de los esqueletos más grandes para darte cuenta de que son de mujeres. Muchos están junto a esos esqueletos diminutos, protegiéndolos de aquello que bajó esas mismas escaleras antes que tú. Has visto algunas pelis medievales como para saber que ese sótano debía ser donde se escondían mujeres y niños durante el asedio.
Te sobresalta algo.
No estás en la tierra, sin embargo, no sabrías distinguir un esqueleto humano de esos que ves ahí. Por fin, la curiosidad científica consigue lo que no el coraje y te acercas a uno de ellos.
La ropa que hubieron de tener está tan podrida que se confunde con las capas de polvo. Iluminas el cráneo. La primera diferencia que ves es en la dentadura: los cuatro colmillos son más pronunciados, aunque más finos, quizá. El hueso nasal, en cambio, es más llano con respecto a los pómulos que en un humano. Pero la siguiente diferencia si supone un descubrimiento: tiene cola. Miras a tu alrededor para contrastar con otros cuerpos y todos tienen ese apéndice largo que continúa la columna.
Ves que Lila, aun en la penumbra de tu linterna, también observa el lugar con la misma curiosidad.
—¿Nececitas luz? —dices.
Ella sólo niega con un gesto.
Mira ensimismada un grupo de tres esqueletos muy juntos, casi amontonados, en el centro de la sala. Te acercas y encuentras sin dificultad esa cola distintiva en los tres cuerpos, aunque llama más la atención que los dos esqueletos de los márgenes sean los únicos de la sala con armadura. Y ni siquiera eso es lo más curioso, sino que las armaduras están en perfectas condiciones, sólo con esa sábana de polvo, pero sin ni una lágrima de óxido.
Llevan una coraza de un color entre cobrizo y dorado, algo decoradas con enredaderas y motivos florales, aunque más bien austeras. Ambos tienen el mismo yelmo con una cresta que, tal vez, hubo sostenido un penacho; ahora, es sólo una elevación del mismo metal. En las hombreras es donde mejor se conserva esa pintura azul, desvaída por el tiempo, que decora aquí y allá algunas partes de todo el conjunto. De cintura para abajo cuelga una cota de mallas, como una falda cobriza, que sólo deja ver las colas de los soldados, pero, por más que buscas, no ves ningún arma.
Lila toca el metal de la celada, la parte móvil del yelmo que cubre la cara, con esas tallas de enredaderas:
—Este mineral le es familiar a nuestras raíces.
Entre los caballeros, un tercer esqueleto yace sobre su pecho. Tocas la cola y se separa en pedazos. Algo avergonzado, ves cómo los huesos tintinean y los sigues hasta fijarte en sus pies. Comparas con los de los soldados y con los de otro esqueleto cercano: todos se parecen más a patas felinas que a pies humanos.
Te agachas para tratar de encontrar más diferencias óseas cuando ves algo entre las costillas:
—Un libro —dices.
Lila no parece entender a qué te refieres así que, con todo el cuidado del que eres capaz, que parece no ser mucho, giras al esqueleto para alcanzar el volumen que abraza. Lo abres. O su escritura se lee de arriba abajo o el códice está pensado para leerse en horizontal. Lo único claro es que no entiendes ni uno de los símbolos que hay dibujados.
—¿Qué es eso? —dice Lila, interesada por primera vez en algo que no sea aquel metal.
—Ez un libro, ez como… Para dejar menzajez por ezcrito. Claro, tampoco zabez qué ez ezcribir. Ez para guardar la voz en el tiempo o para hablar con alguien zin uzar la voz. ¿Lo puedez leer?
—Curioso artefacto… —Lo toma para mirarlo con auténtica curiosidad—. Puedo entender cualquier voz de cualquier ser, pero estas voces muertas me son ajenas.
Lila queda con el libro, paseando por las hojas con cuidado.
Tal vez, lo mejor sea…
Y, en cuanto a la armadura…
Por lo demás…
Hoy tenemos ¡TRES! encuestas y hasta el miércoles 16 de octubre para decidir qué grado de ladrón de tumbas quieres para nuestro Cándido, y hacia dónde irá después.
¡Besitos volados!
Me estoy poniendo al día con tu contenido y estoy flipando! Enhorabuena, qué pasada 😃
¿83% bajar al sótano?? Sí que sois valientes todos... 😅😅