🍃Cómo hablar online de tu vida
Y no arrepentinte al día siguiente sintiéndote miserable y vil. (7 mins)
Hace unos meses hablaba con un buen amigo sobre la idea para una novela.
Era suya, aunque basada en la vida de otra persona, y discutíamos la responsabilidad de un escritor en ese caso: ¿el escritor debe avisar a la otra persona, aunque difumine nombres y detalles reconocibles? ¿Debe pedirle permiso? Si dice que no, ¿cómo de inmoral es seguir?
Fue interesante aquella conversación, uno no siempre puede hablar de estas cosas sabiendo que la otra persona no sólo no se está aburriendo, sino que está tan interesada en el tema como tú.
Me acuerdo de algo que dijimos:
—Avisarlo antes de empezar, aparte del tema ético, es hasta práctico. Imagínate que escribes la novela y, cuando terminas, te dice que él también ha escrito una sobre eso mismo.
Nadie va a publicar lo que te han contado pudiendo publicar la versión en primera persona.
Estos días he estado pensando en eso de escribir en primera persona; sobre escribir de los que te rodean, pero, especialmente, escribir de uno mismo.
Hay escritores de newsletters que cuentan cosas sobre sí mismos y sus vidas que no se atreverían a decirle cara a cara a nadie.
Supongo que hay muchos motivos para eso, desde que funcione como un tipo de terapia, a lo ese desconocido en la cola de correos que de repente te cuenta un pedazo de drama familiar (y si es de noche, de fiesta, ya te cagas), hasta que piensen que, si se abren en canal, por morbo, la gente va a leerlos más.
Yo hablo aquí mucho de mi vida, y la inmensa mayoría de suscriptores son desconocidos.
Y esos que siguen sin hacerme caso cuando les digo que me escriban, lo serán para siempre.
La cosa es que, desde muy pronto, y especialmente desde que llegué a Palestina, me puse algunas reglas claras para permitirme hablar de lo que me va pasando:
1) No publico conversaciones privadas de mi entorno
A nadie le gusta pensar que lo están grabando mientras habla, ni yo quiero que lo piensen cuando hablan conmigo.
Conversaciones inocuas como lo del principio del correo no cuenta, tú sabes a lo que me refiero por conversación privada.
2) Hay cosas que no se pueden publicar hoy
Cosas de las que me entero, que no debería saber, y que expondrían a alguien en su trabajo o, por ejemplo, en unos años, poder hablar con más detalle de la hermana H., de S., de L., pero, hacerlo ahora, convertirlos taaanto en personajes literarios mientras forman parte de mi vida diaria, me parece demasiado.
La cuestión es que me he dado cuenta de que no me he puesto ninguna regla para hablar de mí, y el otro día me sentí mal después de escribir algo.
Voy a escribir de esto
Desde hace mucho tengo una lista personal que se llama Fechas importantes donde escribo: ¡sorpresa, sorpresa…! Fechas importantes.
Está muy guay porque te vas creando una cronología vital bonita y puedes celebrar aniversarios contigo mismo de tal o cual momento,
¡PERO!
Se te puede volver en tu contra y, cuando te pase algo bonito o importante, pensar: ¡oh, esto es un momento importante! Debería mirar la fecha y apuntarlo en la lista.
Y ese racionalizar el momento bonito te impide disfrutar más prolongadamente de lo bonito del momento.
Te supiste joder tú solo.
Pues me he dado cuenta de que, desde que escribo Miradero, pasa algo parecido.
Cuando me sucede algo interesante o bonito, tengo un breve período de maravillarme e, inmediatamente después, caigo en esa misma paradoja del observador y digo:
Puedo escribir de esto
Si te parece triste, no hace falta que te compadezcas, soy yo el que he decidido que esto sea así y es un pago que estoy dispuesto a asumir a cambio de vivir en la escritura, pese a las consecuencias.
*Golpe en el pecho literario*
Otro día hablamos de esto, por si quieres estar atento, el correo se va a llamar Cómo vender tu alma al diablo.
Yo, dramático 💁♂️
El caso es que dos días atrás terminé de escribir un correo y, automáticamente después de programarlo para salir en un par de horas, me sentí mal.
Me quedé en la silla, incómodo. Cogí el móvil, me tumbé y estuve dando vueltas como si me hubiera comido un pescado podrido.
Dejé el móvil a un lado.
El correo del que te hablo es Los dioses cuidan de sus profes, porque, en la primera versión que escribí, sí contaba explícitamente qué me daba la alumna después de clase, la conversación y el significado que tenía.
Y me sentí como si estuviera dando algo que no me perteneciese del todo o como si estuviera prostituyendo un secreto íntimo entre los dos.
No puedo escribir de esto
Pensé.
Y al momento me puse a contraargumentarme: que si quitaba esa parte, el correo perdía el sentido; que, al final, qué había de malo, que no era para tanto…
Pero no, si era de verdad honesto, sentía que necesitaba guardarme eso para mí, que quería que fuera algo que sólo yo supiera cuando mirara ese objeto.
Arriba te dije «tú sabes a lo que me refiero por conversación privada».
Y es verdad: uno sabe instintivamente cuando sí y cuando no, igual que mi amigo seguro que sabía qué era lo correcto para su idea de la novela, pero, muchas veces, lo correcto nos crea resistencia porque supone más esfuerzo que la otra opción o nos obliga a exponernos a situaciones incómodas.
Lo bueno es que tú sabes lo que sientes.
Yo, en el caso del correo, estuve un tiempo negociando conmigo mismo sobre cómo hablar de eso sin sentirme mal. Lo único que tienes que hacer es buscar un equilibrio hasta que ese malestar desaparezca; entonces, ahí está la versión publicable.
Negocia, busca un equilibrio, cuídate y trátate a ti mismo como a una persona con derecho a la intimidad.
Y eso aplica tanto si escribes o si te nacen unas ganas tremendas de contarle tus problemas a alguien en la barra de una discoteca y quieres evitarte un «mierda, por qué le dije eso» al día siguiente.
Sólo tú eres capaz de buscar ese equilibrio, quizá para ti está en un punto que para otra persona sea inaceptable, pero esa otra persona nos importa un carajo.
Si eres honesto, tú ya sabes lo que está bien y lo que está mal, lo que te va a hacer daño y lo que no.
Escúchate, cuídate y todo irá bien.
Porque, después de salvar para ti ese pedacito de historia, lo harás incluso más significativo.
Y eso,
¡Besitos volados!
Sorry, « due date »
Publicar online y el vértigo de publicar rápido, sin procesar, son parte de esta era. Pero podés tomarte más tiempo y hacerlo a un ritmo que tenga significado para vos, no para el algoritmo o de donde sea que te esté llegando esa ansiedad o presión por publicar a determinado ritmo y no a uno más propio. Los mails a veces tienen un die date. Pero publicar en Substack… ciertamente no.
« No TODO es para escribirlo. No TODO lo que se escribe es para publicarse »
Fue un consejo que recibí de una escritora que admiro muchísimo a los pocos días de un momento súper duro que tuve que atravesar. Sentía miedo, frustración, desesperanza y soledad. Quería justicia y venganza. « Por lo menos, voy a escribir sobre esto y venderle la historia a Netflix ». Todavía me acuerdo y me rio. Sí, fue uno de los momentos más peligrosos y dramáticos de mi vida de viaje y mi vida como mujer. Sí, tenía todos los elementos para crear un contenido que sin duda generaría la atención de unos cuántos. Pero no, no era el momento correcto ni la situación correcta, adecuada, a tiempo… como para publicar algo sin los recursos necesarios para proteger al resto de personas involucradas en la historia. Sin complicar más las tensiones que ya existen entre las culturas. Sin evitar abrir la grieta, ensuciar estereotipos, hacer uso de los privilegios para aumentarlos, en lugar de hacer un bien para el resto.
No digo que todo lo que publiques deba tener estándares tan altos como siempre pensar en el bien común. A veces, escribimos y acto seguido publicados, como método de abreacción. Somos raza humana y comunicativa.
Pero creo que nunca está de más preguntarse quién gana qué con esta publicación. Si la respuesta apunta sólo hacia vos, entonces es una respuesta con la que podes elegir convivir. O parar el reloj. El reloj es tuyo. No es de substack ni de la audiencia ni del sistema. Tomate tu tiempo.