Tienes el anterior movimiento de Benito aquí:
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Segundo Acto, V
«El corsé de la tormenta»
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Festivo: ir de cervezas
(45% de votos)
—Paso, vas a pensar que estoy más loca de lo que ya crees.
Pellizca el tabaco y lo hace llover sobre el papelillo. El olor tostado te sube desde sus dedos, irreverente y sereno. Coloca el filtro, pinza, lía y se lo sube a los labios para lamer el pegue; la vista hacia la biblioteca, allá en la calle de enfrente.
—¿Cómo te llamas, por cierto? —dices.
Con el pitillo, finísimo, ya en la boca, murmura su nombre mientras busca un mechero en la riñonera:
—Luna, ¿y tú?
—Beni. Va, cuéntame tu teoría de qué pasó, y te invito a una cerveza.
—¿A las diez? —sonríe y su voz suena hueca, chata, por lo rígido de los labios que sostienen el cigarro.
Hace pantalla con una mano para encenderlo.
—Mañana es festivo —dices, recuperando el argumentario de Pablo.
La punta del cigarro se enciende y, con la primera bocanada, dejas de oler. Hace ya muchos años que te has dado cuenta de que tu sentido del olfato es mucho más agudo de lo que debería. Te cuesta imaginarte la vida sin olerla como primer acercamiento a las cosas. Hasta que alguien fuma a tu lado. El humo te devuelve a la nada en la que parece que vive el resto.
—Bueno, no te voy a decir que no a una caña.
Cuando hace ademán de volver a entrar al edificio de Historia, la detienes con un gesto:
—No, vamos mejor al de Filología, hay un amigo allí. La cafetería tiene terraza.
Asiente y se deja guiar por ti. Mientras cruzáis la calle hacia la biblioteca, no te hace falta volver a preguntarle:
—Creo que a mi hermano lo secuestraron, pero no sé por qué.
La miras, pero sólo ves el perfil pelirrojo, más naranja ahora bajo el sol, y una mano que devuelve el cigarro a su lugar. Fuma.
—No me preguntes cómo, pero conseguí ver la cámara del videoportero del edificio. El día en el que Cándido no me mandó su mensaje, algo después de que el profesor saliera con la bolsa gigante de deporte, aparece una furgoneta negra delante y, tal cual para, la grabación da un salto y la furgoneta desaparece —Te mira—. ¿Sabes? Como si hubieran cortado eso.
Más que la historia, te extraña una sorpresa: vuelves a oler entre el aura de humo que os rodea. Como en una cámara de vacío, el tabaco prendido emborrona todos los olores del mundo menos uno: hojas verdes recién caídas, tierra removida, raíces de titanio al descubierto… Otra vez ese olor.
—En el piso de mi hermano hay dos apartamentos aparte del suyo: el de la profesora y el de un señor odioso, don Ernesto, se llama. Pues venga a tocarle a la puerta, que yo sabía que estaba dentro, porque lo escuché trasteando, y nada, que no abría. Pues cogí y me fui al Mercadona de abajo, me compré un par de cosas, un hummus, pan, embutido y no sé qué más, y me senté delante de su puerta hasta que se muriera o saliera a tirar la basura.
Ríes en un resoplido, y ella.
—¡Es verdad! Me jodía que el viejo me hiciera el vacío, como si fuese un puto testigo de Jehová o algo. Y nada. Ahí estuve todo el día y hasta dormí ahí, más mal que nunca en mi vida, ni te lo imaginas, pero a la mañana siguiente, que estaba apoyada en la puerta, me desperté porque me caía, que yo estaba soñando que… Bueno, no importa. La cosa es que estaba ahí, tirada de espaldas en su casa y viendo al viejo desde el suelo. Es una tontería, pero lo primero que le vi fue esa pedazo de nariz y con un montón de pelos ahí… No hay que subir esa escalera, ¿no?
Señala con el cigarro, mientras cruzáis la explanada de María Zambrano, al darse cuenta de que vais directo hacia las escaleras larguísimas que dan a Filología.
—Sí.
—No me jodas…
Casi piensas que el disgusto le ha quitado las ganas de contar la historia, pero, sin más, continúa:
—Pues me dice: «usted, qué» y le digo: «qué le voy a dar yo». Luego nos hicimos hasta amigos, yo creo que no habla con mucha gente, la verdad, y al final ni quería que me fuera. Pero me dijo que, esa mañana, Cándido y Alma se pelearon porque entró una rata en el edificio o algo, que él la vio tirada en medio del pasillo, dice, «grande como un mulo, la condenada». La cosa es que me dijo que luego llegó un grupo de gente, los mismos de la furgoneta, fijo, con metralletas y todo, y que armaron un revuelo allí… Tirando puertas abajo, como los SWAT. Don Ernesto me dijo que se hizo el senil y se salvó, pero que parecía la Falange, que ya se pensaba que se lo llevaban a las tapias, no entendí bien eso, pero me hago una idea.
No sabes si por la falta de aire con la subida de las escaleras o por el fin de la historia, pero deja de hablar y baja la vista, apoyada en la barandilla mientras sube penosamente.
—¿Y después? —dices, sin pizca de fatiga.
Le vanta la vista:
—Qué hijo de… ¡Pero si hay un ascensor allí!
—¡Pero si no es nada! No seas exagerada, vamos. ¿Después de eso viniste aquí?
Todavía tarda en retomar la historia un par de escalones más:
—Sí. O sea, para mí esa gente eran sicarios contratados por el profesor… Bueno, no se me ocurría nada mejor, ¿vale? La cosa es que, aunque el don Ernesto decía que habían tirado puertas y que no sé qué, todo estaba en su sitio. Yo tengo una llave de repuesto de la casa de mi hermano y todo estaba como nuevo allí, también es que mi hermano es muy ordenado. Espero que lo de estar senil no sea verdad al final y se lo haya inventado todo.
Por fin llegáis arriba y suspira:
—Bueno, ¿qué te parece mi historia de loquita?
No estás muy avispado, pero, ahora que ha dejado de fumar, es tan fuerte que no puedes contenerte:
—Es un poco random, pero ¿qué perfume llevas?
Se para y tienes que girarte para mirarla:
—¿Cómo? ¿No me has estado escuchando o qué?
—No, no. Pero, de verdad, es un olor…
—¿Huelo mal?
—Qué no, a ver, que huele muy bien, pero es que yo soy bueno para los olores y no… La cosa es que es…
—Pues yo no uso perfume —Se cruza de brazos—. Y pensaba que la loca iba a ser yo.
Le miras bajo el cuello del jersey, ahí donde se le forma el pecho, y te quedas clavado.
Probablemente, por inclinarse durante la subida de la escalera, se le ha salido un collar; apenas un cordel negro con un anillo deforme, como si lo hubieran hecho a partir un chicle masticado.
Es innegable: el olor viene de ahí, casi te llega su aroma en aros, como el que los forma con humo al fumar, aunque hechos estos de una hierva desconocida, un roble cobrizo, una arena de conchas negras que alguien hubiera enterrado en el bosque… pero ¿eso qué coño es?
Ni siquiera piensas en lo raro que puede ser, pero necesitas tocarlo, contrastar con otro sentido qué carajo es eso y por qué no has olido nada igual en toda tu vida.
📜Diario: Clases, exámenes, trabajos… Nada interesante. Aunque… ¿secuestradores armados?
🎒Inventario de Beni: Nada fuera de lo normal.
🗣️Charla de entretiempo (pendiente): Nada de qué hablar.
Banito el rarito.
Recuerda que cuando una opción tiene «🧭» significa que, pase lo que pase, tendrá +1 voto al cerrarse la encuesta, porque representa un rasgo o tendencia del personaje.
Tienes hasta el domingo 22 de diciembre para decidir cómo de rari quieres ser ✨
Gracias a la pregunta en comentario de un lector, Selvar, para utilizar como «🗣️Charla de entretiempo» la trama se ha adelantado unos cuantos capítulos,
¡POR EEESOOO!
Te digo que es relevante que participes, no sólo votando, sino pasándole lo que tú tienes en la cabeza a la cabeza de Benito, siempre va a ser más orgánico y guay y mejor y de todo.
¡Besitos volados!
Como el Beni raruno, no hay ninguno!
Aunque en la vida real detestaría que alguien se tomara la libertad de rozarme tan siquiera sin mi permiso, al Beni le pega enganchar el collar y esnifarlo a tope mientras Luna lo mira horrorizada! 😂😂😂😂
Así que espero que todos los que voten deseen tanto al Beni raruno como lo deseo yo! 🤓
Se puso picaresca la cosa. Pero veo interesante esa característica del olfato, si termina metiendo mano xD, en el futuro puede que haga algunas locuras impulsivas más y eso es muy interesante para la historia, le da un toque de imprevisible al Beni